Ejemplar comienzo del Festival de Canarias

Después de la Novena sinfonía, de Beethoven, que trajeron el Coro y la Orquesta de RTVE, el Orfeón Donostiarra, con su maestro titular Antón Ayestarán, ofreció en Las Palmas y en La Laguna la Pequeña misa solemne, de Rossini, con toda la brillantez del gran coro guipuzcoano. Ha sido un comienzo ejemplar del Festival de Canarias, junto con el atractivo concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.Total entusiasmo produjo la aparición de la Joven Orquesta Nacional de España, que dirige Edmond Colomer, y el concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, dirigida p...

Después de la Novena sinfonía, de Beethoven, que trajeron el Coro y la Orquesta de RTVE, el Orfeón Donostiarra, con su maestro titular Antón Ayestarán, ofreció en Las Palmas y en La Laguna la Pequeña misa solemne, de Rossini, con toda la brillantez del gran coro guipuzcoano. Ha sido un comienzo ejemplar del Festival de Canarias, junto con el atractivo concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.Total entusiasmo produjo la aparición de la Joven Orquesta Nacional de España, que dirige Edmond Colomer, y el concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, dirigida por Max Bragado-Darman y en el que colaboraron tres solistas españoles muy prestigiosos: el violonchelista canario Rafael Ramos, el violinista madrileño Víctor Martín y la mezzosoprano Ifigenia Sánchez.

El programa, muy atractivo, se abrió con tres sonatas del padre Soler orquestadas por Rodolfo Halffter, un trabajo llevado a cabo en México con destino al mundo del ballet. La música del monje escurialense, iluminada con las llamativas pinceladas orquestales de Halffter, encontraron en los profesores grancanarios y en el maestro invitado una traducción especialmente estimable por su sencillez expresiva.

Víctor Martín y Rafael Ramos mostraron una vez más su capacidad solística y su cálido poder comunicativo en el doble Concierto en la menor, Opus 102, de Brahms, todo un mundo de vivencias interiores y externas, meritativas y virtuosistas, líricas y épicas, en el que sólo pueden internarse con éxito los: intérpretes maduros. Lo son Víctor Martínez y Rafael Ramos, y además poseen una sensibilidad de muchos quilates.

La difícil colaboración orquestal fue defendida con empeño por los filarmónicos de Las Palmas y el director invitado, que lograron no sólo unos niveles estimables y a veces brillantes, sino una vibración emocional detectada y aplaudida por el público que llenaba el teatro Pérez Galdós.

La genial invención fallesca de El amor brujo valdrá siempre por sí misma y por el ambiente que representa: es casi el anuncio del Romancero gitano de García Lorca y la superación de otros andalucismos, desde Salvador Rueda a los Machado.

Sabio lenguaje

A través del escueto y sabio lenguaje instrumental divisamos en El amor brujo lo que será el encuentro de Falla con Cervantes en el Retablo de maese Pedro como proceso de accésit y, antes, los inmediatos nocturnos, visión sinfónica ampliada de un andalucismo capaz de conectar por un lado con la Francia impresionista y por el otro con el nacionalismo de Rimski-Korsakov.Desde unos conceptos bien interiorizados, y siguiendo unos tiempos inteligentemente escogidos (salvo la excesiva viveza de la pantomima), el tono de la versión de Max Bragado y la Filarmónica de Las Palmas combinó una actitud interiorizadora y otra distanciadora.

Ifigenia Sánchez, con ese su tan bello timbre y su profundo sentido intimista de la expresión, dio la pauta para un andalucismo sin desgarro que es justamente lo que Falla se propuso y tantas veces se traiciona.

El programa-álbum del festival es ejemplar. Las habituales y con frecuencia convencionales notas a cada obra del concierto han sido sustituidas por trabajos que, en algunos casos, constituyen interesantes ensayos, como los escritos por Guillermo García Alcalde y María del Rosario Álvarez Martínez.