Los tres Ojeda

Torrestrella / OjedaToros de Torrestrella, bien presentados, nobles, flojos. Cinco de ellos marcados con el número cuatro. Paco Ojeda, único espada: oreja, palmas, dos orejas, silencio, oreja y oreja. Salió a hombros.

Plaza de la Real Maestranza de Ronda. 12 de septiembre.

Ojeda es un torero de multitudes. Y son éstas las que lo han hecho rico. Ayer, cuando en la faena del tercer toro los tendidos le gritaban "¡torero!" era precisamente por su heterodoxia respecto a los cánones del toreo. Ojeda pensará que a él qué le importa. Su toreo, el que enardece a las masas, produce la...

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Torrestrella / OjedaToros de Torrestrella, bien presentados, nobles, flojos. Cinco de ellos marcados con el número cuatro. Paco Ojeda, único espada: oreja, palmas, dos orejas, silencio, oreja y oreja. Salió a hombros.

Plaza de la Real Maestranza de Ronda. 12 de septiembre.

Ojeda es un torero de multitudes. Y son éstas las que lo han hecho rico. Ayer, cuando en la faena del tercer toro los tendidos le gritaban "¡torero!" era precisamente por su heterodoxia respecto a los cánones del toreo. Ojeda pensará que a él qué le importa. Su toreo, el que enardece a las masas, produce la emoción del drama, no la emoción del arte de torear.

Ayer yo aprecié tres Ojedas distintos. El primero, que he descrito, en donde los muletazos son muy cortos, no se sabe bien dónde empieza un muletazo y dónde termina otro. Es también el Ojeda de la muleta a modo de péndulo, donde creo que acaba hipnotizando al toro y al público.

Decir que la quietud en el toreo es una virtud resulta de perogrullo. Pero una cosa es la quietud y otra el inmovilismo. Una vez terminada una serie, si el toro no ha quedado en el lugar adecuado, el torero ha de enmendar su posición para que el toro quepa. A Ojeda, por ese afán inmovilista, muchos pases de pecho no le salen limpios, sencillamente porque el lloro no cabe.

El otro Ojeda, el de los ortodoxos, también estuvo ayer en Ronda. Muletazos largos con enorme temple, con hondura en los naturales y en los trincherazos. Lo que pasa es que ese toreo no enardece tanto a las masas. Fueron las faenas al primero y al sexto, en las que, por no matar bien, sólo se le concedió una oreja. En este último banderilleó con más pena que gloria.

El tercer Ojeda fue el del toro segundo, con casta y genio, al que el de Sanlúcar, ayuno de técnica, no supo lidiarlo como su enemigo requería, y anduvo apurado con él. Al cuarto lo dejó inválido el picador, y por muchos mimos que el diestro le prodigaba, no podía tenerse en pie y optó por matarlo.

La presidencia, muy rigurosa, escuchó varias broncas a lo largo de la tarde, especialmente por denegar el rabo en el tercero, en donde el Ilusionista Ojeda deslumbró al toro y al público. Yo me quedo, con todos los respetos, con el Ojeda de los ortodoxos.

A destacar la anomalía de que los toros habían nacido en 1984, al amparo de una autorización administrativa que se arbitró para 1986.

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