Crítica:DANZA

'Angel' y 'duende'

"Yo creo que duende y ángel es la misma cosa", dijo en una ocasión Blanca del Rey. Y puntualizaba: "El ángel es la gracia y el duende es lo profundo". Totalmente de acuerdo. Si se conjuran ambos términos, mas sabiduría del baile, más sentido y sentimiento, más capacidad de transmisión, más refinamiento estético, más imaginación creadora... tendremos la imagen de una excepcional bailaora. Si queremos ponerle un nombre, ya está dicho: Blanca del Rey.Yo diría que en Blanca hay más ángel que duende. Esos bailes luminosos de inspiración gaditana o ultramarina -las...

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"Yo creo que duende y ángel es la misma cosa", dijo en una ocasión Blanca del Rey. Y puntualizaba: "El ángel es la gracia y el duende es lo profundo". Totalmente de acuerdo. Si se conjuran ambos términos, mas sabiduría del baile, más sentido y sentimiento, más capacidad de transmisión, más refinamiento estético, más imaginación creadora... tendremos la imagen de una excepcional bailaora. Si queremos ponerle un nombre, ya está dicho: Blanca del Rey.Yo diría que en Blanca hay más ángel que duende. Esos bailes luminosos de inspiración gaditana o ultramarina -las cantiñas, las guajiras- tienen en ella intérprete ideal, con raudales de gracia y encanto. Pero que no se queda en eso. Blanca afronta estos bailes con, una fresca y jugosa inspiración que la lleva a ensayar todas las variaciones imaginables, incluso las que pueden parecer más arriesgadas.

Recitales de baile flamenco por Blanca del Rey

Bailaores: Mariano Torres, Juan Fernández, Gabriel Heredia, José Manuel Aller. Cantaores: Cancarálla de Marbella, Manuel Palacín, Manuel el Flecha, Gabriel Cortés. Guitarristas: Felipe Maya, Curro de Jerez, David Serva. Teatro Alcalá Palace. Madrid, 9 de junio.

También hay duende en ella, por supuesto, en esos bailes de tanto respeto como la siguiriya o su personalísima soleá del mantón. Esto del mantón es algo que en pura ortodoxia flamenca puede causar aprensión, porque el baile de por sí es tan rico en contenido que no necesita ningun accesorio ajeno.

Ni siquiera las castañuelas me parecen convenientes en el bailejondo, aunque admito que Blanca las mete en las siguiriyas con una suerte de delicadeza impecable.

Con el mantón pasa algo así. Resulta que bajo él hay un baile de tal suntuosidad, tan hermoso, y el mantón es integrado tan propiamente en la danza, que lo que vemos es de una belleza increíble e incluso a veces sobrecogedora. No hay duda de que Blanca del Rey se identifica con este baile de una manera tan plena y, total que es como si se evadiera de cuanto la rodea, de la admiración del público expectante también, y bailara para ella sola.

En las siguiriyas no alcanzó ese grado de perfección. Quizá salió algo crispada, porque problemas surgidos en el último momento obligaron a prescindir de la megafonía. Tampoco ahí la coreografía me pareció nada del otro mundo, con ese yunque inevitable en escena, un topicazo sin justificación alguna. La idea es también el punto débil, a mi entender, en los tangos, que pretenden contar una historia un tanto sentimentaloide y ramplona. Estaría mejor, creo yo, que Blanca bailara sencillamente, con la donosura con que baila ese estilo, muy bien secundada por Torres y Fernández.

Clase

Son estos dos excelentes bailaores que con sus compañeros forman un espléndido grupo de hombres al servicio de Blanca y, en consecuencia, del espectáculo. Torres, suficientemente acreditado, corroboró su gran clase. Juan Fernández es un joven bailaor cuya fuerza arrolladora le valió clamorosas ovaciones. Pero en el flamenco la fuerza es sólo un valor.Fernández debe serenar su baile para darle un mayor contenido jondo, interiorizarlo, parar y templar en términos taurinos, como Torres templa su baile por soleá en ese sensacional número en que actuaron solos los cuatro cantaores y los cuatro bailaores. Todos espléndidos, así como ese fenomenal trío de guitarristas. Un gran conjunto, en definitiva, para un espectáculo de la máxima dignidad.

Digamos, finalmente, que la falta de megafonía no se echó de menos en nada. A fin de cuentas, un teatro está hecho para que se hable en su escenario y eso se oiga. El abuso de los decibelios tan en boga hoy no es más que una deformación y un vicio. Sin amplificación de sonido el cante y el toque tienen más relieve, mejor calidad, a falta solo de pequeños ajustes para lograr los niveles óptimos.

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