Reportaje:El tráfico de estupefacientes

La cocaína del hambre

Mujeres suramericanas encarceladas en Yeserías por tráfico de droga cuentan las circunstancias que las llevaron a transportar la mercancía

Suelen ser colombianas, peruanas o bolivianas de clase baja, a las que les prometieron, cuando estaban metidas en el hambre, sacarlas de la miseria, permitirles dar de comer a sus hijos. En lugar de pan han encontrado la cárcel de Yeserías y una lejanía de su hogar medida por miles de kilómetros de agua. Sobre ellas pesa una legislación que no conocen. La mayoría trajo la droga por necesidad económica. Algunas, por conocer Europa, viajar en avión o porque las engañaron.

Le prometieron 1.000 dólares. Por esto se arriesgó a llenar su estómago de bolsitas con cocaína, para llevarlas allí, ...

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Suelen ser colombianas, peruanas o bolivianas de clase baja, a las que les prometieron, cuando estaban metidas en el hambre, sacarlas de la miseria, permitirles dar de comer a sus hijos. En lugar de pan han encontrado la cárcel de Yeserías y una lejanía de su hogar medida por miles de kilómetros de agua. Sobre ellas pesa una legislación que no conocen. La mayoría trajo la droga por necesidad económica. Algunas, por conocer Europa, viajar en avión o porque las engañaron.

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Le prometieron 1.000 dólares. Por esto se arriesgó a llenar su estómago de bolsitas con cocaína, para llevarlas allí, escondidas, hasta Ginebra. No llegó a su destino; en el aeropuerto de Barajas, donde debía permanecer unas horas en tránsito, las autoridades sospecharon de ella. Ocurre siempre con las mujeres que proceden de América del Sur, que aparentan ser de escasos recursos y que se delatan con un sudor frío y unos nervios incontrolables. Desbarataron primero su única maleta. Al no encontrar nada, la enviaron a rayos X; en su estómago hallaron medio kilo de cocaína. En el mercado de Madrid, esta cantidad tiene un valor de 36.000 dólares (6.300,000 pesetas, aproximada mente).La historia de esta mujer de 30 años, con el rostro marcado con tanto dolor y sufrimiento que aparenta más de 40, puede ser la de cualquier colombiana, boliviana o peruana de clase baja. Separada y con tres hijos, sobrevivió a medias mucho tiempo con un salario mínimo, que en su país apenas alcanza los 100 dólares (17.500 pesetas) mensuales. Un día la despidieron del trabajo, pues su patrón creyó exagerados los permisos que pedía para llevar al médico a su hijo pequeño, que nació enfermo. Quedó sin nada; en Colombia no existe seguro de desempleo. Pocos meses después, cuando estaba saturada de deudas y de angustia, le ofrecieron un trabajo fácil y bien pagado Aceptó. La víspera del viaje, la llevaron a un apartamento que estaba prácticamente vacío. Durante 12 interminables horas repitió con obsesión una misma tarea: tragar, entre sorbo y sorbo de agua de arroz, 80 bolsitas de cocaína Cuando la debilidad o las náuseas la derrotaban, le permitían recostarse y dormitar un rato. "Uno por desesperación, se atreve a unas cosas...", dice María, manteniendo la cabeza inclinada y frotando sus manos con ritmo acongojado. Si una sola bolsa se hubiera diluido en su estómago, la habría matado.

Ahora vive en la cárcel de Yeserías, de Madrid, en el pabellón de extranjeras. Allí se siente más el frío del otoño. Ella sólo lleva un jersei muy delgado y encima un delantal de esos que usan las obreras en las fábricas.

¿Qué pensó durante toda esa noche? ¿No se arrepintió? ¿No le dieron ganas de salir corriendo? "Yo pensaba", contesta, manteniéndose agachada: "Dios mío, es la única forma de salir de mis problemas... ¿Y qué otra cosa podía hacer?", dice, levantando la cabeza y con mirada interrogante.

A los pocos días de ser detenida, el juez decretó su libertad bajo una fianza de 300.000 pesetas, que no lograron reunir entre todos sus familiares y amigos. Los 1.000 dólares prometidos, jamás los recibió, pues no entregó la mercancía. Ese dinero -unos 100.000 pesos colombianos- le habría alcanzado para pagar 12 meses de alquiler por una habitación como la que compartía con sus hijos. Entre tanto, Pablo Escobar, uno de los jefes de la mafia colombiana, gana al día 200 millones de pesos. La mitad de esa cantidad es suficiente para construir una urbanización de tipo popular. Esto lo ha hecho -y lo hacen todos los mafiosos- para ganarse el apoyo de las gentes: urbanizaciones que equivalen a las ganancias de una mañana.

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Aumenta el número de reclusos

Los mulas, como se llama en Suramérica a quienes transportan la droga escondida en su equipaje o en sus cuerpos, son los que menos ganan y los que tienen mayor riesgo de ser castigados entre todas las personas que están involucradas en el millonario negocio de la cocaína. En varios puntos del Caribe y de Estados Unidos y en diferentes ciudades europeas se cuenta ya, como un porcentaje considerable dentro de la población carcelaria, a bolivianos, peruanos y colombianos, los tres países más involucrados en la comercialización y el tráfico de la cocaína.

Entre Bolivia y Perú se produce el 90% de la hoja de coca del mundo, y Colombia, a través de sus laboratorios clandestinos, es el mayor productor de clorhidrato de cocaína. Este tráfico ilegal moviliza al año en Perú 30.000 millones de dólares, cifra que equivale a seis veces el presupuesto nacional. En Colombia, la droga genera más divisas que el café, y en Bolivia, donde se han comprobado las implicaciones directas de los últimos Gobiernos militares con la mafia, un kilo de sulfato de cocaína o pasta básica cuesta 5.000 dólares. La cocaína pura extraída de ese mismo kilo puede valer en Estados Unidos entre 40.000 y 60.000 dólares. En la reventa, ese kilo se convierte en ocho kilos a través de múltiples adulteraciones.

En Yeserías hay 56 detenidas extranjeras. De ellas, 22 son colombianas; 9, bolivianas, y 4, peruanas. Conviven en un mismo dormitorio junto a europeas, africanas y asiáticas. Para entenderse, todas intentan hablar, aunque sea unas palabras de inglés o francés. Es un dormitorio largo, de paredes muy altas que recuerdan los antiguos internados de monjas, adornado con retratos de los hijos, flores -aunque sean. de plástico o papel-, algún que otro muñeco, carteles y recortes pegados en las paredes. Hablan de sus vidas, de su país. "Oiga", dice Gloria, una de las más espontáneas, "lo más importante es aclarar que la culpa de que estemos aquí la tienen los Gobiernos. No hay empleo, no tenemos cómo alimentar a nuestros hijos". Cecilia, boliviana, y Ángela, peruana, apoyan lo que la colombiana afirma. En sus países también existen graves problemas. En Bogotá, la, tasa de desempleo se elevó en un 62% entre marzo de 1983 y marzo de 1984; más del 50% de la población económicamente activa gana sólo el salario mínimo (100 dólares al mes, unas 17.500 pesetas), y en el país sufren de desnutrición aguda 2,5 millones de niños. En Bolivia, el 60%, de los habitantes es analfabeto, y la recesión económica es tan grave que la inversión disminuyó en 1982 en un 37%, la producción industrial bajó en un 15%, y la minera, en un 12%.

El promedio de edad de las detenidas latinoamericanas es de 25 años. Pocas pasan dé los 40, y hay dos que son abuelas. Las que están en los, 30 tienen de tres a seis hijos. Unas pocas aceptan que trajeron la droga porque querían conocer Europa y viajar en avión; otras, pocas también, porque las engañó el novio o. un extraño que les ofrecía un viaje con maleta y ropa incluida. Pero el resto, la gran mayoría, lo hizo sabiendo o no que la mercancía que transportaban era cocaína, empujadas por una necesidad económica muy grande. En el grupo hay de todo: desde analfabetas hasta universitarias. Dos confiesan que no tenían el suficiente dinero para pagar los tratamientos médicos que requerían sus hijos. "No podía resistir el sufrimiento de mi niña, de 11 años. A ella, una alergia la convertía en un verdadero monstruo. La única solución era ponerle unas inyecciones que conseguía aquí, en Europa, o en Estados Unidos; pero eran muy costosas", cuenta una de ellas.

Fortunas fantástícas frente a hijos con hambre

Otra, una de las mayores, la que aparenta cargar más tristeza, narra en voz muy baja su vida: su padre tenía cáncer, su madre estaba paralítica; ella abandonó el trabajo para cuidarlos. Cuando ya debía más de cuatro meses de alquiler, decidió viajar. El padre murió, y ella tiene ahora por delante varios años de prisión y una deuda de varios miles de dólares. ¿Y no pensó que la podían detener, que le podía ocurrir esto? "No. Ellos nunca hablan de cárcel, del riesgo", dice lentamente. "Janiás nos advierten de lo que nos puede suceder en otro país".

Mientras los padrinos del tráfico ilegal amasan fortunas fantásticas, en Yeserías las detenidas se atormentan con unas mismas angustias. Una de ellas pregunta insistentemente por un internado en Colombia para niños sin recursos, por alguna entidad que dé ayudas en alimentos; nombra a Cáritas, sueña con mercados, con leche en polvo. Tiene cinco hijos, que están con su abuela, y no tiene con qué alimentarlos.

Sobre la justicia española, sobre unas leyes que desconocen y a las que ahora están sometidas, las detenidas repiten las mismas quejas: la espera para ser llamadas a juicio puede durar hasta 15 meses, y o siempre las penas están de acuerdo con la cantidad de droga decomisada. Pero lo más grave quizá es que muchas han sido estafadas por los abogados. Juan Ramón Ayala, defensor de algunas de ellas, confirma este hecho: "Entre los abogados, como entre los ferroviarios o los periodistas, hay sinvergüenzas. Algunos colegas ofrecen a las detenidas la fibertad. Les cobran 2.000 o 3.000 dólares (de 350.000 pesetas a más de medio millón) y luego desaparecen".

Según la ley española, quien sea detenido con droga incurre en delito de contrabando y en delito contra la salud pública. Las penas van de seis meses a seis años, cuando la cantidad es menor, y de seis a 12

La cocaína del hambre

años, para cantidades mayores. Sin embargo, hay quienes por ocho kilos pagan dos años de prisión y otros que por 900 gramos pagan seis años. Gloria, una mujer que en Yeserías, noche tras noche, dedica unas horas de sueño a tejer su propia defensa, confiesa: "Yo sentí más miedo, me sentí más sola y me dieron más ganas de llorar el día del juicio que el día que me detuvieron en Barajas. Sentía que todos los que estaban en la sala querían condenarme a muchos años de prisión". Los juicios suelen ser muy breves. En 15 minutos se puede definir la suerte de personas como Gloria. Primero, fiscales y defensores formulan las preguntas de rigor: ¿Sabía que traía cocaína? ¿A quién le iba a entregar la droga? Luego viene la defensa, que deja la sensación de ser igualmente débil así sea hecha por un abogado de oficio o por uno al que se le han pagado 200.000 pesetas. "No nos interesa cansar a la mesa", e excusa un abogado defensor. "Además, en estos juicios no hay vuelta de hoja. Si se la detiene con cocaína en la maleta...".Lo que más molesta a los detenidos latinoamericanos, lo que les hace sentirse inimitamente solos y les deja una sensación de impotencia, es que muchas veces quienes les juzgan desconocen el fenómeno del tráfico de drogas en sus países. A Pedro, un boliviano, el fiscal le llamó mentiroso porque afirmó que en su país se vendía en los mercados pasta de cocaína y hojas de coca. Y es que la coca forma parte de la cultura indoamericana. En Bolivia se consumen al año 15.000 toneladas de la hoja; la producción destinada al tráfico ilegal es de 65.000 toneladas. En el mercado de Chinaguato -así lo repitió en su juicio Pedro-, hasta hace muy poco se negociaba casi libremente la pasta de cocaína.

"Los que nos contratan para traer la droga son los que más nos explotan", piensan también algunas en la prisión. A la mayoría de ellas la dejan completamente desprotegida. Cuando en Colombia, Perú o Bolivia sus familiares tratan de reencontrar las señales del amigo o conocido que les ofreció el trabajo, sólo descubren que el negocio se hizo en una casa o apartamento alquilado sólo,por ocho días. Muchas veces se ha afirmado que a los mulas los usa la red de tráfico para desviar la atención de las autoridades y así poder pasar grandes cantidades de mercancía.

"Cuando estoy sola en el dormitorio", dice Rocío, "pienso que fueron ellos los que me denunciaron. Si no, ¿por qué me detuvieron apenas bajé del avión? Yo estaba tranquila, había tomado pastillas para los nervios". A esta mujer, con cuatro hijos, le habían prometido 2.000 dólares (alrededor de 350.000 pesetas). Hoy no tiene con qué pagar al abogado ni con qué poner una carta a su familia. "Mis hijos sabían a qué venía", continúa Rocío. "El mayorcito me dijo: 'Mamá, prefiero que hagas eso a que te metas de prostituta'. No teníamos casa ni con qué comer, sólo té y pan. El de ocho años me dijo: 'Mamá, no se vaya; yo soñé que la policía la detenía...'. Yo sólo les dije: si en 15 días no regreso, es que estoy presa".

Fianzas de 875 millones de pesetas

En el negocio del tráfico de droga siempre se destinan partidas de dinero para los imprevistos judiciales. A los mulas no les corresponde casi nunca parte de esto. Por los grandes se han llegado a pagar fianzas de hasta cinco millones de dólares (875 millones de pesetas). También es común el chantaje y e soborno: 45 traficantes detenidos a mediados de este año al desmantelarse en la selva colombiana e más grande y completo laborato rio de cocaína fueron puestos en libertad a los pocos días. Hoy se pide la detención del juez por prevaricación. Cuando el poder de dinero no funciona, se organizan fugas. El pasado 9 de noviembre, 12 hombres armados de ametralladoras liberaron al miembro de una organización detenido en la cárcel Modelo de Bogotá. En Bolivia, entre los detenidos por droga no figura ningún pez gordo, ni militar ni civil. El padrino Roberto Suárez vive libremente; contra él no existe ninguna orden de investigación o de captura.

En Colombia, durante años, todo el mundo sabía quiénes eran los traficantes, cómo operaban y dónde estaban las 1.500 pistas clandestinas que usaban para embarcar la droga. Sólo a partir del asesinato del ministro de Justicia se inició la guerra al tráfico de drogas. El día del entierro de quien por primera vez se atrevió a dar nombres y a lanzar acusaciones públicamente, el presidente prometió hacer efectivo el tratado de extradición con Estados Unidos, al que se había opuesto por motivos nacionalistas. Vinieron los allanamientos, las detenciones, los decomisos, y los grandes jefes del negocio ilegal huyeron del país. Salvo Hemán Botero, presidente de un equipo de fútbol, y los dos hombres que cayeron en Madrid hace unos días, los grandes traficantes colombianos siguen libres disfrutando de su fortuna en algún lugar del mundo. Pero el problema continúa: el Gobierno, a la vez que anuncia un auge de la lucha contra la droga y presenta al Congreso un severo estatuto de. estupefacientes, tiene que reconocer que la mafia se ha incrementado y que se han dado serios enfrentamientos entre bandas de traficantes y unidades de la policía.

Desde el exterior, los jefes mantienen su negocio y continúan su campaña contra el tratado de extradición. Hace dos años, cuando en el país se debatía el hacer o no efectivo este acuerdo, anunciaron la creación de un ejército de 16.000 hombres para impedir la entrega de un colombiano a las autoridades norteamericanas; desde el exilio, en una reunión que el Gobierno tildó de casual, realizada en Panamá con el procurador y un ex presidente, ofrecieron a Belisario Betancur desmontar el tráfico de drogas y 5.000 millones de dólares a cambio de que el Ejecutivo negara su extradición y le permitiera regresar libremente a Colombia. Hoy, cuando el primer mandatario ha dado el visto bueno a la extradición de cinco implicados y se adelantan los trámites para la entrega de los detenidos en Madrid, el tráfico de droga tiene amenazados a diplomáticos españoles y americanos en Bogotá. Para muchos, éstas son pruebas claras del gran poder de la mafia y de que la lucha contra ella se inició demasiado tarde.

Condenas de seis y siete años

La mayoría de las detenidas en Yeserías debe cumplir condenas de seis y siete años. Según la legislación española, éstas pueden reducirse hasta la mitad, de acuerdo con el régimen de compensaciones existente. Por cada mes de trabajo se les contabiliza mes y medio de condena pagada. "Nosotros sabemos que ésta es gente indigente, que la miseria les ha obligado a aceptar este trabajo... Los mismos fiscales lo saben. Pero no somos nosotros los que debemos resolver el problema, ni por esa razón dejarlos libres", dice un abogado.

Las detenidas prefieren ocupar al máximo sus horas en la prisión. El estar sin oficio convierte sus recursos en tormento: van a los talleres de flores, de costura; asisten a clases de inglés, francés, matemáticas, astrología... Más de una está matriculada en la universidad a distancia. Casi todas odian los lunes, miércoles y viernes entre diez y doce de la mañana, porque saben que nadie las llamará a comunicar, nadie va a visitarlas. Les abruma la soledad, la lejanía de su país. Con frecuencia enferman. Muchas se quejan de dolores y del poco caso que les prestan en la enfermería. Una de las más jóvenes permanece tendida en la cama mientras sus compañeras le colocan pañuelos empapados en agua en la frente tratando de calmarle un terrible dolor de cabeza. "Sabe", dice la que está más cerca de ella, "hace unos días me dio una gripe muy fuerte, me echó a la cama. Una nigeriana me gritaba todo el día: 'Tú no estás enferma, lo que pasa es que guardas todo dentro... Anda, llora, grita... Saca todo para afuera...'. Si fuera cuestión de gritar...", dice la colombiana, pensativa, y de nuevo se le inundan los ojos de lágrimas. Le había ocurrido varias veces. Siempre que hablaba de su hijo, un niño de siete años que está allá, muy lejos de ella, al otro lado del Atlántico.

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