El Papa considera "repugnante y absurdo" el exilio por motivos raciales, políticos o religiosos

Juan Pablo II, que visitó ayer un campo de refugiados en Tailandia, condenó en Bangkok, por "repugnante y absurdo", que cientos de miles de seres humanos tengan que abandonar su país por motivos raciales, políticos o religiosos. "El exilio viola la declaración de los derechos del hombre", dijo el Pontífice antes de llamar a los Gobiernos a que busquen soluciones políticas para resolver este problema.

"No os olvidéis nunca de vuestra identidad de pueblo libre que tiene un puesto legítimo en este mundo", dijo ayer Juan Pablo II a los 18.000 refugiados de Vietnam, Laos y Camboya que se enc...

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Juan Pablo II, que visitó ayer un campo de refugiados en Tailandia, condenó en Bangkok, por "repugnante y absurdo", que cientos de miles de seres humanos tengan que abandonar su país por motivos raciales, políticos o religiosos. "El exilio viola la declaración de los derechos del hombre", dijo el Pontífice antes de llamar a los Gobiernos a que busquen soluciones políticas para resolver este problema.

"No os olvidéis nunca de vuestra identidad de pueblo libre que tiene un puesto legítimo en este mundo", dijo ayer Juan Pablo II a los 18.000 refugiados de Vietnam, Laos y Camboya que se encuentran en el campo de tránsisto Phanat Nikhom, a 100 kilómetros de Bangkok, un campo que evoca la terrible imagen de los antiguos campos de concentración, con sus garitas de vigilancia, sus alambradas, sus barracones con tejado de uralita y su control militar.Juan Pablo II vio sólo la puerta de Phanat Nikhom, ante la que se habían concentrado unos 2.000 refugiados, vestidos de domingo, sentados en el suelo a la manera oriental, bajo un sol de justicia, que obligó a buscar la sombra al mismo médico personal del Papa, por temor a desmayarse.

Detrás, a sólo 100 metros, separados por la clásica alambrada, símbolo mundial de todas las opresiones, estaba, sangrante de miseria, empapada de suciedad, malolienta hasta el vómito, la verdadera realidad de este drama a cuyos protagonistas Juan Pablo II describiría horas más tarde, dirigiéndose al cuerpo diplomático, al Gobierno y a los jefes de otras religiones, como "víctimas de una vergonzosa explotación, sometidos a una cruel desventura, constreñidos a dejar detrás de sí injustamente hasta las tumbas de sus antepasados".

El enviado especial de EL PAÍS, mientras el Papa hablaba al grupo de prófugos limpios, escogidos por las autoridades, para darle la bienvenida, con un discurso leído en inglés y traducido al camboyano, laosiano y vietnamita, pudo visitar el campo.

Era lo que al Papa se le había ocultado detrás de la fachada blanqueada de la ceremonia oficial. Este enviado especial paseó por entre aquellas gentes, vigiladas por soldados metralleta en mano, con el rubor de quien iba a violar una intimidad amasada de miseria y de tristeza. Acostumbradas estas gentes a ser como un paquete expedido de un lado al otro del mundo, como algo sin valor comercial, vacunados como están ante cualquier humillación, recibieron, sin embargo, al periodista como a un amigo. Sin moverse, cada uno en su puesto: sentados a la puerta de la barraca o cocinando en cuclillas en el hornillo de carbón, en el pequeño patio entre las barracas, o tumbados en las esteras, saludaban a la manera oriental con las manos juntas delante de la cara e inclinándose.

Palabras laicas

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Ellos no pudieron escuchar las palabras duras, en vibrante defensa, que de su desgracia iba a hacer por la tarde en Bangkok Juan Pablo II, en uno de los discursos más importantes pronunciados durante su pontificado. Unas palabras de alto valor político, limpiamente laico, con las que puso el dedo en la terrible llaga de los millones de refugiados de todo el mundo, sin caer en la tentación, como otras veces, de acabar diciendo que el remedio se podía encontrar en la oración.

Para Juan Pablo II la situación del refugiado es la de más extrema de pobreza de un ser humano: "Privado de todo, objeto de total de pendencia de los demás, que les han alimentar, vestir, cobijar y tomar sus decisiones futuras, imposibilitado de volver a su país y obligado a renunciar a su identidad".

Después de haber agradecido a cuantos se han interesado hasta ahora por los refugiados, Juan Pablo II dijo que todo este mar de generosidad "no debe ser para la comunidad internacional una justificación para dejar sin solución el problema del futuro definitivo de estas personas, porque es repugnante y absurdo que cientos de miles de seres humanos tengan que abandonar su país a causa de su raza, de su origen étnico, de su ideas políticas o religiosas, o porque son amenazados violentamente y hasta de muerte a causa de conflictos civiles o agitaciones políticas".

Tras una pausa, añadió: "El exilio viola gravemente la conciencia humana y las normas de la vida social, el exilio es claramente contrario a la declaración universal de los derechos del hombre y al "sino derecho internacional". Por tanto, dijo Juan Pablo II, ya que el trasplante de estos prófugos a otras latitudes, lejos de sus casas, no puede ser la solución final de su situación, "los Gobiernos orientar su atención hacia soluciones políticas de anchas perspectivas a este complejo problema".

A los refugiados católicos de Phanat Nikhom, Juan Pablo II, tan conservador en materia teológica, les dejó un mensaje que haría saltar de sorpresa y satisfacción a los teólogos progresistas: "A los católicos que pueda haber entre vosotros, deseo deciros algo muy particular: Dios no ha dicho jamás que el sufrimiento sea un bien en sí mismo".

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