Preocupación en el Gobierno porque el deshielo del Este convierta a España en un país periférico en Europa

IGNACIO CEMBRERO, Pasado un primer momento de alegría al comprobar cómo el Este se acerca a pasos agigantados a los valores democráticos del oeste de Europa, el Gobierno empieza a preocuparse por las consecuencias de una evolución que puede acabar convirtiendo a España en un país política y económicamente periférico en un Viejo Continente cuyo centro de gravitación se situaría mucho más al norte. El debate no se planteará aún en la cumbre de finales de la próxima semana en Estrasburgo, pero el presidente Felipe González acudirá a ese Consejo Europeo con documentos de trabajo en los que queda r...

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IGNACIO CEMBRERO, Pasado un primer momento de alegría al comprobar cómo el Este se acerca a pasos agigantados a los valores democráticos del oeste de Europa, el Gobierno empieza a preocuparse por las consecuencias de una evolución que puede acabar convirtiendo a España en un país política y económicamente periférico en un Viejo Continente cuyo centro de gravitación se situaría mucho más al norte. El debate no se planteará aún en la cumbre de finales de la próxima semana en Estrasburgo, pero el presidente Felipe González acudirá a ese Consejo Europeo con documentos de trabajo en los que queda reflejado ese temor.

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Esos documentos, con los que viajará el presidente del Ejecutivo, han sido elaborados recientemente por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Secretaría, de Estado para la Comunidad Europea (CE) y sus propios colaboradores en la Moncloa,Hasta ahora, el jefe del Gobierno ha descartado que la ayuda al Este se haga "en detrimento de la cohesión", es decir, de la solidaridad económica entre los ricos y los pobres de la Comunidad. "No sería imaginable", afirmaba al término de la cumbre comunitaria de París, "que se hiciese un mayor esfuerzo con, por ejemplo, Alemania Oriental que con Estados miembros de la CE".

La República Democrática Alemana es el único miembro del Pacto de Varsovia con una renta por habitante superior a la española, pero el grueso de los que fueron satélites de la URSS tiene un producto interior bruto (PIB) por encima de Grecia y de Portugal. "Es, por tanto, impensable", recalca el secretario de Estado Pedro Solbes, "pedir a Atenas o a Lisboa que se rasquen el bolsillo para echar una mano a países más prósperos".

El riesgo no es tanto que los llamados fondos estructurales -que pretenden atenuar las diferencias de desarrollo entre el norte y el sur de la CE- sean desviados hacia el Este, sino más bien que la inversión privada vaya a parar a unos países con cierta tradición industrial y una mano de obra cualificada y más barata que la española.

"¿Con qué va a empezar la reestructuración de Polonia?", se pregunta en voz alta Solbes antes de contestarse a sí mismo: "Con la fabricación de productos con una tecnología intermedia muy similares a los que produce la industria española".

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España resultará, sin embargo, menos perjudicada que otros socios meridionales de la Comunidad, como Portugal y Grecia, que incorporan incluso menos tecnología a sus productos manufacturados. No en balde, mientras la patronal portuguesa advertía de las repercusiones económicas "negativas" que el fenómeno puede tener para la economía del país, el presidente Mario Soares advertía que "Portugal tendrá que tener los ojos abiertos y tornar algunas medidas" para hacer frente al reto.

Inquietud

Esta inquietud de los socios mediterráneos quedó recogida en la carta que José María Cuevas, presidente de la CEOE, escribió al ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, en vísperas del reciente viaje de Felipe González a Hungría, y ha sido reiterada más recientemente por destacados hombres de negocios o financieros como el presidente del Banco March, Carlos March.

"El peligro", vaticinaba March en la presentación de la revista del Instituto de Estudios Económicos, "es que las regiones del sur de Europa, que habían ganado un mayor peso frente a las regiones desarrolladas del norte, pierdan su protagonismo en favor de los países del este y que las inversiones en infraestructuras sean absorbidas por éstos".

La clase política española no es del todo ajena a esta preocupación. "Tenemos que saber jugar muy bien nuestras cartas ( ... ), porque, al fin y al cabo, se trata de inversiones que ahora nos favorecen, pero que pueden ir a parar a la Europa del Este", subrayó recientemente en París el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, ante el Comité de Acción por Europa.

Acaso sea este riesgo el que ha incitado al dirigente del Partido Popular (PP) José María Aznar a formular el deseo de que tras la cumbre de Estrasburgo se celebre "un debate político" parlamentario sobre cuestiones "que interesan cada vez más a la opinión pública".

La oposición no mostró ningún interés por la información que Felipe González proporcionó al Congreso de los Diputados tras el Consejo Europeo de junio en Madrid, pero ahora, en cambio, al finalizar una reunión en el Parlamento de Estrasburgo del grupo en el que está el PP, José María Aznar enfatizó que España "no puede diluirse en un proyecto europeo, sino que también hay que defender los intereses nacionales".

González no quiere que España se disuelva en Europa, sino que, junto con Frangois Mitterrand, Giulio Andreotti y algunos otros jefes de Gobierno de los doce, se muestra convencido de que la democratización de Europa oriental obliga a la Comunidad Europea a acelerar su integración, y el siguiente paso a dar es fomentar su unidad monetaria.

Éste será el gran debate de los líderes comunitarios en la próxima cumbre de Estrasburgo.

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