Tribuna:EL APRA Y LA IMAGEN DE PERÚ / 1

Las promesas de gobierno de Alan García

Ni los diarios y revistas de la oposición han podido escamotearle a sus lectores, al termina el año 1986, los éxitos económicos obtenidos por el presidente Alan García y su equipo de gobierno. Los peruanos, acostumbrados desde hace mucho tiempo a tener y, lo que es más, a dar -Sobre todo en el extranjero- una visión negra y fatalista de su realidad nacional, han tenido que rendirse ante la evidencia de un partido que parece dispuesto a asumir, por primera vez en años de Gobiernos claudicantes, el desafío de erradicar del país los caducos sistemas e instituciones dentro de los cuales ha venido ...

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Ni los diarios y revistas de la oposición han podido escamotearle a sus lectores, al termina el año 1986, los éxitos económicos obtenidos por el presidente Alan García y su equipo de gobierno. Los peruanos, acostumbrados desde hace mucho tiempo a tener y, lo que es más, a dar -Sobre todo en el extranjero- una visión negra y fatalista de su realidad nacional, han tenido que rendirse ante la evidencia de un partido que parece dispuesto a asumir, por primera vez en años de Gobiernos claudicantes, el desafío de erradicar del país los caducos sistemas e instituciones dentro de los cuales ha venido funcionando a lo largo de casi toda su historia republicana.De ser así, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), tras la fallida experiencia militar de finales de los sesenta y primera mitad de los setenta, se habría convertido en la primera organización política que ha gobernado un país entero, y no parte de él.

Gobernar para todos los peruanos es lo que ha prometido repetidas veces el presidente García. Dieciocho meses después de su llegada al poder, el balance resulta por demás prometedor en este sentido.

Tardará, por supuesto, mucho más que un período electoral la erradicación de las lacras que arrastra un país que desde hace mucho tiempo fue descrito como un mendigo sentado en un banco de oro, y del cual hoy podría decirse que sigue siendo un mendigo, pero sentado en un saco de cocaína.

Desgraciadamente, con ser en parte acertadas, estas representaciones de Perú son bastante -desafortunadas, pues tienden a excluir muchísimos aspectos de la realidad nacional y a propiciar una serie de prejuicios que terminan por cegar al observador incauto. Y todo ello por causa de una imagen que tiene sus antecedentes en la incapacidad que sufren tantos países en vías de desarrollo de evitar los esquemas foráneos de interpretación que se les aplican, creándose una imagen propia y real tal vez más difícil de entender por el lector, que prefiere las simplificaciones al esfuerzo analítico y bienintencionado.

Acostumbrados a considerar que Europa (y, sobre todo, Francia) es el centro del mundo, los pensadores y políticos latinoamericanos adoptaron los lugares comunes que, desde el descubrimiento mismo, han servido para ir creando una América Latina imaginaria, a veces barroca; otras, romántica, neoclásica, etcétera. Con una visión tan colonialista de las cosas, nuestra historia oficial empezó a ser contada, a menudo, desde el otro lado del Atlántico.

Y así la repetimos nosotros, desde que los fundadores y las elites de las repúblicas independientes de América Latina fueron cayendo en un nuevo tipo de dependencia al trasladar a esa América códigos, instituciones y costumbres que, en vez de acercarnos a nuestra realidad, nos alejaron aún más de ella.

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Resulta increíble (aunque es tristemente cierto) que los primeros escritores que mostraron preocupación por el problema del indio optaron por descubrirlo en los escritos de Rousseau, Chateaubriand o Marmontel, y no donde realmente se encontraban: en nuestras alturas andinas. Fuimos nosotros mismos quienes poblamos nuestro- continente de "buenos salvajes" e "indios de lánguida frente y mirada apacible", cuya psicología, dicho sea de paso, estaba más cerca de la de un francés del siglo XVIII que de la de un boliviano, ecuatoriano o peruano de la misma época.

La identidad propia

La lucha por salir de estos falsos cánones está íntimamente ligada, en América Latina, a la conquista de una identidad propia.

Pero aún hoy los dirigentes de muchos de estos países conviven alegremente con este estado de cosas, mientras que el extremismo izquierdista cae en el mismo juego desde posiciones opuestas, pero no por ello menos foráneas.

Todo intento de gobernar Perú dentro de una democracia realmente popular, legítima, y no solamente legal, encontrará sus detractores en fanáticos activistas y propagandistas de café, cuyas diatribas logran hacer eco en la eterna mala conciencia de tantos intelectuales europeos.

El caso de Sartre, creo, fue realmente ejemplar en este sentido. Atento a tantas y tan diferentes quejas y realidades (cercanas las primeras y muy lejanas las segundas), el notable pensador francés simplemente decretaba desde su poltrona a partir de qué día tal causa había dejado de ser justa, o viceversa.

Sin duda alguna, una obra tan importante como Memoria del fuego, de Eduardo Galeano, calificada de "Biblia de América Latina" por un periodista norteamericano, es la más profunda tentativa de ponerle punto final a este estado de cosas. En sus tres tomos cualquiera puede comprobar (y cuando digo cualquiera, me refiero también a los latinoamericanos de izquierda y de derecha) hasta qué punto la historia de los países latinoamericanos no ha sido a ningún nivel, nacional.

Es decir, que nunca ha sido nuestra historia, sino la de intereses e ideas foráneas haciendo de las suyas en la región, en estrecha complicidad con unas burguesías locales (más apátridas que otra cosa) que, sin iniciativa propia y mediante un juego de intereses, claudicaciones y egoísmos, dieron en llamarse clases dirigentes, cuando en realidad no representaron más intereses que los foráneos, a cambio de migajas del botín, y en general río cumplieron otro papel que el de mantener un status quo a como diera lugar. Gobernaron, pues, contra sus países y sin que les preocupara la realidad total del territorio en que actuaban.

Alfredo Bryce Echenique es escritor peruano.

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