Crítica:MúSICA CLÁSICA

Jacob Lateiner, un maestro del piano

Director invitado, el norteamericano Gerad Schwarz, no despertó gran entusiasmo. Tuvimos, en cambio, la presencia de un solista extraordinario: el también norteamericano, de origen cubano y polaco, profesor en la prestigiosa Juilliard, Jacob Lateiner.Carente de las vanidades y pompas tan usuales en grandes intérpretes, el talante de Lateiner es el de un profesor artesano: habla y toca en tono confidencial, seguro de que la más intensa huella de la expresión musical no procede del grito, sino de la verdad.

Bela Bartok no evitó el grito desgarrado y compuso al final de su vida el ...

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Director invitado, el norteamericano Gerad Schwarz, no despertó gran entusiasmo. Tuvimos, en cambio, la presencia de un solista extraordinario: el también norteamericano, de origen cubano y polaco, profesor en la prestigiosa Juilliard, Jacob Lateiner.Carente de las vanidades y pompas tan usuales en grandes intérpretes, el talante de Lateiner es el de un profesor artesano: habla y toca en tono confidencial, seguro de que la más intensa huella de la expresión musical no procede del grito, sino de la verdad.

Bela Bartok no evitó el grito desgarrado y compuso al final de su vida el tercer concierto pianístico, música transparente como un vaso de agua clara y rememorativa. Con acentos sosegados, el músico húngaro, desde el exilio, sondea su memoria y recupera la más felices imágenes de su vida. Pero el dolor del hombre no puede ocultar un rostro que asoma y tan bellos pentagramas aéreos, de tono imprecisamente religioso o de suave coloración popular.

Orquesta Nacional de España

Director: G. Schwarz. Solista: J. Lateiner, piano. Obras de Copland, Bartok y Schumann. Teatro Real. 22, 23 y 24 de noviembre.

El tercer concierto bartokiano se interpreta a veces desde la exageración virtuosística. El acierto de Lateiner es haber llegado al fondo, de la obra para devolvérnosla en su naturaleza lírica y afectiva. Para servir con simplicidad tales ideas es necesaria una gran técnica, y el profesor norteamericano la posee en alto grado, por la nitidez y Agilidad del juego,y la fabricación constante de un sonido bellísimo: como venido de lejos y, a la vez, extraído de las más hondas galerías del espíritu.

La colaboración de Schwarz fue fue mediocre: la orquesta sonó imprecisa, mal cohesíonada, ajena al solista. Mucho mejor quedó el ballet de Copland, Billy el Niño, producción del inteligente autor en los años 30, y deudor del medio específico norteamericano y del París de los tiempos locos.

No encontró el director palabras propias para la Primera sinfonía de Schumann. Todo discurrió bajo el signo de la indiferencia en una de esas lecturas que suelo denominar burocráticas.

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