Los tres días que fui la esposa de Toledo Plata

Una periodista española relata el contacto personal que tuvo con Carlos Toledo Plata."¿Parezco español?". Éste fue el saludo de Toledo Plata cuando me lo presentaron, momentos antes de iniciar un viaje de tres días hacia la frontera de Ecuador en la primavera de 1979. En aquellos momentos no supe quién era la persona por cuya esposa tenía que pasar. Ignoraba el nombre de mi marido pero alguien me lo susurró. "Podrías parecer español", dije sin ningún convencimiento. Toledo vestía un traje beis pespunteado, se notaba que llevaba peluquín, tenía las uñas barnizadas y portaba un pequeño bolso de ...

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Una periodista española relata el contacto personal que tuvo con Carlos Toledo Plata."¿Parezco español?". Éste fue el saludo de Toledo Plata cuando me lo presentaron, momentos antes de iniciar un viaje de tres días hacia la frontera de Ecuador en la primavera de 1979. En aquellos momentos no supe quién era la persona por cuya esposa tenía que pasar. Ignoraba el nombre de mi marido pero alguien me lo susurró. "Podrías parecer español", dije sin ningún convencimiento. Toledo vestía un traje beis pespunteado, se notaba que llevaba peluquín, tenía las uñas barnizadas y portaba un pequeño bolso de mano.

Poco después me enseñó su pasaporte español. Lo comparé con el mío y era una falsificación bastante buena. No pude reprimir una risa nerviosa cuando comprobé que en su identidad española le habían domiciliado en la calle Gran Vía de Madrid y en una casa en la que -sospeché entonces y más tarde comprobé- sólo existen oficinas. Le comenté que esa calle como tal no existía ya que, tras la guerra civil, había sido rebautizada con el nombre de Avenida de José Antonio.

Tres días duró nuestro viaje hacia la frontera. No podíamos tomar la ruta más directa porque había muchos controles militares. El ejército ofrecía una recompensa de 20 millones de pesetas por él "vivo o muerto" aunque -comentaba Toledo Plata- "soy el tercero en la estructura del M-19". Durante el viaje tuve mucho miedo aunque se desarrolló sin incidentes. Él me tranquilizaba explicando que coches de la organización vigilaban nuestra ruta.

El peor rato fue en el cruce de la frontera. La noche anterior, mientras nos dirigíamos al hotel, una persona que se cruzó con nosotros le miró fijamente. De madrugada hubo reunión en la habitación para sopesar ese incidente. Pero optaron por seguir adelante.

En la frontera presenté los dos pasaportes al policía que estaba en una garita, a un metro del coche. En la pared había un cartel que me hizo recordar otros iguales que decoraban toda la geografía colombiana: eran los rostros de los principales dirigentes del M-19.

Ya en tierra ecuatoriana le pregunté qué hubiera hecho de ser reconocido: "No me hubieran cogido vivo. Llevo una pastilla de cianuro. Ya sé que no es la mejor forma de morir. La mejor es disparar hasta agotar la última bala".

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