Feria de San Isidro

¿No hay toreros?

Quienes observan con curiosidad lo que ocurre en la fiesta de los toros, y principalmente durante San Isidro, pero rara vez acuden a los cosos, dan por sentado que no hay toreros. Dicen: "No hay toreros como los de antes". A dichos observadores llama la atención que, existiendo jóvenes espadas, sea el veterano Antoñete la figura indiscutible, lo mismo que asombró la magnífica temporada que hizo el año anterior Manolo Vázquez.Es cierto que las jóvenes promociones no alcanzan el brillo que llegaron a tener los antiguos diestros -o no tan antiguos, pues aún las figuras de la década de los 60 tení...

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Quienes observan con curiosidad lo que ocurre en la fiesta de los toros, y principalmente durante San Isidro, pero rara vez acuden a los cosos, dan por sentado que no hay toreros. Dicen: "No hay toreros como los de antes". A dichos observadores llama la atención que, existiendo jóvenes espadas, sea el veterano Antoñete la figura indiscutible, lo mismo que asombró la magnífica temporada que hizo el año anterior Manolo Vázquez.Es cierto que las jóvenes promociones no alcanzan el brillo que llegaron a tener los antiguos diestros -o no tan antiguos, pues aún las figuras de la década de los 60 tenían mayor fuerza. Lo cual no quiere decir que sus potencialidades sean menores. Hay toreros, pero limitados por una estructura del espectáculo que les impide dar el nivel máximo de su capacidad. Porque les falta estímulo suficiente, marginan la competencia, apenas hay público que les exija mejorar la calidad de su toreo, falta el toro.

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Si los toreros de hoy hubieran estado en activo en la época de Joselito y Belmonte, quizá uno de ellos sería Joselito, otro Belmonte, y los restantes, iguales a los que de aquellos fueron coetáneos. Entonces el toro imponía su ley; el público exigía pues conocía a fondo la tauromaquia; los contratos se ganaban en el ruedo, no en los despachos. Era otra forma de entender la fiesta y los diestros no tenían más remedio que superarse. El conformismo de ahora, la permisividad ante la adulteración del espectáculo, ni siquiera podían concebirse.

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