Crítica:

La víctima y el verdugo

Su autor calificó a La señorita Julia de tragedia naturalista. Al patio de butacas llega el olor de los riñones que Cristina fríe para Jean. A la cocina de Cristina, a su territorio, llega la señorita Julia -ese pájaro herido, malherido, del que habla Bergman-, furiosa y temerosa a la vez, a birlarle el novio a la cocinera.En el montaje de Bergman, Cristina, la rival -y lo subrayo-, no es una mosquita muerta; es una mujer fuerte, de carnes prietas. Ella misma nos las muestra cuando se lava los sobacos, los pies y las piernas en una jofaina. Cristina es una mujer apetecible que se...

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Su autor calificó a La señorita Julia de tragedia naturalista. Al patio de butacas llega el olor de los riñones que Cristina fríe para Jean. A la cocina de Cristina, a su territorio, llega la señorita Julia -ese pájaro herido, malherido, del que habla Bergman-, furiosa y temerosa a la vez, a birlarle el novio a la cocinera.En el montaje de Bergman, Cristina, la rival -y lo subrayo-, no es una mosquita muerta; es una mujer fuerte, de carnes prietas. Ella misma nos las muestra cuando se lava los sobacos, los pies y las piernas en una jofaina. Cristina es una mujer apetecible que se arregla para ir a bailar con Jean y luego acostarse con él. Pero no contaba con el pajarillo y menos aún con la reacción de Jean. El Jean de Bergman no es, como es costumbre, un ser rudo y calculador: Jean es simpático, charmant y encima es un soñador, que puede llegar a ser brutal.

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La señorita Julia y Jean. Víctima y verdugo, hombre y mujer, a partes iguales. Atracción y repulsión a un tiempo; todo sazonado con un erotismo muy bergmaniano, sin concesiones. Las lilas, el perfume de las lilas está ahí, se huele. Cuando el resto de la servidumbre llega a la cocina de Cristina en esa noche tan mágica como es la de San Juan, todos están bebidos.

Cantan una canción con segundas, alusiva al triángulo. Al aparecer Cristina, otra criada le hace tres veces un gesto obsceno, como queriendo decir: están jodiendo, o te han jodido bien, chica. Y era cierto. Cuando Julia sale de la habitación de Jean, lo primero que hace es correr al jardín a vomitar. Es consciente de que ha cometido un acto de bestialismo. Ha copulado con un animal -como no oculta el texto, que señala incluso la pena: la muerte para el animal y dos años de cárcel para el otro o la otra- y siente asco. Bergman no se anda con chiquitas: lo muestra tal como es. Y así vemos a la señorita Julia lavarse la boca, el rostro, el cuello, en una tinaja llena de agua, para sacarse el asco del cuerpo.

El final es harto conocido. Jean le entrega a la señorita Julia su navaja de afeitar, convencido de que para ella no hay otra salida que el suicidio. Y, en cierto modo, el público siente simpatía hacia el soñador, el sentimental de Jean, por su buena obra... La señorita Julia se marcha a consumar la herida y Jean se queda sólo en la cocina. Y suena la campanilla.

Es el señor conde, que llama reclamando las botas y el desayuno. Y Jean, en vez de quedarse acojonado oyendo sonar la campanilla, pensando en lo que le espera, se saca un peine, se retoca el peinado, coge la tetera, se coloca las botas bajo el brazo y acude a la llamada de su señor. El soñador vuelve a ser un criado, y mañana, hoy, será otro día.

En ese final humorístico -y no es la única nota de humor que nos prodiga Jean, interpretado por un extraordinario actor con un registro tan amplio como el de la actriz que interpreta a Julia-, digno del mejor Charlot, se condensa, a mi entender, la gran intuición de Bergman por dar con ese Strindberg total, ergo humorista. Una lección magistral.

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