Crítica:

Una obra póstuma de Ángel Arteaga por la Orquesta de Cámara Española

El 18 de enero murió Ángel Arteaga de la Guía, una de las figuras de la escuela de Madrid y una de las variantes que animan la fisonomía general de la llamada generación de 51. Poco antes, la Orquesta de Cámara Española le había encargado una obra, el Divertimento, estrenada ahora bajo la dirección de Víctor Martín, y acogida por el público del Real con visible entusiasmo.El Divertimento para cuerdas se inscribe dentro de la estética y los gustos propios del músico de Campo de Criptana: buen orden, calidad de escritura, expresivismo, contrapuntismo vivo y arm...

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El 18 de enero murió Ángel Arteaga de la Guía, una de las figuras de la escuela de Madrid y una de las variantes que animan la fisonomía general de la llamada generación de 51. Poco antes, la Orquesta de Cámara Española le había encargado una obra, el Divertimento, estrenada ahora bajo la dirección de Víctor Martín, y acogida por el público del Real con visible entusiasmo.El Divertimento para cuerdas se inscribe dentro de la estética y los gustos propios del músico de Campo de Criptana: buen orden, calidad de escritura, expresivismo, contrapuntismo vivo y armonías azogadas. Ni puede decirse que sobre la manera de Arteaga se alzase la sombra de Hindemith ni tampoco, a pesar del directo discipulaje, la de un Orff. Más cerca del constructivismo eclecticista de Genzmer, la verdad es que la huella decisiva es española y proviene de tres maestros bien conocidos: Victorino Echevarría, Francisco Calés y Julio Gómez.

Fue quizá una voluntad de expresión dramática la que llevó a Arteaga hacia Carl Orff, pues nuestro músico, además de las obras directamente escénicas (La mona de imitación, El bosque de Sama) o de las vocales (Santo de Palo, Kinderlied), trató dramáticamente buena parte de su producción instrumental, sustancialidad que se advierte en el Divertimento, a pesar de su identidad tan objetiva como profundamente humana. La versión de Víctor Martín y su Orquesta de Cámara Española fue, más que buena, emocionada: era el homenaje al compositor, al amigo, a la persona rebosante de bondad, a la inteligencia, al saber y a la extremada modestia. La nueva partitura se incorpora desde hoy al repertorio por sus propios valores; no es el menor esa belleza sonora a lo castellano, en la que los colores se mueven en una gama de ocres, animada por el amarillo-trigo y el verde-álamo. La orquesta de Arteaga resulta tan abstracta y concreta a la vez como los paisajes de Benjamín Palencia. Otro punto atractivo del programa, bien concebido y realizado en su totalidad: la intervención del gran saxofonista navarro Pedro Iturralde como solista del Concierto op. 109, de Glazunov. Música de un romanticismo un tanto a lo Fauré, brillante, expresiva, excelentemente escrita y, en suma, bastante superficial. La versión de Iturralde fue de primer orden, exactamente asistido por los profesores de la Orquesta de Cámara y Víctor Martín.

El resto -rara avis- estuvo dedicado a la música inglesa con dos nombres claves: Elgar, con su Serenata en mi menor, lírica y bien trazada, y Britten, con la denominada Simple symphony, el más conocido juego de ingenio del autor británico. La interpretación, penetrante en el fondo de ingenuidad, poesía y humor, redondeó la buena tarde de nuestra orquesta de bolsillo, tan largamente ovacionada que se hizo obligado el habitual bis del segundo movimiento de la obra de Britten Playfull pizzicato.

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