La visita del presidente norteamericano a Europa

Los descubrimientos escalofriantes de los aliados

Las fuerzas aliadas que avanzaban victoriosas por territorio alemán en los últimos días de la guerra hicieron descubrimientos escalofriantes. Al entrar en campos de concentración de Polonia, Alemania y Austria como los de Treblinka, Auschwitz, Sachsenhausen, Bergen-Belsen o Mauthausen, los soldados ya habían oído hablar sobre campos de exterminio, deportación masiva de judíos, gitanos, homosexuales y otras minorías.Sin embargo, las imágenes que se les ofrecían superaban todo lo imaginable. De muchos campos habían huido ya los vigilantes y mandos ante la cercanía de las tropas aliadas.

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Las fuerzas aliadas que avanzaban victoriosas por territorio alemán en los últimos días de la guerra hicieron descubrimientos escalofriantes. Al entrar en campos de concentración de Polonia, Alemania y Austria como los de Treblinka, Auschwitz, Sachsenhausen, Bergen-Belsen o Mauthausen, los soldados ya habían oído hablar sobre campos de exterminio, deportación masiva de judíos, gitanos, homosexuales y otras minorías.Sin embargo, las imágenes que se les ofrecían superaban todo lo imaginable. De muchos campos habían huido ya los vigilantes y mandos ante la cercanía de las tropas aliadas.

Los prisioneros que podían mantenerse en pie esperaban a los libertadores en las puertas, bajo el siniestro lema de Arbeit macht frei (El trabajo libera).

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Más allá de las vallas electrificadas, cadáveres amontonados en el exterior de los edificios, vagones repletos de prisioneros, vivos y muertos, muchos desnudos, rodeados de excrementos. Cadáveres con las cabezas destrozadas por disparos a quemarropa y mandíbulas descoyuntadas por tenazas utilizadas para extraerles los dientes de oro.

A finales de abril, un testigo que sobrevivió a los horrrores del campo de Buchenwald había visto a presos apiñando a compañeros sobre una gran hoguera, bajo la vigilancia de miembros de las SS.

Hambre y degradación

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Algunos aprovechaban para arrancar pedazos de la carne chamuscada de sus compañeros y la engullían con ansiedad. De los presos que vieron la liberación, muchos acabarían muriendo a causa de la extrema gravedad de sus heridas o por la desnutrición y las epidemias que se habían extendido en los campos.

Los habitantes de las aldeas cercanas manifestaban a los aliados que no sabían lo que había estado ocurriendo durante años a pocos kilómetros de su casa. Nunca se preguntaron qué transportaban aquellos vagones. No les extrañaron nunca aquellas enormes colas de familias cargadas con sus enseres en la estación de tren, acosadas como perros por los guardianes de las SS.

De todos los campos, el que más horrores había contemplado, probablemente, era el de Auschwitz, pequeña localidad polaca que hoy se llama Oswiecim. Allí se dio muerte, según los cáculos más fiables, a más de un millón de personas, de las que más de la mitad eran judíos polacos o de otras zonas del imperio nazi. El resto de las víctimas estaba integrado por miembros de la resistencia polaca y gitanos de procedencia generalmente apátrida. En lo que hoy es el museo de Oswiecim, largas listas de asesinados por los nazis, la mayoría de ellos en las cámaras de gas, se hallan expuestas a la contemplación de los visitantes.

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