Editorial:

A los 40 años de Yalta

EL 4 de febrero, hace 40 años, se reunían en el palacio de Livadia, cerca de Yalta, Churchill, Roosevelt y Stalin, y adoptaban, después de siete días de apretadas sesiones, un conjunto de acuerdos trascendentales sobre el futuro de Europa y del mundo. El hundimiento del hitlerismo estaba ya a la vista; tres meses después, el 8 de mayo, tendría lugar la capitulación formal de Alemania. El nombre de Yalta ha adquirido con el tiempo cierto significado mítico: se le identifica con la división de Europa entre una parte dominada por la URSS y otra hegemonizada -al menos en una serie de aspectos deci...

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EL 4 de febrero, hace 40 años, se reunían en el palacio de Livadia, cerca de Yalta, Churchill, Roosevelt y Stalin, y adoptaban, después de siete días de apretadas sesiones, un conjunto de acuerdos trascendentales sobre el futuro de Europa y del mundo. El hundimiento del hitlerismo estaba ya a la vista; tres meses después, el 8 de mayo, tendría lugar la capitulación formal de Alemania. El nombre de Yalta ha adquirido con el tiempo cierto significado mítico: se le identifica con la división de Europa entre una parte dominada por la URSS y otra hegemonizada -al menos en una serie de aspectos decisivos- por EE UU; sólo los países neutrales habrían escapado a ese destino dimanante de Yalta. No parece dudoso que se exagera con frecuencia el papel concreto que las decisiones de Yalta han tenido en la ulterior división de Europa. Es probable que, en ese orden, fueron más determinantes las negociaciones en Moscú entre Churchill y Stalin, en octubre de 1944. En el curso de este encuentro, Churchill tendió a Stalin la famosa hoja de papel en la que había trazado los porcentajes de influencia respectiva para los países balcánicos; por ejemplo, Rumanía, 90% Rusia, 10% el Reino Unido (con EE UU), y para Grecia, el 10% y el 90%, respectivamente... Churchill deja muy claro en sus memorias que no se trataba de algo provisional, sino de decisiones "de las que depende la suerte de millones de hombres". Tal fue, en esencia, el espíritu de Yalta, quizá con un Roosevelt más alejado de las cuestiones europeas.Es, por tanto, legítimo ver en Yalta -en términos generales- el punto de partida del proceso mediante el cual Stalin ha implantado por la fuerza regímenes imitados del soviético, en nombre del comunismo, en una serie de países de Europa oriental, mientras aceptaba, asimismo en nombre de Yalta, que en Grecia los soldados británicos y luego los norteamericanos aplastasen a las fuerzas de la resistencia encabezadas por los comunistas. Las decisiones de Yalta han preparado -y probablemente no podía ser de otra manera, a pesar de las declaraciones solemnes al crearse las Naciones Unidas- una posguerra basada en el reparto de zonas de influencia entre las grandes potencias victoriosas. Otros factores, y singularmente la aparición del arma atómica, han contribuido a dar a la división de Europa un carácter principalmente militar.

Han transcurrido 40 años sin guerra en Europa, el doble del espacio que separó la primera de la II Guerra Mundial. Pero cuesta calificarlos como años de paz. Decenas de guerras han tenido lugar en diversos lugares del mundo; alguna continúa. En Europa, la división ha significado una carrera de armamentos sin precedentes, una militarización creciente de toda la vida social, el "equilibrio del terror nuclear", la negación de las libertades más elementales a numerosos pueblos. Por eso es lógico que hoy, a los 40 años de Yalta, cunda un estado de opinión muy general en el sentido de que es imprescindible superar la situación, la división derivada de la conferencia de Yalta. Europa necesita organizarse de otra manera.

Un tema prioritario es el de la división, y el futuro, de Alemania, que condiciona en cierto modo el problema más general. Dos enfoques se perfilan ya, con contenidos y consecuencias muy diferentes: uno enraizado en mentalidades tradicionales y arcaicas; otro enfilado hacia el futuro. Uno de los hechos más positivos de la Europa contemporánea es la pequeña influencia del revanchismo nacionalista alemán, con reivindicaciones de territorios y cambios de frontera, aunque las vacilaciones del canciller Kohl en este tema sean muy preocupantes. Tales actitudes tienen en todo caso una consecuencia evidente: bloquean y paralizan cualquier evolución liberalizante en países del Este. El otro enfoque enmarca el problema alemán en el más global de Europa. En realidad, superar Yalta sólo se podrá lograr mediante la creación de un nuevo sistema europeo. Formas incipientes para tal camino existen ya en la CEE, el Parlamento Europeo, el Consejo de Europa. El proyecto Spinelli, aprobado ya en el Parlamento de Estrasburgo, abre la vía hacia una Europa política. No cabe duda de que en tal proceso la apertura de crecientes zonas de cooperación con los países europeos del Este puede tener unas perspectivas que hoy sería absurdo definir. Europa oriental no es en absoluto un bloque de hielo; sin duda, una serie de factores, sobre todo los militares, condicionan e incluso bloquean las repercusiones previsibles de una Europa occidental capaz de afirmar su personalidad con más autonomía. Hoy, esa futura Europa susceptible de salir del corsé de Yalta aparece aún como una utopía. Pero mañana puede ser un proyecto realista.

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