Tribuna:Prosas testamentarias

Chiclana

Casi 80 años han pasado desde que Azorín descubrió la Andalucía trágica. Para el Azorín de 1905, ¿qué era esa Andalucía? No, por supuesto, la de los crímenes pasionales, ni la que hecha cante y quejido brota de la garganta del cantaor, ni esa que el hispanismo de los Merimée y los Barrès vio como arquetipo de un tríptico literariamente famoso: sang, volupté, mort. No. La Andalucía trágica de aquel Azorín era una moneda, con la gracia y la elegancia como cara y el dolor y la miseria como cruz.Descubre y goza sensorialmente Azorín la elegancia y la gracia de Andalucía cuando en la estació...

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Casi 80 años han pasado desde que Azorín descubrió la Andalucía trágica. Para el Azorín de 1905, ¿qué era esa Andalucía? No, por supuesto, la de los crímenes pasionales, ni la que hecha cante y quejido brota de la garganta del cantaor, ni esa que el hispanismo de los Merimée y los Barrès vio como arquetipo de un tríptico literariamente famoso: sang, volupté, mort. No. La Andalucía trágica de aquel Azorín era una moneda, con la gracia y la elegancia como cara y el dolor y la miseria como cruz.Descubre y goza sensorialmente Azorín la elegancia y la gracia de Andalucía cuando en la estación de Lora del Río y en las subsiguientes, camino de Madrid a Sevilla, sus recién despiertos ojos van contemplando la línea y el color del campo, la traza del caserío, la gallardía de las torres, el garbo y la indolencia de las personas que ante él pasan o descansan; y, sobre todo, en Sevilla, que el viajero atraviesa a pie y en tranvía: "Las calles son estrechas, empedradas, limpias, sonoras; parece que hay en ellas una ráfaga de alegría, de voluptuosidad, de vida desenvuelta e intensa... ¿No es esta ligereza, rítmica y enérgica a la par, una modalidad de una elegancia insuperable? Las ideas se suceden rápidamente; la vida se desliza en pleno sol; todas las casas están abiertas; gorjean los canarios; tocan los organillos; se camina arriba y abajo por las callejas; se grita con largas voces melodiosas; los músculos juegan libremente en un aire sutil y templado; livianos trajes ceñidos cubren los cuerpos. Y así... nacen las actitudes gallardas, señoriales, y una despreocupación aristocrática nos hace pasar agradablemente entre las cosas...". Visto azorinianamente, ¿no es este el fondo psicológico y social sobre el que se levantaron las amables construcciones teatrales de los hermanos Quintero?

Pero a la cara graciosa y elegante de esta moneda se opone pronto una dolorosa cruz, que Azorín contempla en los pueblos andaluces: Lebrija, Arcos de la Frontera, Trebujena. Paro y miseria en Lebrija. Aterran al cronista las cifras que acerca de la mortalidad por tuberculosis oye del médico, la monótona pobreza y la diaria exigüidad que en su alimentación padecen los braceros, la tristeza habitual de los labriegos que ve sentados, inmóviles, cabizbajos, con sus sombreros sobre la frente, en la plaza silenciosa. "Lebrija es una población de 14.000 almas, hay en ella unos 3.000 jornaleros. De éstos 3.000, unos 1.500 son pequeños terratenientes; tienen su pegujal, tienen su borrica. Los otros no cuentan más que con el producto de su trabajo... Todos están parados, inactivos". Miseria popular y resignación irónica en Arcos, dentro de la insólita maravilla de su escenografía urbana. "Un sosiego, una nobleza, una majestad extraordinaria", percibe Azorín en la ciudad y en su contorno. Pero la voz del talabartero tío Joaquinito, pequeño filósofo arcense, pone un dolorido contrapunto en ese sosiego, esa nobleza, esa majestad:

¿Sabe usté en qué no paresemo nosotro a Nuestro Zeñó Jesucristo? Nosotro, lo españole, etamos aqu sufriendo la Pasión como Nuestro Zeñó Jesucristo. Lo tre clavo son tre trimestre de la contribusión; er lansaso e er cuarto trimestre; la corona de espina e la sédula personá, y lo asotaso que no están dando son lo consumo... Pero nuestro Zeñó Jesucristo tomó pronto la angariya y se fue ar Sielo, y nosotro etamo aquí sufriendo a lo Gobierno que no asotan...".

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El recuerdo de la cara y la cruz de esta Andalucía trágica revoloteaba por mi mente hace pocas semanas, cuando desde Cádiz iba hacia Chiclana para conocer por dentro -para empezar a conocer, más bien- la ciudad en que nació Antonio García Gutiérrez y ahora se dispone a celebrarle. No sé yo cómo sería Chiclana por los años en que Azorín descubrió el anverso y el reverso de Andalucía.. Pienso, sin embargo, que la mayor abundancia de huertos y pegujales, la industria vinícola y la pesca de bajura harían su realidad social harto menos angustiosa que la de aquella, Lebrija y aquel Arcos de 1905. En cualquier caso, han pasado ocho decenios, y estoy seguro de que el general progreso de la vida, la inventiva de los actuales chiclaneros -fabricación de muebles y de muñecas, piscicultura en esteros artificiales- y el por ahora indeficiente maná del turismo veraniego habrán permitido alcanzar cifras de salubridad y alimentación bastante más favorables que las recogidas en Lebrija por el contable Azorín. Ya cerca, del mar, dos amplias y bien modeladas urbanizaciones -dejadme consignar sus peregrinos nombres: Pinar de Don Jesús, Doña Violeta- así lo dicen al visitante. Todo parece indicar que la patria de Paquiro, el Chiclanero y García Gutiérrez avanza con buen paso hacia el futuro.

¿Sin problemas? No. Chiclana, cómo no, los tiene, y graves. Paro, incultura y reforma estructural son sus nombres. Así me lo hace ver la ondulante y nada quejumbrosa conversación de los tres chiclaneros que me acompañan, Sebastián, Santiago y Dionisio. Los tres son jóvenes

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Chiclana

Viene de la página 9y los tres hombres del pueblo y hombres de cultura. Con bien escasos recursos materiales, Sebastián logró hacerse maestro, y luego licenciado en Historia. Víctima su familia de la guerra y la posguerra, Santiago, el más joven, no pudo dar término a su bachillerato; pero una insaciable sed de lectura -literatura, historia, ensayo, política- ha hecho de él un varón notablemente culto. Por las mismas causas, tampoco Dionisio pudo alcanzar título universitario. Sin él, sabe idiomas, ha recorrido Europa, traduce profesionalmente, y en literatura e historia daría ciento y raya a muchos ateneístas madrileños.

Paro. Bajo la picaresca, conviviendo andaluzamente con ella, ahí está la gran lacra social de nuestro tiempo. ¿Cómo salir de él, cómo aliviarlo? Antonio, el arbitrista de la Lebrija que vio Azorín, exponía ante él y varios de sus convecinos sus ¡ideas acerca de una reforma redentora. No sé yo de qué modo podrían actualizarse; pero a Sebastián, a Santiago, a Dionisio y a mí, a ellos mucho más de cerca, nos quema la prisa por salir -por comenzar a salir- de una situación en cuya génesis todos tenemos responsabilidad.

Incultura. Todavía es agobiante la cifra de los analfabetos -los que no saben leer, los que de hecho no leen, aunque sepan hacerlo- en los pueblos de Andalucía. Mis amigos de Chiclana se disponen a rendir homenaje local y nacional al autor de El trovador y de Venganza catalana. Late en ellos, por supuesto, el noble prurito de decir al resto de los españoles: "También nuestro pueblo está representado en el Parnaso"; y aunque no gusten de un teatro en que los personajes dicen a veces "¡cáspita!", como los criados de El trovador, harán todo lo posible -y harán muy bien- para que el estimable nombre de su dramaturgo resuene de nuevo en toda España. No sólo chiclanerismo, amor a la patria chica, veo yo en el noble afán conmemorativo de Sebastián, Santiago y Dionisio; hay también, en el mejor sentido de la palabra, populismo. Humilde hijo del pueblo fue García Gutiérrez; hasta las primeras letras le fueron escatimadas; lo cual no fue obstáculo para que su talento y su voluntad hiciesen de él un aplaudido autor dramático, el primero, según se dice, en adelantarse hacia las candilejas para recibir los parabienes del público. "¿Por qué de la Chiclana actual no ha de salir, si cuidamos de su cultura, otro García Gutiérrez?", se preguntan sin palabras mis amigos. U otro Cajal, u otro Ortega, añado yo, para que no todo quede en literatura. Porque el talento natural de los andaluces permite tan alta ambición.

Salir del paro forzoso con una estructura social que lo borre o lo reduzca a un mínimo tolerable. Salir del analfabetismo hacia una sociedad en que sea hábito la transfiguración mental -literaria, científica, filosófica- del lector inteligente y ambicioso. Y todo ello sin mengua de la elegancia y la gracia que tradicionalmente vienen constituyendo la cara de la moneda andaluza, y sin detrimento de la visión dramática de la vida que sus cantos expresan. "¿Crees tú que en una Andalucía bien alimentada y con trabajo fijo perduraría el cante hondo?", preguntaba yo una vez a José Menese. "Pue claro que zi", me respondió el gran cantaor, porque el cante no zale del hambre, zale de la vía". Me atrevo a pensar que una Chiclana así, laboriosa, culta, bien nutrida, cantaora y capaz de aunar andaluzamente la alegría y el drama de vivir es la que sueñan los chiclaneros -Sebastián, Santiago, Dionisio, tantos más- que hoy se disponen a rendir a García Gutiérrez el homenaje de su pueblo natal. No quisiera morirme sin ver que su empeño empieza a cumplirse.

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