Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Ese sonido grave de Rafael Orozco

Tocó Rafael Orozco para el público de los martes en el Teatro Real un programa sólido y bellísimo: sonatas de Schubert (en si bemol, D. 960) y Chopin (en si menor, op. 58), más el Nocturno op. 48, número 1, amén de varios bises insistentemente solicitados por el público.Orozco, a sus 37 años, muestra una madurez que ha vencido definitivamente al potente virtuosista de los años jóvenes. El pianista cordobés es indiscutiblemente un animal pianístico: sus manos, no muy grandes, parecen vivir tan sólo al contacto con el teclado, y el pensamiento mus...

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Tocó Rafael Orozco para el público de los martes en el Teatro Real un programa sólido y bellísimo: sonatas de Schubert (en si bemol, D. 960) y Chopin (en si menor, op. 58), más el Nocturno op. 48, número 1, amén de varios bises insistentemente solicitados por el público.Orozco, a sus 37 años, muestra una madurez que ha vencido definitivamente al potente virtuosista de los años jóvenes. El pianista cordobés es indiscutiblemente un animal pianístico: sus manos, no muy grandes, parecen vivir tan sólo al contacto con el teclado, y el pensamiento musical que las gobierna no tiene más exteriorización posible que el sonido del piano.

Como suele suceder a todo artista andaluz auténtico, sea clásico o popular, se le escapan a Rafael Orozco, tras su poética vitalidad y su sueño de color, dejos de dolor y de misterio. Entender el arte es para Orozco desentrañarlo y al mismo tiempo integrarse en él Músico cultivado y meditador cuando Orozco se interna por las interminables galerías schubertianas, más que ofrecemos una versión, nos permite asistir a su experiencia personal.

Rafael Orozco, pianista

Obras de Schubert y Chopin. Teatro Real. Madrid, 3 de abril de 1984

Intimidades

El mundo de intimidades característico de Shubert se prolonga hasta lograr las formas grandes a partir del material sencillo. "Estas sonatas", escribe Schumann, refiriéndose a las de 1828, "me parecen muy diferentes de otras suyas por una simplicidad de invención mucho más grande, por una voluntaria renuncia a brillantes novedades en las que a veces se complacía y por el desarrollo de ciertas ideas musicales generales".Cuando Schubert se decide a ampliar la forma, escoge el camino de la simplicidad: pocos momentos más bellos habrá en la historia del piano que el comienzo del molto moderato, ni más hondamente poéticos que el andante sostenuto, tan rico de cantabilidad, o la formidable invención del finale, lanzado desde su tema inicial a un curso rítmico, que sería violento sin la sujeción de la inagotable fuerza lírica de Schubert, más hecha de serenidad que de arrebato.

No tratamos de contar una obra, por lo demás bien conocida y querida por todos, sino de indicar las direcciones a seguir para encontrar el arte interpretativo, la medida creadora y la expectación incesante de Orozco ante el piano. Tratántose de Chopin y de la Sonata en si menor, los cauces son para Orozco mucho menos problemáticos: es música vivida por él desde el comienzo y, a la vez, supone tal exaltación de los valores instrumentales como condicionantes del pensamiento musical.

Me interesó el recital de Rafael Orozco por partida doble: como reflejo de artista en sazón y como anuncio de una inmediata madurez, en la que se consumará la transformación. Quizá nos llegue a través de los estudios transcendentales o, una vez más, de mano de las grandes sonatas beethovenianas. Siempre será vehículo ese sonido grave y lírico, ese decir apenas sensitivo y nada retórico que caracteriza la personalidad musical de Rafael Orozco.

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