Crítica:

El Único taco de Raphael

Eran las 22.10 cuando Raphael salió al escenario entre el entusiasmo de 70.000 espectadores. Unos cientos de personas, representantes de los clubes de admiradores, llegadas desde toda España con banderas de todo el mundo. A las 0.25 terminaba su agotador recital y el público se marchaba en paz y concordia.Dos horas y cuarto de canciones. Un recital que como tal no fue otra cosa que una actuación más del cantante, con la única diferencia de que, con la distancia a que obliga un recinto tan grande, las principales claves comunicativas de Raphael -la exhibición vocal, la suave procacidad y la amb...

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Eran las 22.10 cuando Raphael salió al escenario entre el entusiasmo de 70.000 espectadores. Unos cientos de personas, representantes de los clubes de admiradores, llegadas desde toda España con banderas de todo el mundo. A las 0.25 terminaba su agotador recital y el público se marchaba en paz y concordia.Dos horas y cuarto de canciones. Un recital que como tal no fue otra cosa que una actuación más del cantante, con la única diferencia de que, con la distancia a que obliga un recinto tan grande, las principales claves comunicativas de Raphael -la exhibición vocal, la suave procacidad y la ambigüedad gestual- no pudieron ser degustadas con suficiente claridad.

El interés del acto estuvo, pues, más que en la propia actuación, en seguir el espectáculo que en sí forman las relaciones del cantante con su público. Un público de muy diversa edad y no tan diversa condición, entregado y entusiasta, que aplaudió hasta romperse las manos, sonrió cómplice ante el único taco del cantante y le siguió por los vericuetos elementales de su mensaje en una ceremonia de identificación e idealización.

Recital de Raphael

Estadio Santiago Bernalbéu. Madrid, 22 de junio.

Alrededor de tres temas construye Raphael su mensaje: amores apasionados que estrangulan el resuello con la punta de masoquismo que asoma por la carne viva del corazón, amores por encima del tiempo y la realidad que subliman a la perfección la vulgar cotidianeidad de los amores de todos los dias; un cierto sentido del españolismo -y la hispanidad tambien-, considerado como un magma protector de ambiguas esencias colectivas, y en tercer lugar, una idealización del artista, "eterno solitario / en mitad del escenario", inaccesible para el gran público en sus grandezas y miserias, pero cargado de sabiduría y experiencia.

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