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Actualidad de la semiótica

Recientemente se ha constituido la Asociación Española de Semiótica tras el encuentro internacional de semióticos celebrado en Toledo los pasados días 7 y 8 de este mes. Fue elegido para ocupar la presidencia de esta asociación el investigador jefe de Teoría Literaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Miguel Angel Garrido Gallardo. Al hilo de los temas que se trataron en esta reunión, el autor de este artículo defiende la vigencia, actualidad y aplicación de una ciencia que, "si quiere tener vocación de tal, deberá construirse con la suma de las distintas semióticas". Como p...

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Recientemente se ha constituido la Asociación Española de Semiótica tras el encuentro internacional de semióticos celebrado en Toledo los pasados días 7 y 8 de este mes. Fue elegido para ocupar la presidencia de esta asociación el investigador jefe de Teoría Literaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Miguel Angel Garrido Gallardo. Al hilo de los temas que se trataron en esta reunión, el autor de este artículo defiende la vigencia, actualidad y aplicación de una ciencia que, "si quiere tener vocación de tal, deberá construirse con la suma de las distintas semióticas". Como prueba del interés que suscita esta ciencia el autor señala diversas conferencias internacionales que se estan celebrando en la actualidad.

Esa disciplina joven que "apenas tiene más de 2.000 años de existencia" llamada semiótica vuelve a estar de actualidad, si no —por fortuna— de moda.

Tuvo en Europa su máximo apogeo en aquellos años sesenta, en que, animada por el triunfo de la lingüística estructural y por sus incipientes análisis de mitos y folklore, de la mano, entre otros, de Levi-Strauss, se sintió capaz de desmitificar la ideología que subyacía en los discursos sociales. Conceptos —hoy obsoletos— como connotación, de fácil uso y abuso, permitieron descubrir que más allá de la denotación había algo (connotación) donde se ubicaba lo social y sus más nefastas ideologías, oscuras intenciones e inconfesables argucias. Por ende, cualquier significante inocente, visible, manifiesto podría ser investido de innumerables significados.

Si los antiguos consideraban como propio del signo que aliquid estat proaliquo (el humo está por el fuego), al redescubrir ésta su capacidad de reenvío se desató en aquellos años una fecunda habilidad para desvelar qué escondería, camuflaría, señalaría o, cómo no, connotaría tal o cual aparentemente ingenuo significante.

Y todo devino signo. La literatura como signo, el paraguas como signo, la arquitectura, un cuadro, un filme o un vestido como signo, y, no lo olvidemos, con su doble articulación.

Semiurgia, semiocracia, semiorragia fueron nuestro espíritu del tiempo. De tan obsesiva semiotización se obtuvieron, no obstante, resultados irreversibles. Por poner un ejemplo, los análisis y teorías de las comunicaciones de masas, dominados por la communication research y por los análisis de contenido, debieron —ante la irrupción de las críticas semióticas—cambiar de paradigma.

Conceptos dominantes y dominadores, como mensaje, código, etcétera, fueron triturados al emerger, tras lúcidas observaciones, una complejidad significacional en los procesos de comunicación. En sus propuestas, postulados de la lingüística funcional o del informacionalismo de los ingenieros norteamericanos, fueron fulminados.

Hay que decir, sin embargo, que tan agresiva presencia hirió también, de muerte, al hasta entonces su propio objeto: el signo.

Por mor del diccionario y de una larguísima e implacable historia de la semiótica, fue considerada la doctrina de los signos tanto por los griegos como por los padres fundadores, Ch. S. Pierce y F. de Saussure. Y brillantes y literarios análisis se multiplicaron. Baste recordar los Eco y Barthes de las culturas de masas y sus mitologías; los Superman y los strip tease. Nada era ajeno al semiólogo, que, aun a riesgo de imperialismo, se sentía con euforia capaz de analizar cualquier cosa, pues cualquier cosa podía ser vista como signo.

Insuficiente para el análisis

Mas al desarrollar su aparato conceptual y su práctica analítica, el signo, unión de un significante y de un significado, se va diseñando como algo atomístico e insuficiente para el análisis. Y la semiótica, pues, desplaza su centro de atención a sistemas (complejos) de significación con coherencia interna. O, lo que es lo mismo, se ocupa de describir textos (o discursos). En el texto y desde el texto encuentra su pertinencia teórica. Sea éste un fragmento escrito, una conversación o un cuadro.

La misma descripción semiótica es teoría: si bien es deductiva y arbitraria, es, por otra parte, una disciplina empírica. Su trabajo consiste en preguntar al texto. Y muchas veces se encuentra algo muy diferente a lo que se buscaba: Serendip.

Y por eso se sostiene que el signo no es un observable, un dato previo, predefinido, sino un constructo del texto. Por eso se considera que las condiciones de emisión y de recepción de un texto son resultados de la interacción textual y no elementos a priori.

Hoy sabernos que la observación está impregnada de teoría, mas también que el teórico está afectado por el objeto que analiza. Los científicos duros lo saben: cuántas veces el observador se convierte en objeto del objeto que analiza.

Es por ello que el intento de construir una semiótica pura —hoy por hoy, con vocación científica— sólo sería plausible como suma de las distintas semióticas aplicadas, que en sus aplicaciones renovarán la teoría, creando nuevos conceptos, eliminando otros, construyendo un pensamiento a posteriori.

Si, como hemos señalado, la gloria y fama de la semiótica en los sesenta se configuró como arma desenmascaradora, hoy, a través de múltiples análisis de textos, desmitifica la propia práctica científica. Observando en los discursos no qué contenidos vehiculan, sino más bien su organización textual, se ha podido detectar, por ejemplo, tanta persuasión o retórica en los así llamados discursos científicos cuanto lo pueda haber en los discursos de publicidad, tanta subjetividad en el discurso histórico pretendidamente objetivo cuanto en una memoria biográfica, etcétera.

Aun a riesgo de pérdida de brillantez y de hegemonía, sus actuales desarrollos más rigurosos y su preocupación textual han convocado la atención de las más dispares disciplinas que de un modo u otro trabajan con textos, de los que no pueden obviar su dimensión significacional, su producción de sentido. Otros más reacios, si no hostiles, hacen caso omiso de su evolución. (¿Acaso por ello no existe esta disciplina en los planes de estudio de la Universidad española?)

En cualquier caso, como prueba de su vitalidad, sirvan algunas muestras recientísimas. En el mes de junio se ha celebrado en Toledo el I Congreso de la Asociación Española de Semiótica, que anuncia un segundo en Oviedo. Se ha creado en París la Asociación para la Federación Internacional de los Centros de Investigación en Semiótica (AFIS), presidida por el matemático René Thom. El III-Congreso de la Asociación Internacional de Estudios Semióticos se celebrará próximamente en Palermo (Italia), donde coexistirán, a través de múltiples semióticas (verbales, no verbales, teatro, música, antropología...) los dos looks que ya estuvieron presentes en el anterior congreso en Viena: el de origen filosófico y lógico, representado por el pensamiento de Pierce, y el de base lingüística, cuyos orígenes se encuentran en Saussure y Hjelmslev. Mil semióticas florecerán. Cien escuelas competirán.

Jorge Lozano es profesor de Teoría General de la información en la universidad Complutense.

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