Crítica:PINTURA

Atmósfera de plenitud

"Cada uno debe encontrar en su trabajo", escribió Rilke a su esposa Clara, "el centro de su vida y desde allí crecer, en irradiaciones, tan lejos como le sea posible". Gloria García (Nueva York, 1945) ha estado centrada en ese modo de crear en el que, al decir del propio Rilke, se halla "el rostro vuelto hacía la contemplación de cosas lejanas, las manos solas". Lo que irradia Gloria García, perdida la mirada a lo lejos, es, empero, una sensibilidad hecha para expresarse en el color; una sensibilidad, en definitiva, que prontamente se diluye en atmósfera.Recordando la trayectoria de Gloria Gar...

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"Cada uno debe encontrar en su trabajo", escribió Rilke a su esposa Clara, "el centro de su vida y desde allí crecer, en irradiaciones, tan lejos como le sea posible". Gloria García (Nueva York, 1945) ha estado centrada en ese modo de crear en el que, al decir del propio Rilke, se halla "el rostro vuelto hacía la contemplación de cosas lejanas, las manos solas". Lo que irradia Gloria García, perdida la mirada a lo lejos, es, empero, una sensibilidad hecha para expresarse en el color; una sensibilidad, en definitiva, que prontamente se diluye en atmósfera.Recordando la trayectoria de Gloria García, hay siempre esa constante vertebral de logradas atmósferas cromáticas, que son, a la vez, temperaturas sentimentales y mapas anímicos. Es un universo de sugerencias, cuyo lirismo ha arrastrado no pocas veces sutiles tormentos interiores, que eventualmente emergen en la superficie, signos, raspaduras, una tonalidad fría, un contraste agrio.

Gloria García

Galería Juana de Aizpuru. Óleos y técnica mixta en cuadros de gran formato. Precios de 300.000 a 400.000 pesetas. Barquillo, 44. Madrid. Hasta el 19 de noviembre.

Estas desgarraduras que se hacen notar sin menoscabo, pues han sido siempre más expresivas que expresionistas, aparecieron con cruda nitidez, sobre todo, en su anterior muestra individual en la misma galería de Juana Aizpuru.

Más enterradas, ahora, sin embargo, siguen ahí, como un vago resplandor en sordina. Los cuadros actuales, quizá por eso mismo, producen la impresión de una belleza encalmada, como si, tras una prolongada pugna, la mirada perdida y las manos solas hubieran logrado serenamente acoplarse. Es un problema de madurez vital y, naturalmente, de dominio técnico. Son cuadros rotundamente bien pintados, completos.

Ahora más que nunca, hay que fijarse en los detalles. Los fondos son igualmente brillantes y atrevidos; las construcciones, sabias; los signos, precisos y punzantes. La materia, no obstante, se ha espesado, erizando la superficie, que en determinadas zonas es de una textura rugosa y áspera. Se expresa así lo de siempre, pero mucho mejor dicho; dicho, discretamente, de una vez. En realidad, en esta exposición, más que tratar de contarnos algo, Gloria García simplemente brilla en medio de una atmósfera de plenitud.

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