Tribuna:

Informe sobre la democracia en América

En América Latina se está produciendo un proceso, innovador en muchos aspectos, de sustitución de las estructuras políticas autoritarias por sistemas democráticos. El motor de los cambios políticos, que durante 40 años había sido el concepto de revolución, es cada vez mas el objetivo de una democracia política. En este artículo. Alain Touraine analiza las condiciones necesarias para los cambios democráticos y postula una reflexión sobre el propio concepto europeo de democracia.

Lo que ocurre en América Latina nos afecta directamente. Los esfuerzos llevados a cabo por varios países de es...

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En América Latina se está produciendo un proceso, innovador en muchos aspectos, de sustitución de las estructuras políticas autoritarias por sistemas democráticos. El motor de los cambios políticos, que durante 40 años había sido el concepto de revolución, es cada vez mas el objetivo de una democracia política. En este artículo. Alain Touraine analiza las condiciones necesarias para los cambios democráticos y postula una reflexión sobre el propio concepto europeo de democracia.

Lo que ocurre en América Latina nos afecta directamente. Los esfuerzos llevados a cabo por varios países de ese continente con el, fin de volver a tener regímenes democráticos nos llevan afectivamente a reflexionar sobre nuestras propias democracias.Comencemos por la cuestión más concreta: por qué y cómo un país sale de la dictadura y recupera la democracia. Para una persona democrática, que considera que la democracia es la situación normal y que la dictadura es una enfermedad pasajera, la respuesta puede parecer obvia. Sin embargo, por desgracia, no podemos contentarnos con este optimismo cuando se piensa que Brasil ha conocido diferentes tipos de regímenes autoritarios entre 1930 y 1945 y de 1964 hasta hoy; cuando se piensa que el general Pinochet, contrariando todas las previsiones, sigue gobernando en Chile 11 años después de la trágica muerte de Salvador Allende; que Bolivia ha vivido bajo diferentes dictaduras militares de 1964 a 1978 y de 1979 a 1982. Y así podríamos seguir.

Hay dos maneras de salir de un régimen de dictadura militar: o bien éste se resquebraja desde dentro o bien acaba siendo destruido por la acción política y social. El resquebrajamiento puede producirse por divisiones internas, que pueden acabar en un golpe de Estado liberador como en Portugal en 1974. Sin embargo, en la mayoría de los casos, suele estar provocado por una crisis militar, como sucedió en Grecia a consecuencia del problema de Chipre y en Argentina después de la derrota de las Malvinas. La presión exterior asume a veces forma directa, como ocurrió en Bolivia, donde las grandes huelgas de 1979 condujeron a la expulsión del dictador. Pero, en términos generales, la caída de una dictadura tiene causas más complejas.

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Por ello, el análisis deberá distinguir tres fuerzas internas y dos condiciones externas cuya conjunción permite la vuelta a la democracia.

La primera fuerza es la rebelión moral contra las violaciones de los derechos del hombre por parte de los regímenes represivos. Pinochet será responsable ante la historia de la muerte de Allende y de una represión que ha provocado y provoca la muerte de miles de personas, y el exilio de decenas de miles. Más que ningún otro régimen militar, el argentino ha quedado marcado en el curso de toda su historia por el horror de los desaparecidos. Y entre las fuerzas que lo derribaron, ¿cómo no recordar sobre todo a las locas de Mayo, es decir, a las madres, abuelas y mujeres de los desaparecidos, que cada semana manifestaban su dolor y su protesta ante el palacio presidencial, en la plaza de Mayo?

LA PRESIÓN SOCIAL

La segunda fuerza es la presión social, dado que los regímenes militares han ido unidos siempre a una fuerte concentración de riqueza, a una disminución (brutal en Argentina y en Chile) del nivel de vida del pueblo y al reforzamiento de la burguesía financiera, incluso a expensas de la burguesía industrial. En Brasil han estallado rebeliones provocadas por el hambre, y en los países más al Sur, relativamente más integrados, la miseria y el desempleo han alcanzado niveles tales que han hecho aparecer, pese a la represión o al control de la actividad sindical, movimientos de barrio, como el de los vecinazos de Buenos Aires en 1982, acciones de comunidades de base en São Paulo y la de los grupos de pobladores en Chile y Bolivia.

La tercera fuerza es a la vez económica y política, y se identifica con la voluntad de la clase media liberal de sustituir una política vuelta hacia el exterior (hacia afuera), que le es perjudicial, por un desarrollo dirigido hacia el interior (hacia adentro) que potencie el mercado nacional, permita expresarse a las reivindicaciones sociales y respete las libertades cívicas.

Estas tres fuerzas no se combinan fácilmente. Suele haber una gran distancia entre las aspiraciones de libertad de las clases liberales y los movimientos violentos, por un lado, y, por el otro, la pasividad de las categorías más pobres de la sociedad. Durante casi 50 años, la alianza entre las clases medias y el pueblo, bajo la égida de un Estado populista, ha dominado el continente y ha dirigido su progreso. Ahora esta alianza se ha visto sustituida por una ruptura entre sus componentes: el Estado sólo quiere orden y la integración en el sistema internacional, la clase media desea sobre todo libertad, los desempleados quieren en primer lugar pan y trabajo.

La unión de estás tres fuerzas de oposición depende no sólo de ellas mismas, sino también, y sobre todo, de lo que he llamado las dos condiciones externas que pueden permitir salir de la dictadura. La primera de ellas es casi obvia y, pese a ello, casi siempre nos olvidamos de ella, Si los militares no se hunden, es necesario que acepten irse. Ahora bien, si puede llegar a ser posible que renuncien a una política económica o a una lucha ideológica contra el marxismo, siguen quedando aferrados a dos objetivos: uno es la continuidad del Estado; el otro, su propia seguridad personal. El primero es el más importante. El segundo, en cambio, depende sobre todo de las condiciones de la transición. Brasil consiguió llevar a cabo de manera extraordinaria esta transición, que podría conducir a conclusiones sorprendentes, sin rupturas. Probablemente porque el Ejército había creado una especie de institución militar capaz de garantizar la sucesión presidencial. En Chile, en cambio, el poder militar es como el de un monarca, el general Pinochet, que, por otro lado, no teme compararse a un emperador romano y que no ceja de proclamar su rechazo a una solución de transición negociada. Realmente, una gran porción de la población, entre un cuarto y un tercio, continúa apoyando a Pinochet por temor al caos, y la burguesía empresarial, que se alejó del dictador cuando la economía se hundió, ha vuelto a aproximarse a él, temerosa del comunismo.

La segunda condición externa de la que depende la vuelta a la democracia está relacionada, en estos países de economía dependiente, con la actitud política, militar e incluso económica de Estados Unidos, dada la gigantesca deuda contraída por los países latinoamericanos con los bancos estadounidenses. Países como México, Brasil y también Chile representan una parte demasiado importante del mundo occidental como para que se vean abandonados a sus crisis.

Sintetizando, las condiciones para una

vuelta a la democracia son complejas, lo que explica la extrema diversidad de las situaciones: caída del régimen militar en Argentina, abandono casi espontáneo del poder por parte de los militares en Uruguay frágil y caótica vuelta a la democracia en Bolivia, evolución lenta y progresiva en Brasil, debilitamiento pero continuidad de la dictadura en Chile y estabilidad aparentemente inamovible de Stroessner en Paraguay.LA IDEA DE DEMOCRACIA

Pero no basta plantear preguntas en torno a la vuelta a la democracia. Hay que preguntarse también qué significa democracia, y es precisamente este punto el que tiene que ver con lo que sucede en América Latina y el que nos afecta más directamente. Porque la idea de democracia tiene en Latinoamérica un sentido diferente que en Europa.

Durante décadas, la palabra dominante en América ha sido revolución. Esta palabra significaba que las transformaciones sociales debían pasar a través de la conquista del poder estatal y del hundimiento del ancien régime; es decir, de una oligarquía y, al mismo tiempo, de la dependencia respecto a los centros del sistema capitalista internacional. La sociedad civil, el sistema político, el Estado, en América Latina, han sido durante largo tiempo realidades indisolubles. Los pueblos se consideraban sometidos a un bloque que era al mismo tiempo social, económico, político e ideológico, que ejercitaba una hegemonía real.

Hoy en día, en cambio, en todos los países se impone la idea de democracia. Todavía se oye aquí y allá hablar de democracia formal o burguesa, pero se trata de expresiones moribundas. Las dictaduras han aprendido que las libertades políticas de reunión, de expresión, de representación no eran formales y que, por su supresión, las clases populares tenían mucho más que perder que la propia burguesía, la cual, en la gran mayoría de los casos, no sufrió daños económicos por parte de las dictaduras.

A partir de esta constatación evidente, según la cual la democracia política es la base de las reformas sociales y de las luchas por una justicia y una igualdad mayores, se ha operado una profunda transformación en la representación que de ella se hace la sociedad. La democracia ha acabado por ser considerada no, como antes, como un tipo de sociedad, corno una soberanía popular, sino, de manera muy diferente, como un conjunto de instituciones representativas que garantizan la supervivencia de la mejor combinación posible de los intereses de las distintas clases sociales y de las exigencias del Estado y de su gestión.

EL RESPETO A LAS MINORÍAS

Al igual que en Europa, la democracia, un día identificada con el dominio de la mayoría, se concibe hoy más bien como garantía del respeto de las minorías. Los latinoamericanos, del mismo modo que nosotros los europeos, no creen ya en el mito de la sociedad unida, solidaria, reconciliada consigo misma. Creen más bien que el Estado está sometido a fuertes presiones externas e internas, que el individuo no ha de ser solamente un ciudadano, sino sobre todo una persona. Que los grupos sociales no son sólo los miembros de una colectividad, sino, en primer lugar, actores concretos, comprometidos en ciertas relaciones que pueden conducir a conflictos y a negociaciones directas con otros grupos sociales. Si salir de la dictadura es difícil en América, lo es porque no es posible que esto signifique simplemente una vuelta a un modelo político anterior. A través de esta liberación nace, además, un modelo político nuevo: la separación relativa de las relaciones sociales, de las instituciones políticas y del Estado. Esta evolución se realiza a través de formas mucho más dramáticas de las que hemos conocido los europeos en los últimos 40 años, pero su significado es el mismo. Lo que está en juego en América es la extensión a una importante parte del mundo de una nueva concepción de democracia, que es la contribución fundamental que hemos dado los europeos a la historia en esta parte del siglo XX.

es profesor de Sociología en la École des Hautes Études de París (de la que es también uno de sus directores). Su obra más conocida es quizá L'après socialisme (El pos-socialismo). Se trata de un libro que en 1980 provocó vivas polémicas por su tesis provocativa: el socialismo ha muerto". Es un profundo conocedor de América Latina y ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sociología de la acción, La sociedad posindustrial, Vida y muerte del Chile popular, Producción de la sociedad, Las sociedades dependientes, El país contra el Estado y una Introducción a la sociología.

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