Un quite para un indulto

Plaza de la Maestranza. Sevilla, 7 de abril. Primera corrida de abono.

Toros de Torrealta, bonitos de tipo y capa, con casta.

Curro Romero. Pinchazo, otro hondo y tres descabellos (ovación y salida al tercio). Estocada corta baja (ovación y saludos). Pinchazo y estocada corta baja (silencio). Rafael de Paula. Cuatro pinchazos y media estocada baja (palmas). Dos pinchazos, estocada corta caída -aviso- y siete descabellos (vuelta con protestas). Lucio Sandín, que tomó la alternativa. Pinchazo, otro hondo y tres descabellos (ovación y salida al tercio).

Estábamos en el...

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Plaza de la Maestranza. Sevilla, 7 de abril. Primera corrida de abono.

Toros de Torrealta, bonitos de tipo y capa, con casta.

Curro Romero. Pinchazo, otro hondo y tres descabellos (ovación y salida al tercio). Estocada corta baja (ovación y saludos). Pinchazo y estocada corta baja (silencio). Rafael de Paula. Cuatro pinchazos y media estocada baja (palmas). Dos pinchazos, estocada corta caída -aviso- y siete descabellos (vuelta con protestas). Lucio Sandín, que tomó la alternativa. Pinchazo, otro hondo y tres descabellos (ovación y salida al tercio).

Estábamos en el último toro, desmayada la tarde y relajándose la tensión de lo que había ocurrido en el toro anterior -¡Una faena de arte!- cuando Paula se abrió de capa para el quite. Cuando terminó, tras dos verónicas memorables y el dibujo de media alada, estalló una ovación de gala, a la que tuvo que corresponder montera en mano. Hubo una voz sobre el griterío de todas las demás: "¡Que le indulteeeen!". Y la ovación crecía, hecha plebiscito, para demostrar que Sevilla está con el torero.Desde el paseíllo estuvo el público con Paula. Desde mucho antes, porque todo el mundo quería asistir a su reaparición, después de lo "der pená", y la Maestranza se llenó hasta la bandera. Cuando las cuadrillas aparecieron por el portón, el despeje verdadero lo hizo la fuerza pública para quitar de en medio la nube de fotógrafos que se arremolinaban delante del diestro gitano. En los tendidos, una masa que buscaba asiento molestaba a otra que se empinaba en las gradas para ver al torero. Vestía de plata y negro, y era un pinsé. Como siempre, ganaba a los demás en estética.

Al torear, también ganó a los demás en estética. No vamos a descubrir ahora a Paula. La reclusión no iba a cambiar su técnica, que continúa siendo tan imprecisa, inadecuada las más de las veces y desastrada cuando le sale errónea. Pero tampoco le iba a anular el singular sentimiento gitano que atesora al interpretar las suertes. O quizá los dardos que hieren el alma se lo han enriquecido. Su primera faena, a un toro reservón de feo estilo, no pasó de voluntariosa, lo cual ya es gloria bendita para un diestro tan pusilánime en el ruedo como Paula. La otra, a un toro noble, alcanzó la genialidad en algunos de sus pasajes.

Acaso perdió Paula en ese toro, que era de gran clase, el triunfo de su vida. O acaso lo ganó. La regularidad jamás ha sido su patrimonio y tampoco lo tuvo esa faena, que decaía lo mismo a la sima del fracaso que enseñoreaba las cumbres del arte. Hubo una serie en redondo, mágica, y cuando decidió echarse la muleta a la izquierda, citó de frente, cogió la muleta por el centro geométrico del estoquillador y embarcó el muletazo con temple exquisito.

Voluntad y sorpresa

Para entonces, en los tendidos era la locura, y todos estábamos en que el lado izquierdo del toro era el bueno. Si Paula lo hubiera visto también, a lo mejor es que no era Paula. Y su sentimiento debió decirle que el arte habría de venir por el otro pitón. No vino el arte, sino una sucesión de pases inconexos, a ratos buenos, a ratos malos. Había que advertir, sin embargo, que el torero estaba valiente, lo cual equivale a decir como nunca, dispuesto a redimir en las suertes de la lidia las circunstancias de su vida. Lo que no sabía Paula es que ya estaba redimido. Fue cuando, en otro quite, hizo el arco de la media verónica con el "crujío e la caera" y ese crujío se escuchó desde el Giraldillo.

Lo escuchó también Curro Romero, en cuyos planes no parecía estar que el compañero le ganara la partida del arte. Curro también salió a por todas, naturalmente dentro de un orden. Curro le dio a su primero unas verónicas de manos bajas, tan bajas, que el toro se pegó un morrón y escapó del lance cojeando. Para la faena de muleta el faraón de Camas utilizó el recurso de aliviarse con la querencia a tablas del animal. Ese recurso llegó a ser descarado y hubo momentos en que el toro estaba pegadito a la barrera, y el torero, cara a la pared, que no es postura ortodoxa para quien ha hecho mística de su galana personalidad.

En el cuarto, casi lo mismo. Curro suele ser torero que explica su lección por los tercios y allí se le quedaba corto el toro. Porfió con insistencia escandalosa, para lo que acostumbra. Sólo al final decidió probar suerte en los medios y allí pudo comprobar que el toro le acudía pronto, demasiado para sus cálculos, por lo que retornó al abrigo de las tablas. En aras a la voluntad demostrada, la gente estuvo respetuosa y los curristas no se tuvieron que comer el romero que habían llevado en brazadas, pues tampoco era para tanto.

La sorpresa, aparte estas actitudes rayanas en el suicidio de los famosos artistas, la dio Lucio Sandín, con un toreo de verdadera categoría. El comienzo de su faena en el toro de la alternativa tuvo extraordinaria calidad y torería. Los ayudados por alto y por bajo a dos manos, la serie en redondo hecha a base de muletazos hondos pusieron al público en pie. Después se amaneró. Seguramente no le faltó técnica, ni valor, sino serenidad para asimilar el momento crucial, en triunfo, que él mismo estaba forjando. Al sexto, un toro reservón y aplomado, le porfió a la distancia adecuada, consiguió sacarle pases y éstos eran largos. Mató muy mal y esto le impidió redondear el éxito que tenía más que merecido.

Paula, indultado por plebiscito, besó la arena y se fue en silencio, en medio de una ovación cerrada. La circunstancia de su vida le esperaba fuera, pero él sabe, todos sabemos, que su vida verdadera está donde estuvo ayer, en el sentimiento del aleteo de una media verónica mágica, marcada "con el crujío e la caera".

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