'Hacer' un torero

En el controvertido contrato de apoderamiento de Martín Berrocal con Juan Mora hay una cláusula inquietante: caso de que el diestro lo rescindiera unilateralmente -lo que, efectivamente, hizo- debía indemnizarle con 20 millones de pesetas. Ante cláusulas de este tipo los taurinos suelen decir que si el torero puede cumplirla es que él y su apoderado funcionaron, y por tanto no hay por qué rescindir el contrato, y si no puede, es que no funcionaron y lo más provechoso para ambos es rescindirlo. La función del apoderado muchas veces es inversora, con el fin de hacer un torero, o rehacerlo, y de ...

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En el controvertido contrato de apoderamiento de Martín Berrocal con Juan Mora hay una cláusula inquietante: caso de que el diestro lo rescindiera unilateralmente -lo que, efectivamente, hizo- debía indemnizarle con 20 millones de pesetas. Ante cláusulas de este tipo los taurinos suelen decir que si el torero puede cumplirla es que él y su apoderado funcionaron, y por tanto no hay por qué rescindir el contrato, y si no puede, es que no funcionaron y lo más provechoso para ambos es rescindirlo. La función del apoderado muchas veces es inversora, con el fin de hacer un torero, o rehacerlo, y de ahí que exija cláusulas indemnizatorias o reconocimientos de deuda.Porque hacer un torero cuesta mucho dinero, y frecuentemente aún cuesta más rehacerlo, cuando no tiene cartel -o, peor aún, tiene mal cartel- y viene rebotado de otros apoderamientos sin fortuna. José Flores Camará, uno de los pocos apoderados clásicos que quedan, opina que lanzar a un novillero puede ser muy caro o muy barato, y lo explica: "Si tiene calidad, es normal que, desde un principio, le vengan los contratos con relativa facilidad, y entonces el apoderado ejercerá su mejor y más específica función, que consiste en dirigirle aportando sus conocimientos y experiencia. En cambio, si no tiene calidad, empeñarse en sacarlo adelante contra viento y marea puede costar una fortuna. El apoderado sabe a lo que se expone".

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Como la escasez de novilladas es un problema real, el apoderado, convertido en ponedor, las organiza para que actúe su pupilo, afrontando fuertes pérdidas. Sólo un equipo de torear cuesta arriba de las 350.000 pesetas. En los inviernos hay que llevar a las ganaderías al novillero que se hace o al matador que se rehace para que se entrenen, lo que tampoco es fácil: invade los tentaderos un señoriteo de invitados que acaparan el disfrute torero de las mejores eralas, y los profesionales modestos en trance de promoción se quedan en ayunas.

También hay cuantiosos gastos de viajes y alojamientos. La cuenta sube, y si el poderdante tiene éxito, se compensará con creces, pero si no lo tiene, por muchas cláusulas indemnizatorias que señale el contrato de apoderamiento, habrá sido una inversión de varios millones de pesetas a fondo perdido.

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