Crítica:DANZA

Modernidad clásica

El duelo y Las bodas de Fígaro son los dos ballets narrativos con los que el soviético Boris Eiffman presenta en Madrid su voluntad de transformación escénica creada a partir del estilo clásico, que su compañía domina en profundidad.El concepto de modernidad de Eiffman se basa en trasladar a un planteamiento clásico de baile teatral el uso de formas consideradas modernas -codos, brazos extendidos, etcétera- atendiendo a un deseo de cambio en sí más que al de racionalizar la escena.

La danza moderna nació por una necesidad de expresión individual, adoptando esas nuevas ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El duelo y Las bodas de Fígaro son los dos ballets narrativos con los que el soviético Boris Eiffman presenta en Madrid su voluntad de transformación escénica creada a partir del estilo clásico, que su compañía domina en profundidad.El concepto de modernidad de Eiffman se basa en trasladar a un planteamiento clásico de baile teatral el uso de formas consideradas modernas -codos, brazos extendidos, etcétera- atendiendo a un deseo de cambio en sí más que al de racionalizar la escena.

La danza moderna nació por una necesidad de expresión individual, adoptando esas nuevas formas de movimiento en un proceso de interiorización, de manera que les animaba siempre un impulso enérgico nacido de la necesidad. Servían como autoafirmación del hombre.

Ballet Eiffman de Leningrado

El duelo. Música: V Norobiova. Las bodas de Figaro. Música: G. Rossini (versión de Kogans). Sobre las novelas de A. Cuprin y Beaumarchais. Guión, coreografía y producción: Boris Eiffman. Teatro Alcalá Palace. Madrid, 12 de junio.

Parece loable la brecha que Boris Eiffman abre en su país desde hace más de 10 años para montar en el carro de nuestro tiempo al arte de la danza, que en la Unión Soviética ha tenido sus más florecientes cabezas. Pero da la impresión de que lo hace sin tener en cuenta lo anterior desde la forma más externa y superficial, sin llegar a desligarse de la construcción teatral que hacían sus maestros. El resultado es poco consistente: una estructura clásica a la que se suman formas rebuscadas de movimiento, sobre todo en el tratamiento de parejas. Las escenas dramáticas cargadas de afectación son poco convincentes y rayan a veces en lo risible. Los bailes de conjunto, entorpecidos, llegan a escasos hallazgos coreográficos. El hilo dramático se desenvuelve en medio de esto con la absoluta distancia del espectador, que espera en algún momento ver bailar con desenvoltura a esa troupe de bailarines clásicos que en El duelo no encuentran la ocasión.

Esta construcción escénica encuentra en la segunda pieza, Las bodas de Fígaro, un mayor sentido, ya que el ámbito de enredo en que se mueve asume la aceptación con mucha naturalidad y en algunos momentos con gracia.

Aunque Eiffman persiste en la complicación del movimiento, evidente en el paso a dos de Fígaro y Susana, que resultan literalmente atrapados en los nudos de marinero de sus evoluciones de línea. Los bailarines se encuentran muy integrados con su personaje y despliegan un excelente nivel técnico.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En