Editorial:

La idea del Dos de Mayo

LA FECHA del 2 de mayo de 1808 fue una de esas jornadas broncas y rebeldes de Madrid que de cuando en cuando sobresaltan la siesta nacional. Fecha para la épica patriótica, se capitalizó por conservadores y aislacionistas en una defensa de sus valores. Es decir, contra lo que rezumaba aún en los granaderos y los mamelucos imperiales de Napoleón del espíritu de la Revolución Francesa: el ensueño de libertad, la resistencia al dominio del clero, el pensamiento libre, las aspiraciones a la igualdad y a la democracia. El mismo juego hizo que se llamasen afrancesados y fueran conducidos al exilio a...

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LA FECHA del 2 de mayo de 1808 fue una de esas jornadas broncas y rebeldes de Madrid que de cuando en cuando sobresaltan la siesta nacional. Fecha para la épica patriótica, se capitalizó por conservadores y aislacionistas en una defensa de sus valores. Es decir, contra lo que rezumaba aún en los granaderos y los mamelucos imperiales de Napoleón del espíritu de la Revolución Francesa: el ensueño de libertad, la resistencia al dominio del clero, el pensamiento libre, las aspiraciones a la igualdad y a la democracia. El mismo juego hizo que se llamasen afrancesados y fueran conducidos al exilio algunos de los más preclaros ciudadanos españoles, incluidos no pocos madrileños de pura cepa.El Dos de Mayo se mantuvo siempre como ese dique contra el legado de la Ilustración, la modernidad europea. Aun el antifrancesismo declarado del primer Franco mantuvo esa idea, y en tomo a ella las celebraciones de la Independencia. Otros países europeos que fueron también napoleonizados se airearon después y no dejaron perseverar un rencor que sólo servía contra ellos o contra su propio sentido de la libertad. Y Francia, en fin, se zafó de su propio Napoleón y de sus terribles aventuras.

No siendo ése el sentir público mayoritario espaflol en la actualidad, ni mucho menos la situación de nuestras relaciones actuales con Francia, no se ve la razón por la cual la Comunidad de Madrid ha tenido que elegir el 2 de mayo para celebrar su fiesta. Se ha dejado penetrar sin duda por el tópico sin análisis, o quizá por la toponimia local, que en tomo a la plaza del Dos de Mayo tuvo un día arranque lo que se llamó la movida, que las autoridades municipales dieron en patrocinar, como buscaban otros motivos de un madrileñísmo de comprorriíso que quedaba lejos de la finura de este pueblo de aluvión consolidado. O tal vez también para huir de otras fechas más comprometidas, de las que todavía se discute porque están demasiado vivas.

La comunidad, si tiene motivos propios de regocijo anual o de exaltación de su propio ser -sea cual fuere su insoportable levedad-, podría celebrarlos en alguna otra fecha. Una fecha cualquiera que no tuviera ningún significado o ningún recuerdo histórico podría ser más adecuada para su propia naturaleza comunitaria y hasta para la definición de este pueblo que comenzó por no querer ser corte ni capital y ha terminado con una autonomía que tampoco buscó deliberadamente. Porque precisamente su razón de ser es hasta cierto punto el no ser, el acoger a todos los que llegan y en hacer de ellos esa suma incorpórea de ciudadanos entre los que raras veces se encuentra un madrileño de tercera o de segunda generación. Y que desde luego no siente en lo mínimo el espíritu del Dos de Mayo según ha sido conformado por los hacedores de historia. Aunque aproveche su ocasión de jolgorio, que es una de sus más visibles vocaciones colectivas.

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