Crítica:DANZA

¡Toma baile!

Para esa parte del público ahíto de teatro-danza -donde cada vez se habla y se pasea más, pero se baila menos-, la visita de la compañía de Jennifer Muller, que ya estuvo en Madrid hace siete años, es un revulsivo cercano al purgante: "¿Quieres baile? ¡Toma baile!", parecen decir los 10 bailarines -que cunden como 20-, que se llevarían el trofeo al mayor número de movimientos por segundo, si es que alguna vez los organizadores del Madrid en Danza se animaran a dar premios.Jennifer Muller es una espléndida bailarina norteamericana -lamentablemente no bailó el martes- que empezó su...

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Para esa parte del público ahíto de teatro-danza -donde cada vez se habla y se pasea más, pero se baila menos-, la visita de la compañía de Jennifer Muller, que ya estuvo en Madrid hace siete años, es un revulsivo cercano al purgante: "¿Quieres baile? ¡Toma baile!", parecen decir los 10 bailarines -que cunden como 20-, que se llevarían el trofeo al mayor número de movimientos por segundo, si es que alguna vez los organizadores del Madrid en Danza se animaran a dar premios.Jennifer Muller es una espléndida bailarina norteamericana -lamentablemente no bailó el martes- que empezó su carrera profesional hace más de 25 años de la mano de José Limón, una de las grandes personalidades de la danza moderna estadounidense, aunque su estilo tiene quizá más que ver con el de Louis Falco, también discípulo de Limón, que desarrolló la sensualidad y el vértigo del movimiento puro frente a la intención dramática y trascendental del maestro de origen mexicano, y al que también estuvo asociada durante muchos años.

Jennifer Muller and the Works

Interrupted river (Muller-Yoko Ono); Occasional encounters (Muller-Halley); City (Muller-Van Tieghem). Coreografía y dirección: Jennifer Muller. Teatro Albéniz. Madrid, 31 de mayo.

No es que Muller rechace la expresión, ni que la busque a través de ningún formalismo, obviamente ajeno a sus preocupaciones. De hecho, Muller, que ha realizado coreografías para compañías tan distintas como la de Alvin Ailey o el Netherlands Elans Theatre (en los años setenta), dice ver "al bailarín como un individuo, y al baile, como un lenguaje expresivo vibrante", y los tres programas del estreno madrileño tienen temas concretos que van de la confrontación del hombre con el medio (Río cortado, Ciudad) a las relaciones más o menos memorables (Encuentros ocasionales). Pero se deja embalar por una cierta inercia cinética que termina sistemáticaniente arrastrándola hacia un movimiento casi continuo que, si al principio seduce -por su nivel de enerloa. autosostenida, el goce de vitalidad primaria que transmite y el gusto de contemplar el movimiento de tan excelentes bailarines-, llega a hastiar, como una comida demasiado abundante cuya cantidad termina anulando la calidad.

Coreógrafa de gran oficio, que maneja con soltura las formas amplias y fluidas del clásico revisadas por la flexibilidad de torso de la danza moderna (en Encuentros, especialmente) e incorpora también la soltura del baile jazz (en algunos momentos de Ciudad), sus montajes se quedan -sobre todo conforme avanzan en su desarrollo- en pura ilustración, dejando el regusto (nada desagradable) de lo superfluo.

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