Tribuna:SOBRE EL MALESTAR SOCIAL

El nerviosismo del poder

Ante el actual aumento de la conflictividad laboral, el autor critica la postura gubernamental que responsabiliza al camachismo de casi todos los males del país. Para el vicesecretario general del PCE, los dirigentes socialistas deben comprender que al menos buena parte de los trabajadores de España está harta y desea que se gobierne de otra manera, con más sensibilidad social, con menos arrogancia y más diálogo y, en definitiva, de una manera más normal.

No hay nada más ridículo y a la vez más peligroso que topar con alguien que se crea portador de las esencias de la nación o que, sin ...

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Ante el actual aumento de la conflictividad laboral, el autor critica la postura gubernamental que responsabiliza al camachismo de casi todos los males del país. Para el vicesecretario general del PCE, los dirigentes socialistas deben comprender que al menos buena parte de los trabajadores de España está harta y desea que se gobierne de otra manera, con más sensibilidad social, con menos arrogancia y más diálogo y, en definitiva, de una manera más normal.

No hay nada más ridículo y a la vez más peligroso que topar con alguien que se crea portador de las esencias de la nación o que, sin creérselo, sea tan pillo que intente que los demás se lo crean y tenga medios para conseguirlo. Por desgracia para los humanos, algunos de éstos nos han tocado en infortunio.El España soy yo o el yo soy la Francia, o la Alemania, o Italia, o Estados Unidos, etcétera, los hemos conocido, algunos padecido y hasta combatido, como se ha podido. Es la esencia del autoritarismo, y por ahí empieza a expresarse: el que se enfrenta con mi política o con mi forma de gobernar es nefasto para el país. Suelo hacerlo tan bien, soy tan lúcido y benefactor, me sacrifico tanto gobernando a mi país, que el que se enfrenta conmigo es un injusto, peor aún, un elemento nefando para los intereses de la patria, que, por supuesto, yo represento. Hasta aquí hemos llegado o, de la forma como yo lo cuento, estamos a punto de llegar.

Ante la mayor conflictividad laboral conocida en los últimos años, producto -me atrevo a opinar- de un profundo malestar social quizá no inventado del todo, a los dirigentes del partido que ostenta el gobierno no se les ocurre otra idea más feliz que lanzar una frase lapidaria: el camachismo es nefasto para este país.

Menos mal que al portavoz del PSOE no le ha traicionado el subconsciente, y ha seguido diciendo: y el redondismo, el sindicalismo el socialismo y el comunismo, y todos los ismos que huelen a izquierda y que hoy le vienen largos y anchos a este Gabinete. A continuación se llama a los dirigentes obreros al Ministerio del Interior, se apela a la sensatez de las bases, manejadas, por lo visto, por los malévolos líderes que, a la postre, hacen el juego a la derecha y van a ser los culpables de que ésta regrese al poder, según el último y profundo análisis del presidente del Gobierno.

La realidad, por el contrario, es más sencilla y mucho menos maniquea. El PSOE llega al Gobierno en 1982 con el voto masivo de esos millones de trabajadores (que hoy hacen huelgas y se manifiestan), prometiendo el cambio, la moralidad en la vida pública, la igualdad redistributiva, el ensanchamiento de las libertades, la dignidad nacional y, en fin, un país que funcione. Durante cinco años, los trabajadores han aceptado sacrificios, o, mejor dicho, no se han rebelado contra los sacrificios impuestos (por aquello de que era el primer Gobierno de la izquierda), la herencia era dificil, el desempleo bajaba los humos, los sindicatos no se ponían de acuerdo y porque la gente es paciente y siempre espera a que al final se tenga algún detalle.

No obstante, la huelga, bastante generalizada convocada por Comisiones Obreras en junio de 1985 pudo haber servido de aviso o advertencia de que algún malestar existía; mas no fue así, porque, como todo buen gobernante que se precie, cuando se desencadena una huelga, pongamos por caso de un millón de trabajadores, concluye que se trata de una minoría que no llega al 10% de una población activa que está formada por 13 millones de personas.

Después de junio de 1986, a pesar de todo, el viento empezó a cambiar de orientación. El PSOE gana de nuevo las elecciones, si bien con un millón menos de votos, y, en las sindicales, la CS de Comisiones Obreras consigue significativos avances en las mayores y más importantes empresas de España, donde se hace el sindicalismo más vivo.

Una subida inaceptable

A partir de aquí, un mínimo de perspicacia y, por qué no, de humildad siempre saludable debería haber servido para que el Gobierno hubiese reconocido que el trato de las cuestiones económicas y sociales no había sido el más acertado, incluso que se habían podido cometer algunas torpezas. Porque, después de años de sacrificios en el salario y en el empleo, cuando se está pregonando a los cuatro vientos el final de la crisis y se aventan los importantes beneficios de los bancos, multinacionales, etcétera, podría resultar francamente inaceptable para los sindicatos asumir un 5% de subida de la masa salarial, cuando el año termina con una tasa de inflación interanual del 8,7% y la participación de los salarios en la renta nacional ha descendido en los últimos cinco años en cuatro o cinco puntos, tanto como ha crecido la parte del capital. Beneficios empresariales que nadie garantiza que vayan a crear empleos en los próximos años, pues con el dinero pueden hacerse diferentes cosas además de crear empleo, entre ellas destruirlo pagando indemnizaciones. Los salarios, pues, se arrugan y el paro se estira. Mas no sólo esto resume la situación social de España.

También forma parte de ella el que la cobertura del desempleo se sitúe en el 29,5%, ¿qué hará el otro 70% que está sin trabajo y no cobra el seguro? Quizá lo más sensato fuese preguntárselo de uno en uno, y probablemente, aprendiésemos algo de lo que está ocurriendo en el fondo de la sociedad española. La contratación laboral se ha hecho más flexible, y el trabajo, como es lógico, más precario.

La economía sumergida, las áreas de marginación y las bolsas de pobreza han aumentado en los últimos años. ¿Se puede echar la culpa de todo ello al Gobierno?; evidentemente, no; éste tiene la responsabilidad de enfrentarse con eficacia a esos problemas, y no lo ha hecho. La llamada reconversión industrial nunca ha conocido un plan de reindustrialización, como se prometió, y en la dramática situación de Reinosa se ha actuado con ocultismo -declarando secreto el informe McKinsg- y sin voluntad de negociar con sinceridad.

Así, pues, ¿existen o no existen motivos para el descontento social? Afirmar que las movilizaciones en curso son el producto del camachismo, que está obsesionado con destruir el proyecto socialista, es, permítaseme la expresión por una sola vez, una majadería que espero sea reflejo de nerviosismo malhumorado. Es cierto que Marcelino Camacho simboliza, por su cargo, la oposición del sindicato de Comisiones Obreras a la política social y económica del Gobierno. Lo mismo que Nicolás Redondo también representa la de UGT.

Con ello, lo que procuran es, sencillamente, que los sindicatos cumplan con la función que les es propia, que la Constitución les reconoce como defensores de las aspiraciones del conjunto de los asalariados, sea cual fuere el color del Gobierno que esté en la Moncloa, aunque ese color no les deba ser indiferente. O es que alguien puede pensar que por estar en funciones un Gobierno titulado de izquierda los sindicatos tienen que aceptar la política económica que éste practica, aunque sea ésta conservadora. A la derecha no le hace el juego quien combate esta política, sino quien la practica.

El Gobierno, a este respecto, debería saber que, si la política económica y social que ha hecho estos años se hubiese realizado en cuaIquier país de Europa, los sindicatos habrían reaccionado con más dureza que los nuestros, y también debería comprender que, si esta política la hubiese llevado adelante un Gobiemo conservador, se hubiese producido algún que otro paro general, con la participación de los dos sindicatos y con el PSOE azuzando y bendiciendo las acciones.

Dialogar con los sindicatos

El Gobierno, en este período, no ha conocido sólo la movilización obrera.

Los estudiantes se lanzaron a la calle hace unos meses, y, después de algunas movilizaciones, el Ejecutivo, a través del Ministerio de Educación, negoció con sus representantes, obteniéndose resultados interesantes. No creo que esta postura debilitara la posición del Gobierno, aunque fortaleciese el movimiento estudiantil, cuestión positiva para todos. ¿Por qué no hace. lo mismo con los sindicatos?

El ministro de Economía se reúne continuamente con los banqueros, con la CEOE, en el seno de la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) o de otras entidades de la vida económica. Los sindicatos, en cambio, tienen que entregar sus demandas en los registros de los ministerios.

Es que no ha llegado el momento, de cara al Primero de Mayo, de que el jefe del Gobierno reciba a CC OO y a UGT y que, a partir de ese diálogo, se desbloquee la negociación del sector público, que no puede quedar en el 5%; se inicie un camino que permita resolver asuntos tan graves como la reconversión industrial o la creación de empleo.

Por el contrario, la situación actual con la CEOE animando al ministro de Economía para que no ceda en el 5% en la empresa pública, y viceversa, y el Gobierno, apoyando a ambos, no puede conducir a nada positivo. Se ha discutido, es cierto, sobre la convocatoria de una huelga general.

Con medio sindicato a favor y el otro no favorable, no parecía que, de momento, cuente con todas las posibilidades.

Pero si la patronal y el Gobierno siguen con su actual pinza a los sindicatos en la empresa pública y en la privada, en la reconversión, o amenazando con una ley de huelga, no sería desdeñable convocar un Primero de Mayo en Madrid en el que todos los traba adores de España manifestasen al Gobierno su pensamiento o que las huelgas fuesen mas amplias.

Acaso de esta forma el Gobierno comprendiese que lo que ocurre no es un problema de camachismo, sino que los trabajadores de España, o por lo menos una buena parte de ellos, están hartos y desean que se gobierne de otra manera, con más sensibilidad social, con menos arrogancia y más diálogo, en una palabra, de una manera más normal.

Nicolás Sartorius es vicesecretario general del Partido Comunista de España (PCE).

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