La ironía del primer gran éxito

La burocracia siempre da un toque de ironía a sus decisiones: la bailarina y coreógrafa soviética Maia Plisetskaia acababa de obtener su primer gran éxito como directora de la compañía oficial con La fille mal gardée -una obra prerromántica, asimilada por la tradición rusa-, que se estrenó el pasado 13 de octubre en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y constituyó una gratis¡ma sorpresa para quienes habían seguido con preocupación los altibajos del Ballet del Teatro Lírico Nacional (BTLN) en los dos años de reinado de los rusos (Maia, su hermano Azari y las maestras del Bolshoi y ...

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La burocracia siempre da un toque de ironía a sus decisiones: la bailarina y coreógrafa soviética Maia Plisetskaia acababa de obtener su primer gran éxito como directora de la compañía oficial con La fille mal gardée -una obra prerromántica, asimilada por la tradición rusa-, que se estrenó el pasado 13 de octubre en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y constituyó una gratis¡ma sorpresa para quienes habían seguido con preocupación los altibajos del Ballet del Teatro Lírico Nacional (BTLN) en los dos años de reinado de los rusos (Maia, su hermano Azari y las maestras del Bolshoi y del Kirov ue fueron sus colaboradoras).Lafille que montó Plisetskaia fue también unánimemente saludada como un hito en la agitada década de existencia de la compañía.Por primera vez se acometió con pleno acierto el montaje de una obra completa del gran repertorio tradicional, demostrando que se contaba con la voluntad, los medios humanos, la capacidad técnica y también la creativa, y el buen gusto para llevarla a cabo.

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Segunda generación

Entre los bailarines se celebró la aparición de una segunda generación de jóvenes con madera de primeras figuras, y toda la compañía cobró un aire nuevo, mezcla de precisión, confianza en sí mismos y asimilación del estilo clásico, que hizo concebir grandes esperanzas para un conjunto que, se supone, será antes de tres años el Ballet del Teatro Real.

Cierto que la condición de estrella en activo que, a sus 64 años, ha mantenido Maia Plisetskaia durante su etapa de directora artística, no ha facilitado el desarrollo de su labor de dirección.

Su inmensa reputación como bailarina y el atractivo del reclamo de su nombre han llevado al ballet a un público más amplio, pero han hecho también que se gastasen esfuerzos en montar vehículos para ella que, como la María Estuardo presentada en la temporada pasada o la Isadora ofrecida en ésta, no merecían el intento.

También es verdad que su dedicación -sólo se le exigía por contrato una presencia de seis meses al año- no fue muy completa y que la compañía pasó por momentos de desorientación en esta etapa.

Pero una compañía de ballet no puede hacerse cambiando cada dos años de director y, en ese sentido, la noticia de que en breve se nombrará un nuevo director, que será el cuarto titular en 10 años, sólo puede tomarse como una mala noticia que significa, de entrada, el aplazamiento de cualquier ambición de consolidar una verdadera compañía clásica nacional en unos cuantos años más. Otro aplazamiento lamentable.

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