EGIPTO - LIBIA: DEL SECUESTRO A LA CRISIS

La noche de la eterna espera

Dos supervivientes del secuestro del avión egipcio reviven su tormento

"¡Que nadie se mueva.'", gritó un hombre en un mal inglés tras levantarse de su asiento con una pistola en una mano y una granada en la otra. Así empezó la pesadilla de 30 horas de los ocupantes del avión de las líneas aéreas egipcias que había despegado 15 minutos antes de Atenas con rumbo a El Cairo. Marta Bruguera, una española que viajaba en la tercera fila, vio atónita cómo el hombre sentado a su lado, y que poco antes le había dedicado una amable sonrisa, sacó las armas de una bolsa de plástico. Otra pasajera israelí, Tamar Artzi también se había fijado en el hombre, de rasgos típicament...

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"¡Que nadie se mueva.'", gritó un hombre en un mal inglés tras levantarse de su asiento con una pistola en una mano y una granada en la otra. Así empezó la pesadilla de 30 horas de los ocupantes del avión de las líneas aéreas egipcias que había despegado 15 minutos antes de Atenas con rumbo a El Cairo. Marta Bruguera, una española que viajaba en la tercera fila, vio atónita cómo el hombre sentado a su lado, y que poco antes le había dedicado una amable sonrisa, sacó las armas de una bolsa de plástico. Otra pasajera israelí, Tamar Artzi también se había fijado en el hombre, de rasgos típicamente árabes mediana estatura, bigote e impecable corbata, que ahora les amenazaba. Marta y Tamar, de 30 y 20 años, respectivamente, han contado a EL PAIS y a The New York Times su terrible experiencia.

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Los primeros momentos estuvieron dominados por la sorpresa y el desconcierto, pero poco a poco fue evidente para todos que estaban secuestrados. "Ves las cosas como si estuvideras leyendo una historia que te es ajena y de repente te das cuenta que estás metida en ella", afirma Marta, que viajaba con una amiga francesa.El miedo paralizó a los pasajeros, que observaron la presencia, más atrás, de otros dos hombres armados y con el rostro cubierto por pasamontañas. Uno de ellos, el jefe, fue hacia la cabina del piloto.

Los secuestradores llevaron a los pasajeros hacia el fondo del avión y, fueron pidiendo los pasaportes. De pronto, un pasajero, uno de los cinco guardas de seguridad egipcios que viajaban a bordo, tras llevarse la mano a la chaqueta, sacó una pistola y disparó contra el terrorista que le había pedido los documentos.

Comenzó un tiroteo en pleno vuelo en el que resultó muerto uno de los secuestradores y malherido el guarda egipcio. Las balas también hirieron a dos de las azafatas y rozaron la cabeza de la pasajera española.

Aterrizaje en Malta

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Cuando la escena volvió a despejarse, los secuestradores hicieron arrastrar el cuerpo de su compañero hacia la parte delantera del avión y seguidamente fueron clasificando a los pasajeros por nacionalidades. Sentaron a los griegos en las filas de la izquierda y a los demás europeos, norteamericanos e israelíes, en las de la derecha. Se prepararon para el aterrizaje y poco después la tripulación anunció que estaban en Malta.Poco después de tomar tierra, los secuestradores permitieron que una ambulancia se aproximara al avión y que un médico subiera a bordo para evacuar a los heridos. Luego empezaron a gritar nombres y dejaron salir a las mujeres griegas y filipinas. "¿Dónde están las israelíes?", preguntaron por último refiriéndose a Tamar y la amiga que viajaba con ella.

Tamar se levantó y se dirigió hacia la puerta pensando que también la iban a dejar salir. Los demás pasajeros creyeron lo mismo, pero de pronto unos disparos rompieron el silencio. "Todo fue muy rápido y tan de sorpresa que no creo que la mujer pudiera darse cuenta de nada", afirma Marta. La incredulidad invadió a los pasajeros, que a partir de ese momento se prepararon a ser cada uno el siguiente.

Hacerse la muerta

Fuera, en la plataforma, Tamar vio cómo el secuestrador apuntó el arma hacia ella. "Creo que grité algo, aunque no recuerdo muy bien si fue un no, no". Una bala le hirió en una oreja y la joven cayó al suelo."Me di cuenta de que estaba viva, pero él no; me quedé quieta hasta que volvió a la cabina y entonces empecé a arrastrarme por las escaleras hasta llegar a tierra, pero una vez allí no sabía qué hacer ni dónde estaba. De hecho, creía que estábamos en algún país árabe, en Arabia Saudí o en Siria. Vi hierba delante de mí y pensé en ir hacia allá, pero también se me ocurrió que podía haber minas. Me senté y me quedé esperando a que alguien viniera a buscarme o me viera".

El que la vio fue el terrorista. Mientras empezó a bajar por las escaleras, la mujer se arrastró por detrás e intentó esconderse. El hombre disparó contra ella y volvió a la cabina. Tamar decidió quedarse donde estaba y hacerse la muerta; empezó a tiritar de frío, pero no se atrevía a huir. Había demasiada claridad porque todas las luces del aeropuerto apuntaban hacia el avión. El reloj de su muñeca marcaba la una de la madrugada.

Cada vez que el terrorista volvía a salir, la mujer pensaba, aterrorizada, que iba a volver a disparar contra ella. Pero cada vez era para efectuar una nueva ejecución, una cada hora, y Tamar vio cómo iban, cayendo a su alrededor los cuerpos de las nuevas víctimas, entre ellos el de su amiga, que había intentado inútilmente esconderse detrás de un pasajero. Al cabo de un rato se dio cuenta de que ella también estaba viva.

Tras las dos israelíes fue el turno de los tres estadounidenses, un hombre y dos mujeres. "Primero llamaron al chico. Él sabía que iba a ser el siguiente, nos lo había comentado; cuando llegó el momento se despidió de nosotros y se fue hacia el terrorista. Se dejó atar las manos sin emitir ni un grito ni una súplica".

Una hora después asesinaron a una de las mujeres norteamericanas y ya no volvió a ocurrir nada hasta las diez de la mañana, en que fueron a buscar a la que quedaba.

"Las ejecuciones las efectuaba el jefe. Simplemente pegaba un tiro, volvía a entrar en el avión y cerraba la puerta. No se le veía la cara, pero, al menos delante de nosotros, parecía un hombre con mucha sangre fría y seguro de sí mismo", recuerda Marta.

"Cuando ya no quedaban ni israelíes ni americanos, mi amiga y yo pensamos que íbamos a ser las siguientes, porque delante de nosotras no había nadie en los asientos. Creo que rezamos e incluso hicimos votos y promesas. También pensamos que si nos tocaba les empujaríamos por la escalera o les arrastraríamos. No sé si llegado el momento lo habríamos puesto en práctica".

El tiempo pasaba muy lentamente. No podían moverse de sus sitios, excepto para ir al lavabo. De cuando en cuando se oía el llanto del bebé que no había sido evacuado y que probablemente reclamaba su biberón.

"Estábamos agotados e intentábamos dormir porque es la única forma de evadirse; los secuestradores no nos informaron en ningún momento de cuáles eran sus intenciones. Lo único que podíamos hacer era esperar y esperar", afirma Marta.

Fuera empezó a llover, y Tamar seguía en el suelo completamente empapada. A las cuatro de la madrugada las luces del aeropuerto y las del avión se apagaron, y aprovechando la oscuridad Tamar decidió salir corriendo.

Hacia las diez de la noche comenzó el asalto del comando antiterrorista egipcio, que duró unos 10 minutos. Los pasajeros estaban sumidos en un duermevela que quedó interrumpido por la explosión de una granada. Los secuestradores huyeron hacia la parte delantera del avión disparando sobre los pasajeros, que no entendían qué ocurría.

El humo, muy denso, se extendió rápidamente por todo el aparato; Marta y su amiga saltaron por las butacas hacia la puerta por donde habían salido los secuestradores. "En ese momento no pensé en que podía encontrarme con los terroristas. Sólo pensaba en que me estaba ahogando y que tenía que respirar", declara la superviviente española.

Un infierno de humo

Marta logró encontrar la puerta de salida y, a pesar de que era muy pesada, abrirla. "Aquello se había convertido en un infierno entre el humo que no dejaba ver nada, el calor y los gritos de la gente. Intenté, sin lograrlo, que la puerta se quedara abierta para que entrara el aire. Recuerdo que durante unos segundos pensé que a los demás les iba a ser imposible salir de allí, que no iban a llegar a tiempo a la puerta".Su amiga, que iba delante, no había conseguido encontrar la puerta y saltó por una de las ventanillas de la cabina que estaba rota. Una vez fuera se tiraron al suelo y respiraron. En la oscuridad se dieron cuenta de que estaban en medio de un fuego cruzado. Agachadas, bajaron las escaleras. Luego salieron corriendo hasta que las reconocieron y las recogieron.

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