Tribuna:

Pacifismo y defensa / 1

El pacifismo crece en los pueblos desarrollados hoy y constituye una opción esperanzada hacia un futuro mejor, señala el autor de este trabajo. Pero el dilema se plantea entre la necesidad de la paz y de la seguridad, arguye, para lo que existen tres respuestas, de las que el autor elimina las dos primeras, el equilibrio armamentista y el desarme unitaleral, dejando para más adelante el estudio sobre la defensa alternativa.

La expansión de los movimientos pacifistas se contempla en todo el mundo con interés no exento de curiosidad o recelo, y con frecuencia se llega a pensar, al analiza...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El pacifismo crece en los pueblos desarrollados hoy y constituye una opción esperanzada hacia un futuro mejor, señala el autor de este trabajo. Pero el dilema se plantea entre la necesidad de la paz y de la seguridad, arguye, para lo que existen tres respuestas, de las que el autor elimina las dos primeras, el equilibrio armamentista y el desarme unitaleral, dejando para más adelante el estudio sobre la defensa alternativa.

La expansión de los movimientos pacifistas se contempla en todo el mundo con interés no exento de curiosidad o recelo, y con frecuencia se llega a pensar, al analizar el arraigo de las ideas pacifistas, que su ascensión parece, por ahora, irresistible.Ciertamente, habría que carecer de la mínima sensibilidad social para no advertir el creciente cansancio de los pueblos ante la repetitiva argumentación que desde uno y otro bando se maneja para apoyar siempre cualquier engrandecimiento del propio arsenal militar, sea éste nuclear o no; cansancio ante los tediosos recuentos de artefactos de diversos tipos que, esparcidos en el campo occidental o en el oriental, apuntan inexcusables a los países del bloque adversario, y cansancio ante la paranoica percepción de cualquier desequilibrio, aparente o real, con el que poder justificar un nuevo incremento de los presupuestos destinados a adquirir e instalar nuevos ingenios de destrucción y muerte.

A este cansancio habría que sumar la sensación de demencia colectiva que produce la comparación global de los gastos de defensa con otros gastos destinados a impedir que el hambre siga matando; o a lograr que, dominada ésta por una ciencia a la que teóricamente nada puede oponerse, empiece a mejorar para todos la calidad de la vida, objetivo quizá hoy el más extendido entre las aspiraciones de la humanidad. Pero no sucede así y se despilfarran en armamento los recursos financieros que a muchos países permitirían salir de la miseria crónica.

Al cansancio, al horror por la irracionalidad colectiva se une como factor estimulante la esperanza en un mundo futuro, menos agresivo, más natural y placentero, donde el progreso no implique el deterioro irreparable de las condiciones generales de la vida. Son fundamentalmente estos tres factores los que permiten comprender que el pacifismo tiene un futuro prometedor, pues se orienta en la dirección en que la mayor parte de la humanidad busca, personal y colectivamente, la razón para una esperanza de futuro.

Necesidad de seguridad

El objeto de este análisis es el pacifismo real, esto es, el que hoy día está presente y activo en los pueblos de nuestro entorno, pero confrontado con la más grave de sus contradicciones para arraigar en el mundo de hoy: la necesidad de seguridad que sienten los diversos grupos humanos para poder crear a su amparo las mejores condiciones de vida para la mayoría de la población, lo que constituye el ideal común de una humanidad solidaria.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Es evidente que este ideal está aún muy lejano y que la humanidad no es solidaria. Basta recordar que unos millones de occidentales hemos organizado nuestra prosperidad y disfrutamos de ella basándonos en una clara explotación de otros muchos millones de seres humanos, aunque desde hace muchos siglos nos hayamos preocupado en perfeccionar el discurso ideológico que la ha ocultado: propagación de la verdadera religión, progreso de los atrasados pueblos salvajes, exportación de la eficaz civilización occidental y otros eufemismos. No es solidaria la humanidad, y por eso los grupos humanos que han de ejercer cierto protagonismo colectivo necesitan defenderse de la agresividad de sus vecinos y competidores. Es éste un problema que el hombre no ha acertado a resolver en su ya larga permanencia sobre la Tierra.

Conviene recordar de paso, y puesto que es un marco de ideas progresistas el que preferentemente encuadra el pacifismo, que también cuando, incluso por vía revolucionaria, una colectividad humana abate la injusticia, se desprende del colonialismo, sacude la presión imperialista y desea establecer para sí la justicia, la libertad y la paz, se ve con frecuencia sometida a una no deseada dinámica exterior, a un peligroso juego de interacciones con otros grupos humanos que le obligan a defender con violencia sus legítimas adquisiciones, la meta de progreso alcanzada.Pero cuando empieza la dinámica armamentista, cuando el primer alfabetizador de una remota aldea tiene que usar a la vez el fusil y la pizarra o cuando el médico tiene que recurrir a otro hombre para que monte guardia armada en su puerta, se pone en marcha un mecanismo de alcance imprevisible, pues quizá resulte después necesario comprar menos pizarras y antibióticos y más ametralladoras, y no pueda frenarse ya la aceleración de este impulso.

Ésta es la contradicción básica del pacifismo, la que le enfrenta con unas circunstancias donde la necesidad de defensa de los logros de la humanidad se hace todavía basándose cuando menos en la pólvora que, hace siglos inventa da, se ha hecho, al parecer, imprescindible, y cuyos artilugios derivados y accesorios perfecciona dos venden hoy con grandes beneficios las poderosas internacionales del armamento en un mercado que no parece mostrar signos de saturación.

Superar contradicciones

Para intentar superar la contradicción entre las necesidades de paz y de seguridad se han ensayado muchas soluciones. Entre las aún vigentes cabe citar: el equilibrio de potenciales militares, pretendidamente disuasorio y que conduce inevitablemente a la carrera de armamentos; el desarme unilateral, que para algunos raya en ingenuidad, y las formas alternativas de defensa, de las que se trata con más detalle en la segunda parte de este trabajo.

El equilibrio entre potenciales cada vez mayores de capacidad destructiva, con el que se pretende respaldar la teoría de la disuasión y que conduce a la carrera de armamentos, como muestran los hechos, ni siquiera debiera ser considerado aquí como solución. Es la aberración que causa el cansancio de las gentes, los graves desequilibrios presupuestarios y las demás consecuencias ya mencionadas y por todos conocidas. Acumulando facultades crecientes de muerte y destrucción no es como lógicamente puede resolverse la contradicción planeada, a menos que se pretenda ahogarla en el caos universal, cada día más probable por este procedimiento. Voces muy acreditadas se vienen escuchando, sobre todo en países de segundo o tercer orden, que propugnan el desarme unilateral, esto es, el desarme producto de una decisión propia, no ligado a otras decisiones o circunstancias exteriores.

Sin negar el enorme valor ético y ejemplarizante de esta medida, es de temer que apenas sería eficaz si no cundiese entre las superpotencias; aun en el caso de que numerosos países de rango inferior la adoptasen, seguirían amenazadores e incólumes los arsenales destructivos de las grandes potencias y, con ellos, el riesgo latente de la aniquilación total.

Rastreando el fondo donde se alimenta la idea del desarme unilateral, se encuentra una razón más práctica: ¿pueden los pequeños países sostener todavía la ilusión de una defensa independiente? Cuando el coste de una defensa de eficacia mínima alcanza ya niveles insoportables para las economías menos privilegiadas, pues se trata generalmente de defenderse mediante la acumulación de potencial agresivo, ¿no es previsible que en breve la defensa autónoma de tipo tradicional pase a ser el privilegio de unos pocos países ricos? Si así fuese, resultaría razonable renunciar a priori a unos gastos y servidumbres que a la larga podrían revelarse inútiles o de hipotético rendimiento en el mejor caso, sacrificando para ello otras realidades concretas, posibilidades de progreso y de bienestar que se pierden al dedicar a los medios de muerte y destrucción los recursos que a aquéllas pudieran asignarse.

Pero tampoco esta aparente solución resuelve la contradicción planteada, ya que sólo se elimina uno de sus términos, la necesidad de seguridad, a la que se renuncia por anticipado y que queda generalmente en manos ajenas, lo que en algunos casos, no obstante, puede casi ser aconsejable.

Alberto Piris es teniente coronel de Artillería.

Archivado En