Maazel y la ONF actuaron en el festival de Canarias

E. FRANCO La presencia de Lorin Maazel con la Orquesta Nacional Francesa (ONF) constituye un capítulo importante en la cada vez más exigente programación del Festival de Canarias. Por ello, el interés despertado por los dos conciertos de la formación sinfónica de París ha sido grande, y el entusiasmo del público que ha abarrotado el teatro Pérez Galdós, tan caluroso que ha hecho necesarios más que los acostumbrados bises.

La Orquesta Nacional francesa ha experimentado un proceso de perfeccionamiento que la coloca hoy prácticamente en línea con la denominada Orquesta de París. En cuanto ...

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E. FRANCO La presencia de Lorin Maazel con la Orquesta Nacional Francesa (ONF) constituye un capítulo importante en la cada vez más exigente programación del Festival de Canarias. Por ello, el interés despertado por los dos conciertos de la formación sinfónica de París ha sido grande, y el entusiasmo del público que ha abarrotado el teatro Pérez Galdós, tan caluroso que ha hecho necesarios más que los acostumbrados bises.

La Orquesta Nacional francesa ha experimentado un proceso de perfeccionamiento que la coloca hoy prácticamente en línea con la denominada Orquesta de París. En cuanto a su director, Lorin Maazel, aquel maestro que. sorprendió a todos cuando contaba 25 años, llegará en este 1990 a los 60, que es una magnífica edad para la madurez de un director, pero al mismo tiempo peligrosa cuando se lleva una carrera tan fulgurante como la de Maazel, pues puede aparecer el fantasma del cansancio profesional, ya que no el físico.

La agrupación visitante y su maestro han cumplido como buenos con Francia. A lo largo de dos programas, sólo una obra, el Concierto de Glazunov, no era de autor francés. Dos Nocturnos y El mar impusieron la fuerza original y la altísima poética de Debussy, un tanto alicorta por el criterio geométrico y escasamente impresionista que dominó la versión. Hacer del arte de la distancia y de la sugerencia algo así como una realidad congelada supone circular por sendas bien poco debussyanas.

Ravel acompañó a Debussy en el programa del día 9 a través, de su formidable orquestación de Cuadros de una exposición, de Moussorgsky, ejemplo de gran virtuosismo sinfónico, pero también de una visión de todas y cada una de las pinturas que va mucho más allá de la mera representación.

Curioso y discutible

En el concierto del día 10, el público, que volvió a abarrotar el Pérez Galdós, pudo seguir un curioso y discutible programa. Comenzó con Las ofrendas olvidadas, breve y bella partitura del Messiaen de los años treinta, estupendamente tocada pues es música a la que el menor exceso lírico puede resultarle peligroso. El violinista Ingold Turban protagonizó el Concierto en la menor del dulce e impersonal Glazunov. Se trata de un solista muniqués, nacido en 1964, que de mostró muy bonito sonido y fraseo y finas calidades expresivas.

Un par de fragmentos de Romeo y Julieta, de Berlioz, y la brillante Segunda suite de Baco y Ariadna, de Albert Roussel, completaron la selección. El clima de intensidades y coloraciones instrumentales resultó verdaderamente explosivo. A través de él, Lorin Maazel mostró, una vez más, su rara facilidad y su dominio de la orquesta, y la Nacional de Francia subrayó la calidad de todos sus elementos, tanto individual como colectivamente. Sin embargo, pensamos que no habría sido necesaria esa excesiva mayoría de música francesa o que podría haberse elegido alguna obra grande de Berlioz, Dukas, Milhaud o Magnard.

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