Crítica:

El zarzuelón

Curro Vargas es una zarzuela dramáticamente muerta. Lo son casi todas las zarzuelas y muchas de las óperas de repertorio. Su tema es monstrenco: el hombre que vuelve y encuentra a su novia casada; intenta la venganza, ella misma la suscita y, finalmente, mata y muere. No quiero decir que hoy no pasen esas cosas. Pero la literatura que pueden desarrollar estos sucesos se plantea de otra manera. Joaquín Dicenta y Manuel Paso la escribieron al estilo de fin de siglo, y obligados por el género. Francisco Nieva opera con ella en 1984, 86 años después del estreno, con sagacidad.Las amputacion...

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Curro Vargas es una zarzuela dramáticamente muerta. Lo son casi todas las zarzuelas y muchas de las óperas de repertorio. Su tema es monstrenco: el hombre que vuelve y encuentra a su novia casada; intenta la venganza, ella misma la suscita y, finalmente, mata y muere. No quiero decir que hoy no pasen esas cosas. Pero la literatura que pueden desarrollar estos sucesos se plantea de otra manera. Joaquín Dicenta y Manuel Paso la escribieron al estilo de fin de siglo, y obligados por el género. Francisco Nieva opera con ella en 1984, 86 años después del estreno, con sagacidad.Las amputaciones del texto hablado -recitado: es en verso- son tan considerables que casi no lo hay. La zarzuela se convierte en una cuasi ópera; pero sólo por esta aliviadora supresión de texto, que hay que agradecer mucho. La estructura sigue siendo la de la zarzuela de su época, incluso la de lo que se ha llamado despectivamente zarzuelón, al margen de los valores de su partitura, que ésa es otra cuestión; y aun dentro de ella, y de una manera estructural, en cuanto a reparto y colocación de números, está la obediencia al género. Los cortes, en cambio, dificultan la dirección de escena, es decir, la secuenciación de la obra, su narración, el sistema de entradas y salidas de los personajes.

Otra muestra de la sagacidad de Nieva es lo que podríamos llamar fuga hacia adelante: si la obra es un zarzuelón, si es teatralera, Nieva no trata de disimularlo, sino que, por el contrario, avanza por ese camino. La simulación de cortinones y de borlones y la bambalina que se añade a la embocadura -la escenografía es obra suya; los figurines, generalmente muy bellos, son de Cidrón- dan esa sensación del teatrismo; la colocación de los coros, los actores cantando o declamando de cara al público y la congelación de imágenes parecen obedecer a ese deseo de ahondar en el sentido mismo de la obra -en lo que hoy vemos como defecto- para darnos una visión de museo, de cuadro colgado en la pared (a lo que se añade la inspiración de Durero). Hay unos verdes y unos ocres suntuosos, y unos elementos que son dibujos dotados de volumen. Resuelve con desparpajo los cambios de escenario. Añade algunos de sus pequeños sellos personales -irónicos, burlescos- para señalar dónde puede estar su modernidad. Es un gran trabajo, un notable esfuerzo, pero que resulta inútil. Nada sale de su inercia, y lo que está muerto está muerto.

La obra no da más de sí, y los. cantantes, en tanto que actores, tampoco.

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