No estalló la 'guerra de Troya'

El acuerdo in extremis alcanzado ayer por los representantes del Gobierno vasco, por una parte, y de las diputaciones forales, por otra, aplaza, pero no resuelve, la crisis interna del PNV que las discrepancias surgidas en el seno de dicho organismo han revelado en las últimas semanas. El acuerdo, en efecto, se ha producido en torno a la fijación de las aportaciones de cada diputación a los presupuestos generales del País Vasco, pero deja abierta la discusión de fondo sobre los dos modelos alternativos de institucionalización interna de la comunidad autónoma que se han enfrentado.A su v...

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El acuerdo in extremis alcanzado ayer por los representantes del Gobierno vasco, por una parte, y de las diputaciones forales, por otra, aplaza, pero no resuelve, la crisis interna del PNV que las discrepancias surgidas en el seno de dicho organismo han revelado en las últimas semanas. El acuerdo, en efecto, se ha producido en torno a la fijación de las aportaciones de cada diputación a los presupuestos generales del País Vasco, pero deja abierta la discusión de fondo sobre los dos modelos alternativos de institucionalización interna de la comunidad autónoma que se han enfrentado.A su vez, ese debate ha puesto de relieve las dificultades de adaptación del PNV a una situación en que cada vez es más insostenible la pretensión de alzarse a la vez con el santo de ejercer el poder y la limosna de permanecer en la oposición. Ayer mismo, el presidente del consejo regional del PNV de Vizcaya, Jesús Insausti, desfiló, junto a los dirigentes de los partidos más radicales de Euskadi, sosteniendo en sus manos una pancarta que clamaba contra los planes de reestructuración del sector naval. Que en un mismo partido convivan, por así decirlo, el patrón del barco y el grumete de la tripulación resulta sorprendente, pero tal convivencia deviene en casi imposible en una situación de aguda crisis económica y social como la que actualmente padece Euskadi.

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Casi desde su origen, el nacionalismo vasco ha debido enfrentarse a contradicciones como las existentes: entre el radicalismo de los planteamientos independentistas subyacentes y el carácter globalmente moderado de su base social; entre el carácter ruralista mitificado de su ideología y una sociedad superindustrializada; entre el proyecto de institucionalización política de Euskadi como un todo y los sentimientos -e intereses- localistas -o provincialistas- de buena parte de sus seguidores; entre el rechazo genérico del marco constitucional español y la necesidad concreta de intervenir, desde la legalidad, en la vida política española para sostener una base electoral tan amplia como heterogénea.

La crisis vivida estos días por el PNV se explica, más allá de la fijación de los porcentajes de aportación a los presupuestos, por la dificultad de seguir desviando contra el común enemigo exterior las contradicciones antes citadas en un momento en el que coincide que en Madrid gobierna un partido al que no se puede ya considerar heredero del franquismo y que durante 40 años fue el principal aliado del PNV; que existe un régimen autonómico con un nivel de autogobierno como jamás conoció el País Vasco; que la crisis económica pone de relieve, día a día, las contradicciones sociales existentes en el seno de la interclasista familia nacionalista; que la realidad cotidiana indica la imposibilidad de hacer frente al deterioro industrial y declive económico del País Vasco al margen de una política de reestructuración cuyo ámbito sea el del mercado español en su conjunto y el grueso de cuya financiación sea asumido por el Estado español.

En esas condiciones, los esfuerzos por seguir reduciendo la línea política al permanente reproche contra Madrid resultan cada vez más insuficientes. A su vez, en ausencia de esa salida -pese a todo intentada-, las otras contradicciones propias del nacionalismo vasco han ido saltando a primer plano, produciendo una paulatina diferenciación interna. En el límite, una diferenciación entre el partido, guardián de la doctrina y un Gobierno cuya credibilidad a medio y largo plazo dependía de su eficacia como administrador de la cosa pública.

En los últimos meses, esa diferenciación ha adoptado formas insólitas, que, por una parte, han desconcertado a una base no entrenada para la discrepancia organizada, y que, por otra, han rozado lo esperpéntico en la pretensión final de construirse a la medida un enemigo exterior milagrosamente instalado dentro de casa.

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En esta obra, Garaikoetxea y sus técnicos de Deusto serían el caballo de Troya, el enemigo dentro de la fortaleza. Ello legitimaría el papel purificador del partido y, como en los buenos viejos tiempos, su actitud de resistencia.

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