Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Festival y concurso, unidos en el homenaje a Rubinstein

Después de las duras jornadas finales en el concurso Paloma O'Shea, la Orquesta Nacional y Jesús López Cobos reunieron el jueves a más de dos mil personas en la plaza Porticada para ofrecerles sus versiones de las sinfonías Júpiter, de Mozart y Séptima de Bruckner.Quizá habría que precisar: en la gran obra bruckneriaría tuvimos evidencia del pensamiento musical de López Cobos; no creo, en cambio, que firmase como algo definitivo la traducción de la Júpiter. Dada la densidad y proporciones de las sinfonías de Bruckner, es aconsejable no incluir nada más en sus programas...

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Después de las duras jornadas finales en el concurso Paloma O'Shea, la Orquesta Nacional y Jesús López Cobos reunieron el jueves a más de dos mil personas en la plaza Porticada para ofrecerles sus versiones de las sinfonías Júpiter, de Mozart y Séptima de Bruckner.Quizá habría que precisar: en la gran obra bruckneriaría tuvimos evidencia del pensamiento musical de López Cobos; no creo, en cambio, que firmase como algo definitivo la traducción de la Júpiter. Dada la densidad y proporciones de las sinfonías de Bruckner, es aconsejable no incluir nada más en sus programas, como suele hacerse casi siempre, y bien lo sabe López Cobos, como ciudadano musical de Europa y América.

Lo cierto es que tuvimos un excelente Bruckner, lo suficientemente prieto en su forma y lo convenientemente flexible en su variedad narrativa, tan anticipadora a veces y tan encariñada con el pasado vienés en tantas ocasiones. De tal modo puede sorprendernos una paisaje netamente estraussiano o una excursión lírica hija directa de Franz Schubert. Director y orquesta recibieron las mismas ovaciones.

El día antes, la ONE impuso su medalla de honor a Paloma O'Shea, quien antes había recibido la de la Sociedad Internacional Rubinstein de manos de Jacobo Bistriszki, en el acto de entrega de premios del IX Concurso Internacional de Piano.

Patrocinado por el mismo concurso e incluido en el programa del Festival Internacional dentro de la serie de actos de homenaje a Arturo Rubinstein, Nikita Magaloff tocó en el claustro de la catedral, abarrotado de público, todo un programa Chopin. Con todo y permanecer vivo y fresco, el Chopin de Magaloff es, al mismo tiempo, un valioso testimonio histórico, pues resume la mejor línea pianística del XIX -que, como explicaba en su conferencia el crítico americano Harold Schonberg, no siempre, ni mucho menos, cedió a tentaciones retóricas- y anticipan la elegancia de estilo, la mesura expresiva, la más exacta realización del rubato y el más inteligente uso del pedal propios del pianismo moderno. Además, el arte de Magaloff permanece comunicativo, natural y trascendente. Los 75 años del pianista no han disminuido, ni mucho menos, la seguridad de sus conceptos.

El Chopin de los 24 preludios, suma casi aforística de todo su pensamiento musical, el de La fantasía en fa menor, los nocturnos, El scherzo en do sostenido y el delicioso y temprano Rondó a la mazurca, entusiasmó a todos. Unos confirmaban y recordaban, otros descubrían y todos obligaron a Magaloff a prolongar su actuación.

Santander, cuyo festival había recibido a Magaloff por vez primera en 1957, le ha renovado su admiración en uno de sus aspectos más importantes: la interpretación del romanticismo y muy particularmente la de su original arquetipo, Federico Chopin.

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