Editorial:

Cultura informática

DURANTE EL mes de diciembre abrió sus puertas a los madrileños, en un pabellón transparente de diseño ultramoderno instalado a pocos metros del templo egipcio de Debod, la exposición itinerante Exhibit, con la cual IBM recorre el mundo -en enero se presenta en Barcelona- ilustrando a la gente sobre el estado actual de la tecnología informática.El público al que se dirigía esta exposición, recientemente clausurada, era el ciudadano medio, en particular los jóvenes. Obviamente, se omitía en ella cualquier referencia a los aspectos más inquietantes de la informática y se cargaba el acento sobre l...

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DURANTE EL mes de diciembre abrió sus puertas a los madrileños, en un pabellón transparente de diseño ultramoderno instalado a pocos metros del templo egipcio de Debod, la exposición itinerante Exhibit, con la cual IBM recorre el mundo -en enero se presenta en Barcelona- ilustrando a la gente sobre el estado actual de la tecnología informática.El público al que se dirigía esta exposición, recientemente clausurada, era el ciudadano medio, en particular los jóvenes. Obviamente, se omitía en ella cualquier referencia a los aspectos más inquietantes de la informática y se cargaba el acento sobre la dimensión ergonómica; es decir, sobre la adecuación de las máquinas al factor humano y su impacto positivo en la vida cotidiana.

La atención del visitante queda irresistiblemente cautivada por los alardes futuristas de una simpática pareja de robots que hace prácticas de geografía, un sistema experto que adivina el animal en que uno está pensando o un ordenador que obedece, dentro de cierto margen, a la voz humana. Otras tantas maravillas -analizador de rayos láser que discrimina categorías y precios de alimentos en un supermercado, corrector ortográfico, programas de diseño y planificación de objetos, sean tebeos o aviones, o la captura y digitalización de imágenes- prometen transformar profunda y positivamente la calidad de la vida cotidiana de sus afortunados usuarios.

Es digno de encomio que el objetivo directo de esta exposición no sea comercial, sino informativo y científico. Quizá por eso, la primera parte de la ruta que se recomienda al público está protagonizada por los chips de silicio, que vienen a ser para la unidad central del ordenador algo así como las neuronas para nuestro cerebro. Y aunque la tecnología informática deba mirar sobre todo al futuro, el visitante en Europa agradece especialmente la oportunidad de contemplar la máquina de cálculo inventada en el siglo XVII por Pascal, el genial europeo que compartió la sensibilidad religiosa de Kierkegaard o Unamuno con la capacidad de ingeniería matemática de Arquímedes o Turing.

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El ciudadano adulto que asiste al espectáculo se suma al entusiasmo del público juvenil, pero experimenta al mismo tiempo una amarga desazón. Porque no puede menos de echar en falta en nuestro país el normal desarrollo social e institucional de eso que los anglosajones denominan computer literacy, y que -podría llamarse en castellano cultura o -más estrictamente- alfabetización informática.

Tradicionalmente, suele entenderse por alfabetización el conocimiento de las bases mínimas de una cultura o una civilización, como lo han sido durante siglos el arte de leer y escribir y el dominio de las cuatro reglas aritméticas en nuestra civilización occidental. Sin esas bases culturales apenas le es posible a un hombre sobrevivir dignamente en sociedad. Precisamente, la victoria de la Iglesia católica sobre la barbarie de la Edad Media tuvo por fundamento la sabia medida de no dedicar exclusivamente el tiempo de sus expertos a la producción de abstractos teoremas de teología, sino también a impartir la enseñanza popular de materias o niveles elementales.

En la nueva era posindustrial, la amenaza de barbarie es polivalente. Porque tan pernicioso será olvidar el sentido humanista de la cultura como -por usar la barata expresión de nuestros políticos- perder el tren de -las nuevas tecnologías.

La alfabetización informática no hará, ciertamente, del ciudadano un investigador o un experto en la materia, pero sí un consumidor o un usuario inteligente que no se deje seducir por los espejismos del mercado ni amedrentar por la insolente arrogancia de los tecnócratas establecidos.

Lo natural en un país como el nuestro es que fuesen los centros oficiales de enseñanza, especialmente las facultades universitarias, sin excluir las de humanidades, los que llevaran, de acuerdo con la misión de la Universidad sugerida por Ortega, la iniciativa de la cultura informática. Pero los obstáculos que sería preciso vencer para ello, tales como el reciclaje de profesores, el cambio de mentalidad en las instancias que correspondan acerca del valor humano de la cultura y la necesaria distribución de equipos por parte de una Administración que, en materia de servicios, trata a sus masificados estudiantes como el Dómine Cabra a sus pupilos, convierten en utópico lo que es sensato.

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