PAMPLONA: FERIA DEL TORO

Pepinazos contra la acorazada de picar

ENVIADO ESPECIAL, La acorazada de picar está hartando con sus excesos a la afición y público en general, y el de Pamplona no se anda con chiquitas. El de Pamplona, si es de sol, le tira pepinos, manzanas, limones, mendrugos, trozos de hielo, lo que tenga a mano. Es usual que del mocerío de las peñas salga una rociada de pepinazos contra los individuos del castoreño, pero normalmente es una rociada testimonial. Sin embargo, ayer los pepinazos eran a dar, porque dichos individuos destrozaron una precios, a corrida, que salió demasiado encastada y astifina para los intereses de sus generales.
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ENVIADO ESPECIAL, La acorazada de picar está hartando con sus excesos a la afición y público en general, y el de Pamplona no se anda con chiquitas. El de Pamplona, si es de sol, le tira pepinos, manzanas, limones, mendrugos, trozos de hielo, lo que tenga a mano. Es usual que del mocerío de las peñas salga una rociada de pepinazos contra los individuos del castoreño, pero normalmente es una rociada testimonial. Sin embargo, ayer los pepinazos eran a dar, porque dichos individuos destrozaron una precios, a corrida, que salió demasiado encastada y astifina para los intereses de sus generales.

Al quinto, que saltó a la arena como un rayo, el siniestro acorazado de turno le tundió las carnes y lo dejó reservón para los restos. En el sexto, un sardo hermosísimo, el del castoreño lo destruyó, a la vista del público, de los agentes de la autoridad, de la autoridad misma. Algo indignante. La gente ya no sabía qué chillarle para que contuviera su sanguinaria ferocidad.

Osborne / Niño de la Capea, Ortega Cano, Espartaco

Toros de José Luis Osborne, bonitos y variados de capa. Niño de la Capea: estocada trasera (ovación y salida al tercio); medía ladeada (aplausos y saludos). Ortega Cano: estocada ladeada (oreja); dos pinchazos y estocada corta ladeada; la presidencia le perdonó un aviso (silencio). Espartaco: estocada baja (ovación y saludos); dos pinchazos y bajonazo (algunos pitos). Plaza de Pamplona, 9 de julio. Cuarta corrida de feria.

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Después apareció la infantería, que dio un mitin con las banderillas. Aquello era la culminación del desastre. Entre los del castoreño, encaramados en el catafalco blindado del percherón, y los correveidiles de a pie, que tiran los palos donde caigan, están convirtiendo la corrida en un espectáculo tercermundista y soez; en el argumento definitivo e irrefutable para los detractores de la fiesta. No sólo los protectores de animales asociados; también los enemigos del mal gusto tienen en festejos como el de ayer fundamentos sobrados para escribir un libro lleno de truenos y lamentaciones. La lidia es un orden, evidentemente con sacrificio de la fiera, tanto como con riesgo de los lidiadores, y ese orden exige que sacrificio y riesgo se produzcan equilibrados, sin excesiva ventaja para ninguna de las partes, y al servicio de dos objetivos fundamentales: que el toro pueda exhibir en plenitud su casta; que el torero pueda exhibir en plenitud su arte.

Nada de ésto hubo ayer, salvo la primera faena de Ortega Cano, a un deslumbrante toro perlino, bocinegro y botinero que, si manso, echó arriba su casta en banderillas y embistió con la emocionante agresividad que es propia del toro de lidia. El diestro cartagenero le toreó muy bien por ambos pitones, valiente, técnico, pulcro y hasta se permitió engrandecer las suertes con toques de inspiración.

Al otro, reservón, le presentó pelea muy decidido, consiguió extraerle los poco pases que tenía, aunque no fue muy celebrado pues el público recordaba el palizón que le había pegado al toro el del castoreño, e intuía que el general algo tendría que ver en los desmanes de la brigada acorazada.

Niño de la Capea toreó a su primer toro acelerado, con el pico, echando a correr en el remate de cada pase, robando el siguiente, que salía como saliera. Es su costumbre. A toreros así, toda lavida de la tauromaquia se les ha llamado ratoneros, y ahora resulta que los llaman maestros; no me diga. Al cuarto, castaño, le dio unos muletazos de compromiso, pues estaba inválido de todas las patas. Si no lo protestaron fue porque, a esas alturas, el gentío le daba con fruición a los pucheros de ajoarriero, a las magras con tomate, al champán y al tinto de la Rioja; un ritual sanferminero al que se apunta todo el mundo con fe de catecúmeno.

Para Espartaco hubo un colorao albardado, poquitín chorreao, boyantón. Aprovechando la feliz circunstancia, le dio derechazos, circulares, sesión de rodillas y revueltas. El sardo sexto era el asesinadito y el de los pepinazos. Otra así y la afición presenta recurso al Tribunal Constitucional.

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