Crítica:'ROCK'

En sus redes

Vaya por delante que Kevin Ayers merece todos los respetos por su independiente trayectoria musical, sobre la que casi siempre ha llevado las riendas.Desde la formación del grupo Wild Flowers hace 26 años, a su paso por Soft Machine y las colaboraciones con Milce Olfield, Steve Hillage, John Cale, Brian Eno y Andy Summers (Police), Kevin Ayers ha mantenido siempre un estilo muy personal y poco reconocido que le ha llevado a un retiro en el pueblecito mallorquín de Deiá, del que sale en muy contadas ocasiones.

Este voluntario alejamiento y su falta de contacto con la realidad del mundo m...

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Vaya por delante que Kevin Ayers merece todos los respetos por su independiente trayectoria musical, sobre la que casi siempre ha llevado las riendas.Desde la formación del grupo Wild Flowers hace 26 años, a su paso por Soft Machine y las colaboraciones con Milce Olfield, Steve Hillage, John Cale, Brian Eno y Andy Summers (Police), Kevin Ayers ha mantenido siempre un estilo muy personal y poco reconocido que le ha llevado a un retiro en el pueblecito mallorquín de Deiá, del que sale en muy contadas ocasiones.

Este voluntario alejamiento y su falta de contacto con la realidad del mundo musical influyen negativamente en sus escasas actuaciones en directo, como se pudo comprobar el pasado viernes en Madrid.

Concierto de Kevin Ayers

Kevin Ayers (voz y guitarra), Ollie Halsall (guitarra, teclados y coros), Pere Colom (bajo) y Kike Villafania (batería). Sala Astoria. Madrid. 28 de noviembre.

El desaguisado

El británico de 41 años tenía ganas de agradar, pero se dio de bruces contra una sucesión ininterrumpida de problemas de sonido que recordaban los conciertos de hace 15 años. Fue verdaderamente lamentable, muy poco profesional y en esas condiciones técnicas el único resultado posible es el caos.En un momento dado, Kevin Ayers se fue del escenario explicando la imposibilidad de continuar, y tenía toda la razón. Los culpables del desaguisado pueden ser varios, pero la responsabilidad última recae en el músico, que tiene la obligación -sobre todo cuando la entrada cuesta 1.200 pesetas- de conseguir que el resultado final sea satisfactorio.

Olvidándose de estos problemas, Ayers demostró que es un magnífico constructor de canciones, muy ricas armónicamente, que interpreta de personal y convincente manera.

Pero se vio preso en sus propias redes, tejidas con la falta de contacto con la música en directo, y lo que podría haber sido un precioso concierto entre amigos -la asistencia de público fue muy escasa- acabó con un sentimiento de desengaño.

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