FERIA DE SEVILLA

La sombra del barbero

Hubo ayer en la Maestranza indicios, de que el barbero había merodeado por allí. El barbero: ese siniestro operario cuya tarea consiste en afeitarles los cuernos a los toros. Por los síntomas, estuvo, y si no era el barbero sería su sombra, o se trataría de enigmática mutación, según la cual cornamentas curvadas de origen en progresión lógica hasta la punta buída, para su puesta en escena se convirtieron en aplatanadas figurillas, romas como bola.Estaban anunciadas figuras, ya puede imaginarse. Cuando torean figuras amenaza la sombra del barbero por los entre bastidores que importan de la fies...

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Hubo ayer en la Maestranza indicios, de que el barbero había merodeado por allí. El barbero: ese siniestro operario cuya tarea consiste en afeitarles los cuernos a los toros. Por los síntomas, estuvo, y si no era el barbero sería su sombra, o se trataría de enigmática mutación, según la cual cornamentas curvadas de origen en progresión lógica hasta la punta buída, para su puesta en escena se convirtieron en aplatanadas figurillas, romas como bola.Estaban anunciadas figuras, ya puede imaginarse. Cuando torean figuras amenaza la sombra del barbero por los entre bastidores que importan de la fiesta -la dehesa amplia, el chiquero oloroso a boñiga, el mueco tétrico alfombrado de cagallón- y lo normal es que el barbero en propia persona se haga presente. Provisto de serrucho, escofina y poca vergüenza -no tan poca vergüenza como la de quienes le mandan afeitar-, dispone mueco, inmoviliza toro, agarra cuerno, tronza, raja, rasca, y lima, ¡lima que lima!De los famosos silencios de la Maestranza se valen los taurinos. La afición sevillana no es que sea inadvertida ni ciega. La afición sevillana aprecia perfectamente que los toros no tienen los cuernos en su estado natural y lo único que la diferencia de otras aficiones es que se calla. Los taurinos presuponen entonces que quien calla otorga, y les da una alegría tremenda.

González/ Paula, Manzanares, Ojeda

Toros de Manuel González, sin trapío y sospechosos de afeitado. Rafael de Paula: cinco pinchazos y seis descabellos (protestas) dos pinchazos, rueda de peones y bajonazo descarado (vuelta con protestas). Manzanares: estocada corta caída (palmas y saludos); media estocada caída y tres descabellos (palmas y salida al tercio). Paco Ojeda. bajonazo descarado (oreja con protestas); bajonazo, (silencio). Plaza de la Maestranza, 22 de abril. Novena corrida de feria.

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Ante una plaza callada puede salir por los chiqueros lo que les plazca. Y ya que todo vale, ayer no se contentaron con la sombra del barbero sino que echaron una becerrada para disfrute de sus pupilos. Toritos sin trapío y sin cuernos, buenos les son a las figuras para ponerse finas y tremendistas. Así cualquiera. Con esos toritos, Manzanares propuso finuras y Paco Ojeda parones. Ahora bien, torear, a ninguno de los dos se le ocurrió.

Al que se le ocurrió, en cambio, fue a Paula; alguna vez tenía que suceder. Paula había manteado y puñaleado al primero de la tarde, y al comprobar que el cuarto embestía pastueño, le instrumentó unos monumentales ayudados -pierna arqueada, la muleta planchá y abajo-, continuó por redondos ligados y mandones, los abrochó con Cambios de mano y el de pecho, de cabeza a rabo.

Allí fue la locura, la gente en pie, ovaciones estruendosas, clamores, porque el arte se había producido de súbito, envolviendo de luminarias el compendio más acabado del arte de torear. Siguió Paula con su toreo exclusivo, la afición creía estar viendo visiones, y él mismo habría de verlas también. Paula, conmovido y azaroso, no podía abarcar la volcánica inspiración que le bullía en el alma, se le alborotaron las meninges, flotaba sin norte por el albero, ¡Quietooos!, gritaba a nadie, tiró par de pinchazos horrendos, ensayó el natural, se le fue el toro a la lejanía y ni advertía siquiera que era llegada la hora de matar.

Manzanares hizo un gran quite por chicuelinas y pequeñas faenitas de muleta, con muchos derechazos mediocres, algunos naturales destemplados, la pérdida de terreno por norma, el pico por bandera. Paco Ojeda, que pone al revés el compás y así de impropias le salen las suertes, ligó tres derechazos, un cambio de mano y un de pecho a su primer enano acorne, y ese fue su número esperado, que ya no repitió, aunque lo pretendía y media plaza le dedicaba palmas por bulerías para animarlo.

Al sexto le instrumentó derechazos remotos, y uno, de espaldas se lo rechazó la afición. El toreo le es ajeno y da lo mismo que le alleguen al barbero y su sombra, pues Ojeda no plantea problemas de valor, sino. de sentimiento. Ayer Paula le puso delante una muestra de toreo puro y no es muy seguro que se llegara a enterar.

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