Editorial:

Una nueva actitud en Oriente Próximo

ROBERT McFARLANE ha hecho pública la decisión adoptada por EE UU y la URSS de celebrar conversaciones sobre Oriente Próximo. No se trata de negociaciones; simplemente de intercambio de opiniones. La novedad, no obstante, es sustancial: hace aproximadamente ocho años que no ocurre una cosa así. Es más, una premisa de la estrategia de Washington consiste precisamente en eliminar la presencia de la URSS de los problemas de la zona. Esta apertura se inscribe sin duda en un clima general más propenso al diálogo entre las dos superpotencias, pero existen además causas concretas derivadas de nuevas a...

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ROBERT McFARLANE ha hecho pública la decisión adoptada por EE UU y la URSS de celebrar conversaciones sobre Oriente Próximo. No se trata de negociaciones; simplemente de intercambio de opiniones. La novedad, no obstante, es sustancial: hace aproximadamente ocho años que no ocurre una cosa así. Es más, una premisa de la estrategia de Washington consiste precisamente en eliminar la presencia de la URSS de los problemas de la zona. Esta apertura se inscribe sin duda en un clima general más propenso al diálogo entre las dos superpotencias, pero existen además causas concretas derivadas de nuevas actitudes que se han abierto paso en esa región. Estados Unidos está obligado a reconocer, de una u otra manera, que han fracasado sus intentos, a partir del acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto, de resolver las relaciones entre el Estado de Israel y el mundo árabe. Las consecuencias han sido muy diferentes de las previstas.Israel se encuentra en una situación económica grave, con un Gobierno de coalición dividido, y obligado a iniciar una operación compleja de retirada de sus tropas de la parte meridional de Líbano. Por mayoría -los laboristas más algunos ministros del Likud-, el Gobierno Peres ha decidido una retirada unilateral en tres fases, que comenzará a mediados de febrero y durará en principio hasta el otoño. Es una decisión políticamente valiente porque implica reconocer el relativo fracaso de la invasión de 1982. Pero refleja sobre todo una modificación de la estrategia israelí, y no sólo en lo militar: de considerar como peligro casi exclusivo a los palestinos, la mayoría del Gobierno Peres decide retirar las tropas porque teme que, prolongando la ocupación, esa parte de Líbano, habitada sobre todo por shiíes, se convierta en un foco de hostilidad más peligroso para Israel que los propios palestinos. Independientemente de lo que ocurra en los territorios que vayan siendo evacuados, de los probables enfrentamientos entre sectores libaneses, no cabe duda de que Israel se enfrenta con unos meses delicados en su frontera norte. Su superioridad militar está fuera de discusión, pero la experiencia demuestra que operar en política a partir de esa superioridad tiene un techo, y que ha de considerar factores políticos desfavorables.

En el mundo árabe se manifiestan actitudes nuevas que hacen más irreal la pretensión norteamericana de mantener a la URSS marginada de Oriente Próximo. El papel de Siria -que tiene un tratado de alianza con la URSS- ha crecido considerablemente; en gran parte, gracias a Israel, que, con su ofensiva hasta Beirut, ha desencadenado una guerra civil que ha permitido a Siria establecer un protectorado sobre Líbano. Por su parte, Egipto ha extendido y flexibilizado su posición internacional: Mubarak ha superado la estrechez pronorteamericana de Sadat y ha restablecido relaciones diplomáticas con la URSS. Otros países moderados, como Jordania y Kuwait, han desarrollado sus relaciones con Moscú incluso para la adquisición de armamento. En cuanto al problema palestino, cuyo impacto es decisivo en la evolución de Oriente Próximo, se está situando dentro de unas coordenadas nuevas. Washington se niega a tener ninguna relación con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), a la que acusa de terrorista y criminal. Pero Arafat, al frente de la OLP, ha superado el marco extremista -de izquierda- en el que antes se movía, mientras conserva buenas relaciones con la URSS, pero parece inclinarse a cooperar con Jordania, con el apoyo amplio del mundo árabe, incluidos Egipto y otros países moderados.

En esta coyuntura adquiere una significación especial la propuesta de una conferencia internacional sobre Oriente Próximo, que fue formulada hace años por la URSS. Esta idea se convierte en punto de coincidencia de muchos Estados, que tienen posiciones diferentes en otras cuestiones. Sin duda las condiciones para una convocatoria de ese género no están hoy maduras. Pero tal objetivo, y el propio camino para acercarse a él, aunque sea largo, puede ayudar a tender puentes y a abrir nuevos caminos ante los complejos problemas de la región. Estados Unidos, lo mismo que Israel, es contrario a la conferencia, si bien acaba de declarar que escuchará los argumentos soviéticos en favor de una conferencia internacional. Pero la realidad hoy es que, no ya la URSS, sino el conjunto de los países árabes (y desde luego la OLP), la mayoría del Tercer Mundo y varios Gobiernos de Europa occidental consideran favorablemente la propuesta de tal conferencia. Que EE UU y la URSS estén dispuestos a hablar sobre Oriente Próximo es sin duda una buena noticia.

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Pero siempre que se evite un retorno a la antigua y negativa concepción de que todo depende de las superpotencias. Para avanzar hacia la solución de los problemas de Oriente Próximo, una iniciativa internacional será sin duda necesaria, en un momento dado; pero, indiscutiblemente, la ONU es el marco adecuado para que tenga la mayor eficacia.

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