Los movimientos radicales dadaísmo y constructivismo, unidos en una exposición

El Centro de Arte Reina Sofía muestra 200 obras entre la destrucción y el orden absolutos

El Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, inaugura hoy la exposición Dadá y constructivúmo, donde se han reunido unas 200 piezas entre pinturas, esculturas, relieves y collages. El comisario de la muestra, Andrei Nakov, ha planteado los puntos de contacto entre los dos movimientos de vanguardia más radicales frente a la interpretación artística e histórica más tradicional de oponer las dos corrientes.

La exposición Dadá y constructivismo, que contiene más de dos centenares de piezas, representativas de los dos movimientos vanguardistas más radicales surgidos tras la profunda cris...

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El Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, inaugura hoy la exposición Dadá y constructivúmo, donde se han reunido unas 200 piezas entre pinturas, esculturas, relieves y collages. El comisario de la muestra, Andrei Nakov, ha planteado los puntos de contacto entre los dos movimientos de vanguardia más radicales frente a la interpretación artística e histórica más tradicional de oponer las dos corrientes.

La exposición Dadá y constructivismo, que contiene más de dos centenares de piezas, representativas de los dos movimientos vanguardistas más radicales surgidos tras la profunda crisis sufrida en Europa a causa de la I Guerra Mundial, se inaugura hoy en el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, donde permanecera hasta el 2 de mayo. Revolucionarios e iconoclastas ambos, mientras el dadaísmo, de ideología nihilista, hacía hincapié en la destrucción, el constructivismo, comprometido inicialmente con los ideales políticos comunistas de la revolución rusa, defendió la creación de un orden artístico nuevo para una nueva sociedad.No obstante, a pesar de las diferencias de talante, destrucción y construcción, llegan a converger como las dos caras de una -misma moneda revolucionaria o, tal y como apunta Simón Marchán en uno de los textos del catálogo de la muestra, como ese Jano artístico bifronte de los años veinte, dividido "entre la estética del caos y la sublimación del orden",

De todas formas, aunque no se pueda perder de vista el inquietante marco histórico de fondo que envuelve y explica el nacimiento y desarrollo del dadaísmo y el constructivismo, la perspectiva crítica elegida por Andrei Nakov, comisario de la exposición, es de otra índole, de carácter más formalista. Su lectura histórica se basa en un corte histórico transversal que resulta, a la postre, reveladoramente unificador. Es cierto, sin duda, que hubo contactos precisos entre dadaístas y constructivistas durante la década de los veinte, sobre todo en Alemania, donde convergieron diversas corrientes excéntricas de la vanguardia abstracta más espiritualista, como el neoplasticismo, el suprematismo y la estela de Kandinski, sobre cuya base edificaron el nuevo lenguaje dadaístas y constructivistas, pero el diálogo formal está más allá de las anécdotas.

Nuevo lenguaje

En realidad, incluso más allá de lo que pudieron suponer estos movimientos vanguardistas en sí, con sus correspondientes antecedentes y consecuentes, lo que se impone aquí es el seguimiento de la fantástica aventura de invención de -un nuevo lenguaje, definitivamente al margen del ilusionismo tradicional. Vista retrospectivamente, esta inteligente y sensible selección de piezas se nos manifiesta como la recreación del vocabulario y la sintaxis del lenguaje artístico contemporáneo, cuya autonomía, por fin puesta decididamente en práctica, utiliza los nuevos materiales y se fascina por las texturas lo mismo que saca todo el provecho imaginable de las técnicas del collage y sus derivados. Es, en efecto, la gramática de un nuevo mundo materializado.

Dadá y constructivismo es, por tanto, una maravillosa puesta en escena de un momento capital de la invención del lenguaje artístico moderno, que no empieza estrictamente antes del cubismo. De hecho, la muestra arranca emblemáticamente con un par de obras, respectivamente, de Braque y Gris, a las que debería haber acompañado un Picasso cubista -el único fallo, evidentemente no voluntario, de esta magnífica exposición-, para, inmediatamente, introducirnos de lleno en el mundo de M. Duchamp, Picabia (¡qué maravilla, por cierto, Lénfant carburateur, procedente del Guggenheim!), Raymond Duchamp-Villon, A. Archipenko, A. Exter y otros, donde poscubismo, dadaísmo y constructivismo comienzan a entremezclarse.

Diseñado el montaje con un extremo refinamiento, que revela el amor de su autor por este tipo de obra al límite, la riquísima documentación aportada, que debe ser considerada tan excelente obra de arte como las pinturas y esculturas, se exhibe mediante una alargada estantería empotrada que unifica todas las salas sin quebrar la delicada magia del ambiente. Hay algunos ámbitos de sobrecogedora belleza, como el cuarto dedicado a Arp o el de Malevitch, por no hablar ya de las piezas, singulares en sí, que harían interminable nuestra relación.

Conviene saber de antemano, en cualquier caso, que se han reunido obras, además de los artistas ya citados, de Gabo, Tatlin, El Lissitzky, Rodzchenko, L. Popova, Baader, Hausmann, H. Húch, M. Errist, Man Ray, Kurt Schwitters, Theo van Doesburg, Vantorgeloo, Sophie Taetiber, H. Richter, L. Moholy-Nagy, Ivan Puni, Oiga Rozanova, O. Schiemmer, K. Kobro, W. Strzemínski...

Concebida por A. Nakov en seis diferentes apartados, que responden respectivamente a los elocuentes títulos de Obras iniciales, Obras dadá, Estructuras elementales, Materiales constructivistas, Obras sintéticas y Obra gráfica, la exposición aporta la sorpresa complementaria de la.reconstrucción in situ de tres ambientes históricos: el Espacio Proun, de El Lissitzky, diseñado originalmente en 1923 y rehecho en 1965; la Habitación de flores, de Theo van Doesburg, cuyas fechas de construcción y reconstrucción datan de 1925 y 1968, y por último, el golpe de efecto final, con el que, además, se concluye el recorrido de la muestra, en forma del mítico Merzbau I o La catedral de la miseria erótica, de Kurt Schwitters, realizada en 1920 y que se mantuvo en pie hasta 1936, objeto de una reciente reconstrucción a cargo de Peter Bissegger con motivo de la magna exposición Der hang zum gesamtkunstwerk, que Harald Szeemann llevó a cabo ahora hace más de un lustro.

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