Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Andrea Luchecini, la estela de los maestros

Italia ha dado un nuevo astro a la pianística contemporánea: Andrea Luchecini (Montecapini, 1965), que continúa la estela de los maestros y virtuosos italianos Alfredo Casella (1883), Guido Agosti (1901), Carlo Cecchi (1903), Carlo Vidusso (1911), Arturo Benedetti (1920), María Tipo (1939), Dino Ciani (1941) y Maurizio Pollini (1942).El Concierto número 1 en re menor de Brahms constituye una buena prueba para medir el talento, la sensibilidad y la técnica de un pianista. Desde él, Andrea Luchecini nos ha mostrado sus valores en todos los dominios, y algo más importante: su fuerte person...

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Italia ha dado un nuevo astro a la pianística contemporánea: Andrea Luchecini (Montecapini, 1965), que continúa la estela de los maestros y virtuosos italianos Alfredo Casella (1883), Guido Agosti (1901), Carlo Cecchi (1903), Carlo Vidusso (1911), Arturo Benedetti (1920), María Tipo (1939), Dino Ciani (1941) y Maurizio Pollini (1942).El Concierto número 1 en re menor de Brahms constituye una buena prueba para medir el talento, la sensibilidad y la técnica de un pianista. Desde él, Andrea Luchecini nos ha mostrado sus valores en todos los dominios, y algo más importante: su fuerte personalidad para asumir unos pentagramas capaces de absorber las singularidades de cualquier intérprete.

Orquesta Nacional de España

Director: E. García Asensio. Solista: A. Luchecini, pianista. Obras de Brahms. Auditorio Nacional, 19, 20 y 21 de enero.

El caso Luchecini merecería largo estudio. Por una parte, se inscribe en el ámbito de los supervirtuosos; por otra, en el de los que ponen la música, en su última sustancia, por encima de todo; además, acusa connotaciones apolíneas en su estilo y en su misma sonoridad, que inmediatamente parecen tocadas por un vientecillo romanticista que se acerca al pensamiento de los jóvenes y nuevos románticos del piano, incluido Pogorelich.

Éxito

Cuando Luchecini abordó el adagio, de mayor intensidad que el andante del segundo concierto, aunque de menos evidencia, más ensimismado y meditativo, el milagro estaba ante nosotros dispuesto a tornarse infinita fantasía en el rondó. Antes, en el maestoso, había sentado los principios de una estructuración fuerte, en la que la forma se deriva directamente de la idea. El formidable Luchecini encontró una respuesta ceñida, pero no exactamente identificada, en la Orquesta Nacional, con el siempre claro y preciso García Asensio al frente.El éxito fue considerable, pero lo que hizo Luchecini merecía mucho más. La presentación de Luchecini ha sido el suceso de la semana musical madrileña, aunque la segunda sinfonía que completaba el programa brahmsiano de la ONE mereciera una calurosa acogida.

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