Jerónimo

Abrió esta breve muestra de flamenco de la IV Semana de la Juventud un concierto de guitarra de Jerónimo Maya, ese niño de diez años que constituye un permanente asombro. Asombro, pasmo, perplejidad, porque realmente no es fácil de entender un caso así de precocidad interpretativa. No es, desde luego, un niño prodigio. Hay demasiada madurez ya en su arte, un profundo entendimiento, un profundo sentimiento de lo que representa lo jondo.Su concierto, en la cripta de ese cenáculo flamenco de Lavapiés que se llama Candela, fue un hermoso acto de comunión jonda. Mozart de las s...

Abrió esta breve muestra de flamenco de la IV Semana de la Juventud un concierto de guitarra de Jerónimo Maya, ese niño de diez años que constituye un permanente asombro. Asombro, pasmo, perplejidad, porque realmente no es fácil de entender un caso así de precocidad interpretativa. No es, desde luego, un niño prodigio. Hay demasiada madurez ya en su arte, un profundo entendimiento, un profundo sentimiento de lo que representa lo jondo.Su concierto, en la cripta de ese cenáculo flamenco de Lavapiés que se llama Candela, fue un hermoso acto de comunión jonda. Mozart de las seis cuerdas, a Jerónimo se le escucha con respeto y emoción, con la íntima e ineludible sensación de que asistimos realmente a algo fuera de toda norma, increíble y maravilloso.

En la última sesión cantó Antonio Carbonell, muy bien acompañado a la guitarra por su hermano Montoyita. Es Antonio un cantaor también joven, 17 años, que se ha tomado muy en serio la profesión en la que quiere hacerse un sitio, manteniéndose fiel a la pureza ancestral.