Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Un gran Albéniz de Orozco

No es muy explícita la biografía del intérprete incluida en el programa de mano del recital de Rafael Orozco (por cierto, alarmantemente plagado de erratas), acerca de la actividad del pianista andaluz desde 1979 hasta hoy. Debemos suponer que Orozco ha seguido añadiendo éxitos a una carrera internacional que se presenta entre las más brillantes llevadas a cabo por un pianista español de nuestros días. Su recital madrileño del miércoles comenzó con la Sonata KV 331 de Mozart, tocada con exceso de énfasis romántico e inapropiado legato.Siguió con la Fantasía del caminante d...

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No es muy explícita la biografía del intérprete incluida en el programa de mano del recital de Rafael Orozco (por cierto, alarmantemente plagado de erratas), acerca de la actividad del pianista andaluz desde 1979 hasta hoy. Debemos suponer que Orozco ha seguido añadiendo éxitos a una carrera internacional que se presenta entre las más brillantes llevadas a cabo por un pianista español de nuestros días. Su recital madrileño del miércoles comenzó con la Sonata KV 331 de Mozart, tocada con exceso de énfasis romántico e inapropiado legato.Siguió con la Fantasía del caminante de Schubert, piedra de toque para los pianistas. La Wanderer fantasía fue espléndidamente construida por Orozco, que huyó de lirismos fáciles y bordó una fuga enérgica y valiente.

Recital de piano de Rafael Orozco

Obras de Mozart, Schubert, Liszt y Albéniz. Teatro Real. Miércoles 30 de abril de 1986.

Todavía se superó el pianista cordobés en la segunda parte mostrando bien cuánto ha madurado su estilo en los últimos tiempos. Sus tres Sonetos del Petrarca de Liszt, donde lo cantábile y extático puede enmascarar el pianismo trascendente, en extremo virtuoso, de un Liszt decidido -como apunta Enrique Franco en sus notas- a hacer hablar al piano con muy alta espiritualidad, tuvieron en Orozco fiel traductor en el espíritu y en la letra. Nos pareció lo mejor del recital la versión del tercer cuaderno de la Suite Iberia de Albéniz en el concierto del Real.

En estas piezas luminosas, de tan exuberante riqueza rítmica y por qué no melódica, Rafael Orozco supo extraer toda la gracia, el color y la nostalgia que bulle en los endiablados pentagramas del maestro español y además aportar su personal visión, como lo hizo, por ejemplo, en la sorprendente coda de Lavapiés, nunca oída tan castiza y ondulante.

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