LAS VENTAS / CORRIDA DE LA PRENSA

Ortega Cano reclama la púrpura

Ahora que se va a ir Antoñete, papa ungido de Madrid, algún día habrá cónclave. Lo que ocurre es que en el sacro colegio cardenalicio de la tauromaquia son pocos y mal avenidos. Y además, aún no está Ortega Cano, obispo de la Cartagena taurina. Naturalmente, este obispo quiere ascender. En sólo unos meses ha pasado de curita de pueblo al obispado, y ahora reclama la púrpura.Ayer, en la corrida de la Prensa de Madrid, fiesta famosa, y en Las Ventas, que es cátedra, hizo méritos para que le vayan bordando los hábitos cardenalicios y vestirlos pronto. En el próximo cónclave debe estar Ortega Cano...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ahora que se va a ir Antoñete, papa ungido de Madrid, algún día habrá cónclave. Lo que ocurre es que en el sacro colegio cardenalicio de la tauromaquia son pocos y mal avenidos. Y además, aún no está Ortega Cano, obispo de la Cartagena taurina. Naturalmente, este obispo quiere ascender. En sólo unos meses ha pasado de curita de pueblo al obispado, y ahora reclama la púrpura.Ayer, en la corrida de la Prensa de Madrid, fiesta famosa, y en Las Ventas, que es cátedra, hizo méritos para que le vayan bordando los hábitos cardenalicios y vestirlos pronto. En el próximo cónclave debe estar Ortega Cano. Volverá entonces el cisma, como siempre, pues Sevilla también tiene sus cardenales y su papa, pero la jerarquía del orbe taurino es así, y no hay quien la mueva, de momento.

Plaza de Las Ventas

4 de julio. Corrida de la Prensa.Dos toros, segundo y sexto, de El Campillo, chicos e inválidos. Primero, sobrero, de Garzón, derrengado. Restantes de Murube, grandes, cojitrancos. Dámaso González: silencio y palmas. Curro Vázquez: silencio en los dos. Ortega Cano: palmas y petición y dos vueltas. Presenció la corrida desde una barrera el Rey, acompañado por su hermana, la infanta doña Pilar, y el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Luis Apostua.

Lo singular de la corrida de ayer fue que no era propicia a promociones ni investiduras. Transcurrió en fracaso, esa es la realidad. Desde que salió el primer Campillo, tronado el pobre, hasta el último, pequeñajo y crepuscular, la lidia se basaba en unos parámateros inquietantes: toros borrachuzos, matarifes a caballo que les partían el espinazo, toreros aburridos.

Los tres espadas brindaron sus primeros toros borrachuzos al Rey, a quien el público había acogido con ovaciones y algunos vivas, y precisamente por eso protestaba que le brindaran semejante ruina. Mala suerte tiene el Rey con las corridas que presencia últimamente: siempre hay bronca por lo calaveras que son los toros.

Dámaso González hubo de abreviar con el sobrero inválido, lo que debió suponer un trauma a su vocación destajista, y se desquitó pegándole pases al cuarto, que se agarraba a una farola. En el tendido 7 había un contable que numeraba los pases: "¡27! .... ¡40!.... ¡56!". Le reventó la faena, claro. Curro Vázquez no tenía contable pero sí censura: "¡Eh, ese picooo!", le gritaba la censura. En efecto, Curro Vázquez, artista de calidades reconocidas, ayer era un desconocido pegapases, encimista, incapaz de ligar, que abusaba del pico y descargaba la suerte.

Los obispos Dámaso y Curro, no van a ser purpurados, por ahora. Ortega Cano sí, para lo cual toreó decoroso al tercero, que ése se apoyaba en una tapia cantando "Asturias patria querida", y al sexto lo recibió en el centro del ruedo, donde fijó su huída carrera con mando de lidiador y le instrumentó unas extraordinarias verónicas de manos bajas. En el fondo estaba tapando la indecorosa presencia del tullido, pero la cátedra disimulaba y ovacionó los lances. Banderilleó el obispo de Cartegena muy mal en tres reuniones y muy bien en otra, saliendo de tablas. El tercio vició al torillo, que debía tener mal vino y empezó a colarse. El peligro dio mérito a la faena de Ortega Cano, que construyó valiente, dominadora, relajada, con garra. Templando el pase, aguantando estoicamente los derrotes, estuvo siempre por encima de la fierecilla, y la tumbó de un estoconazo. El presidente, que ejercía de Don Tancredo con donosura y había tenido una tarde de fastuosas inhibiciones, ni se molestó en conceder la oreja. No ha de importar mucho a monseñor, pues tiene ganada la púrpura y en el próximo cónclave dirá lo que tiene que decir. Por ejemplo, dominus vobiscum.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En