LA LIDIA: FALLAS DE VALENCIA

Un espectáculo siniestro

La fiesta de toros no es el espectáculo siniestro y aburrido que se vio ayer en Valencia. Si lo fuera, ya podríamos darla por desaparecida. El taurinismo ha querido trasplantar a sus cánones más puros los toros chicos, los diestros incompetentes, los banderilleros zafios, los picadores carniceros, la trapisonda, el desorden, la burla, y la fiesta, que tiene órganos delicados, de afiligranado ensamblaje, rechaza estos cuerpos extraños. La fiesta de toros no era ayer tal fiesta sino una impresentable manifestación de zafiedad, montada para lucro de unos cuantos y desesperación de una multit...

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La fiesta de toros no es el espectáculo siniestro y aburrido que se vio ayer en Valencia. Si lo fuera, ya podríamos darla por desaparecida. El taurinismo ha querido trasplantar a sus cánones más puros los toros chicos, los diestros incompetentes, los banderilleros zafios, los picadores carniceros, la trapisonda, el desorden, la burla, y la fiesta, que tiene órganos delicados, de afiligranado ensamblaje, rechaza estos cuerpos extraños. La fiesta de toros no era ayer tal fiesta sino una impresentable manifestación de zafiedad, montada para lucro de unos cuantos y desesperación de una multitud que se había dejado su buen dinero en taquilla y nada más empezar ya estaba deseando marcharse bien lejos, para no volver jamás.

Ibán / Niño de la Capea, Ortega Cano, Sandín

Cinco toros de Baltasar Ibán y 4º de El Torreón, escasos de trapío, flojos. Niño de la Capea: pinchazo y estocada (algunas palmas); pinchazo, estocada trasera atravesada y tres descabellos (silencio). Ortega Cano: pinchazo, estocada trasera tendida caída y nueve descabellos (bronca); estocada (protestas). Lucio Sandín: estocada corta atravesada que asoma dos descabellos (vuelta); media atravesada, cuatro descabellos -aviso- y otro descabello (ovación). Plaza de Valencia, 16 de marzo. Tercera corrida de feria.

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Ninguna emoción en los toros, ningún interés en las dudosas habilidades de los toreros, abulia, incompetencia, manga por hombro. Y por si fuera poco, allí estaba también la acorazada de picar utilizando toda su potencia de fuego. La feroz tropa de castoreño, encaramada en la barbacana de sus percherones, tomaba militarmente el ruedo y lanzaba devastadores ataques contra la indefensa torada, que salía tundida de la refriega.

Sangrando los toros a borbotones por los lomos atrás hasta el meano, mugiendo lastimeras jaculatorias para bien morir y pronto huir de este valle de lágrimas, surgían a continuación los individuos de la cuadrilla, que les correteaban sin disimulos a prudente distancia y les tiraban banderillas, donde cayeran.

Caer en la arena

Solían caer en la arena. Lo mismo daba Corbelle que Molleja; El Brujo que El Jaro; todos lanzaban los palos a estilo comanche, pero sin tino ni grandeza, y al pernear de retorno a los burladeros, dirigían por doquier guiños de complicidad, alardeando de su listeza. La gente les abroncaba, es natural, y cuando estos sucesos se reprodujeron, una vez más, en el quinto toro, se hartó y lanzó al ruedo el material arrojadizo de que disponía, como almohadillas, botes de bebida, cosas así.La banda también dio la nota. Porque en el ruedo podría ser el desastre, pero enmascararlo con una triunfalista sensación era preciso. De manera que estaba Ortega Cano agotando la paciencia del personal con sus relamidos tanteos y ostensibles signos premonitorios de que alguna vez, acaso, cabría la posibilidad de que diera un pase a derechas, cuando la banda rompió a tocar un paso doble marchoso. El público, que ya estaba protestando al torero, protestó ahora a los músicos por manipuladores de la realidad; por hacer uso abusivo de sus estormentos de tocar y tanner, que habría dicho el Arcipreste de Hita, de estar allí.

Afortunadamente para toreros de oro o de plata, acorazada de picar y músicos no estaba el Arcipreste de Hita; menuda lengua tenía. Ni la música hacía falta para nada. Ortega Cano llevaba la suya en su propio toreo, un miserere. Y el Niño de la Capea la trajo de Vivaldi, nada menos, para trapacear de rechazos y naturales, en movimiento continuo, agitando virulentamente la flámula. La música de Vilvadi describía il severo spirar d'orrido vento, famoso pasaje, y Niño de la Capea la acompañaba con el pie. 46 zapatillazos, 46, dio; exactamente 23 zapatillazos en cada toro. Los debe de tener calculados.

Buen cante sabe decir Lucio Sandín, pero ayer estaba afónico y no se le oía. Acaso hizo el toreo peor de su vida profesional. En lugar de ponerle delante al toro la muleta, según dictan los cánones, se la enseñaba detrás, y él se colocaba junto a los pitones, a la moda tremendista. Dispuso de la ocasión de darles un baño a los veteranos y en cambio se lo dio a sí mismo. Fue uno más de los muchos pilares que tuvo la corrida zafia y aburrida. Los tres diestros, sus cuadrillas, sus músicos, hicieron ayer más daño a la fiesta que todos los antitaurinos, desde Eugenio Noel para acá.

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