Crítica:

Fin de temporada en el teatro Principal de Valencia

Programa: F. Poulenc, 'Gloria'; C. Orff, 'Carmina Burana'.

Intérpretes: Danza Viva de Karlsruhe: G. Casado. L. Rusell, soprano; S.

Mariategui, tenor, y P. Binder, barítono. Coro de la RTVE: P. Ortega. Pequeños Cantores de Valencia: J. Ribera. Orquesta Municipal de Valencia: M. Galduf,

Teatro Principal. Valencia, del 6 al 9 de junio.

Bello y homogéneo ha sido lo producido, con cuidado y empeño, para el fin de temporada del teatro Principal de Valencia, cuanto heterogénea era su materia prima: Ballet de Karlsruhe, solistas vocales, Coro de la RTVE, Peque...

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Programa: F. Poulenc, 'Gloria'; C. Orff, 'Carmina Burana'.

Intérpretes: Danza Viva de Karlsruhe: G. Casado. L. Rusell, soprano; S.

Mariategui, tenor, y P. Binder, barítono. Coro de la RTVE: P. Ortega. Pequeños Cantores de Valencia: J. Ribera. Orquesta Municipal de Valencia: M. Galduf,

Teatro Principal. Valencia, del 6 al 9 de junio.

Bello y homogéneo ha sido lo producido, con cuidado y empeño, para el fin de temporada del teatro Principal de Valencia, cuanto heterogénea era su materia prima: Ballet de Karlsruhe, solistas vocales, Coro de la RTVE, Pequeños Cantores de Valencia y Orquesta Municipal.

El director del teatro, Gandía Casimiro, apostó por un combinado difícil, y la fortuna, representada en lo alto de la escena por una gran rueda, con cierto deje arriero, le ha sonreído.

Si a la danza, naturalmente en vivo, acompaña música asimismo en vivo, el acoplamiento puede ser irrepetible y veraz. Por eso es de lamentar -reconociendo lo inviable de otras alternativas escénicas - la disposición de orquesta y coro al fondo y tras un velo, dando su director la espalda a los bailarines: la bella dureza del apareamiento de música y danza hubo de reblandecerse en un ayuntamiento no consumado, con el velo, frontera virginal, interpuesto. La música, aunque viva y en el coro poderosa, sonó distante y, en todo caso, no entregada a la danza.

Música afortunada

No obstante, el juego recíproco de música y danza evidenció que una música trivial, si bien afortunada ella también al amparo de la rueda de la Fortuna que invoca, como los Carmina Burana, funciona mejor en cuanto soporte de coreografía que otra sutil, ácida y compleja, como el Gloria. La pérdida de lujo sonoro en Poulenc velado no se compensaba con la coreografía, feliz en ciertos momentos -el grito de tenores horadando la danza con un chorro de luz- pero desvaída en otros, ignorando correspondencias de la partitura muy dignas de ser gozadas. La fantasía coreográfica a cuenta de Orff, cuajada de aciertos.

En el ballet, supuesto un tono de dignidad, hubo más cosas bellas en las individualidades que disciplina en el conjunto. El coro, acaso la pieza más firme del espectáculo, a causa en parte de la veladura impuesta por la escena, sacó mejor partido del muy complejo Gloria.

La Orquesta subrayó con mesura, suficiente y nunca excesiva. Los solistas, notables: la soprano, en particular, puso en Poulenc el acento más justo, y el barítono mantuvo en Orff una indeclinable buena clase. Galduf, eficaz. Hubo éxito rotundo, y con razón.

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