Crítica:'LLEGÓ LA SALSA'

Tremenda descarga

Bobby Rodríguez y la Nueva Compañía, Orquesta Ritmo Oriental.Conde Duque. Madrid, 7 de julio.

La ciudad andaba un tanto achacosa después de probar los platos recalentados servidos última mente por el rock anglosajón. Hasta que llegaron tonificantes caribeños, por cortesía institucional y con denominación de origen garantizada: tras parar en las Canarias, desembarcaron en Madrid los salseros y se acabaron las indigestiones y la mala conciencia. Mano de santo, oiga.

Felicísimos de estar en España se proclamaban los neoyorquinos de Bobby Rodríguez y la Nueva Compañía. Die...

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Bobby Rodríguez y la Nueva Compañía, Orquesta Ritmo Oriental.Conde Duque. Madrid, 7 de julio.

La ciudad andaba un tanto achacosa después de probar los platos recalentados servidos última mente por el rock anglosajón. Hasta que llegaron tonificantes caribeños, por cortesía institucional y con denominación de origen garantizada: tras parar en las Canarias, desembarcaron en Madrid los salseros y se acabaron las indigestiones y la mala conciencia. Mano de santo, oiga.

Felicísimos de estar en España se proclamaban los neoyorquinos de Bobby Rodríguez y la Nueva Compañía. Diez elegantes caballeros que procedieron a impartir una magistral lección de salsa metropolitana. En inglés y en castellano, relajados y seguros, demostraron estar en posesión de los secretos del swing y el sabor: nada tan arrebatador como una sección de viento.

Es manjar exótico la salsa, y sus cocineros suelen tener dificultad para conectar con un público poco habituado a tales exuberancias; Bobby Rodríguez y su gente se metieron en el bolsillo a los oyentes sin esfuerzo aparente. Saludaron a los colegas, repartieron piropos, contaron chistes, compartieron la tarima con instrumentistas antillanos afincados en España y, después de encarrilar la fiesta, recomendaron la escucha atenta de la Orquesta Ritmo Oriental, ya que, nobleza obliga, "Cuba es la fuente de la salsa".

Qué contraste, caballero. Tras la sofisticación neoyorquina, una charanga habanera embutida en inenarrables uniformes y que parecía un engranaje más de un show de Tropicana. Peligrosas comparaciones, los recién llegados tenían pinta de somnolientos funcionarios a los que alguien acababa de dar cuerda. Pero las fieras del son procedieron a demoler todas las reservas con una avalancha de payasadas y coreografía vertiginosa, con un sonero que no cesaba de hacer terribles rimas referentes a Madrid y que demostraba incansablemente los movimientos del azúcar, nuevo baile isleño que concluye con una pícara sacudida pélvica.

También invitaron a subir a sus compañeros, y fue entonces cuando la maquinaria torrencial cambió el ritmo y surgió el puro misterio de la comunicación entre músicos. Faltaban micrófonos para que se desarrollara plenamente aquel gozoso diálogo entre instrumentistas con diferentes pasaportes, pero por unos minutos se hermanaron Puerto Rico y Nueva York y Cubita la bella y la gente del exilio. Fue bonito y demasiado breve.

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