'Matanza' en las Alpujarras

Más de 5.000 personas asistieron al ritual del sacrificio de seis cerdos

La banda de música atacó el pasodoble Amparito Roca hacia las once de la mañana, cuando las cocineras ya repartían la masa de morcilla entre las más de 5.000 personas que acudieron a la matanza pública del cerdo celebrada el domingo en Pampaneira, en las Alpujarras granadinas. Las familias enteras se retrataban junto a los cerdos desangrados, los enamorados posaban con un codillo entre las manos y los más afortunados ponían a asar en las hogueras lomos, solomillos y costillares. Unas siete horas después del comienzo apenas quedaba un rastro de los seis cerdos sacrificados, y los automovílistas...

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La banda de música atacó el pasodoble Amparito Roca hacia las once de la mañana, cuando las cocineras ya repartían la masa de morcilla entre las más de 5.000 personas que acudieron a la matanza pública del cerdo celebrada el domingo en Pampaneira, en las Alpujarras granadinas. Las familias enteras se retrataban junto a los cerdos desangrados, los enamorados posaban con un codillo entre las manos y los más afortunados ponían a asar en las hogueras lomos, solomillos y costillares. Unas siete horas después del comienzo apenas quedaba un rastro de los seis cerdos sacrificados, y los automovílistas, ahítos, aguardaban el regreso por las atascadas carreteras alpujarreñas.

La matanza fue organizada por el Ayuntamiento de Pampaneira, y la asistencia superó la previsión. En los pueblos cercanos, como Bubión, Capileira y Pitres, la multitud llenó los hoteles, fondas, pensiones, restaurantes y figones. La fiesta, más -sosegada, se inició el sábado.Una docena de mujeres de Pampaneira, contratada con los fondos del Plan de Empleo Rural, coció y trinchó 900 kilos de cebollas, puso en remojo un centenar de kilos de patatas en cascos y preparó un ajilimoji con pimientos secos.

Los visitantes siguieron los preparativos catando el vino de la tierra, del que se repartieron en total unos 3.000 litros.

La función estelar fue el domingo. Minutos después de las nueve de la mañana comenzó el sacrificio de los seis cerdos -uno de ellos donado por la diputación provincial- a manos de otros tantos expertos matanceros.

Los asistentes más madrugadores se dividían entre darse al vino y al aperitivo de papas cocidas con aceite y manteca o inaugurar el día a base de chocolate caliente y tejeringos. El Ayuntamiento había dispuesto las dos opciones.

Entre tanto, el público asistió con entusiasmo a la consumación de la matanza. Familias boquiabiertas observaban el proceso de achicharrar el pelo de los gorrinos con retamas ardiendo. Mientras el veterinario hacía la prueba de la triquinosis, el público posaba junto a los cadáveres sonriendo a la cámara fotográfica y con las manos desmayadas sobre las paletillas.

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Recuerdo constitucional

Antonio Álvarez, administrativo del Ayuntamiento de Pampaneira e inventor del acto, dirigió desde un balcón el ritual "En estos momentos se procede a quitar el cabello a los seis cerdos, seis. Los marranos están ardiendo". El animador mientras relataba las fases, de la fritanga, recordó desde el altavoz la Constitución y a las autoridades llegadas."Se ruega a la banda de músíca de Ugíjar que toque un bailable", ordenó Antonio Álvarez. En ese monmento cientos de manos con plato y tenedor pugnaban por una ración de masa de morcilla y un vaso de vino. La banda tocó Paquito el Chocolatero, y más tarde La raspa. "Acaban de llegar a la plaza los consejeros de Cultura, de Educación y de la Presidencia. Un aplauso para nuestro alcalde si consideran que se lo merece", siguió Álvarez desde el micrófono, y el público estalló en palmas.

La voracidad casi se generalizó cuando los cerdos fueron abiertos en canal y desposeídos de lomos, jamones, mondongos y chuletas. Los asistentes hacían corros frente a los animales para conseguir carne fresca, que luego asaban sobre las ascuas de varias hogueras dispersas por la plaza. En los corros mordisqueaban las orejas, a veces escasamente hechas.

"Se ruega que no tiren los platos, ya hemos repartido los 3.000 de que disponíamos", continuaba Antonio Álvarez desde el estrado. Hacia las dos de la tarde se repartieron las vísceras, y la plaza estaba desbordada.

El declinar del sol coincidió con el fin material de los cerdos. Además del éxtasis por la comida, apenas si quedaba un indicio de los animales. Las carreteras sinuosas de la Alpujarra alta soportaron un atasco fenomenal.

Con el ocaso, un grupo de punkis consiguió que los altoparlantes emitieran música más a su sabor, mientras el público se retiraba satisfecho y con un punto de ardor reverdeciendo en el estómago.

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