Crítica:

Puturrú de Fuá, la trampa de la frivolidad

Putirrú de Fuá Concierto. Centro Cultural de la Villa de Madrid. Madrid, de 23 a 26 defenbero.

Con una vieja canción de las Madres del Cordero, Al cantante social con cariño, abrió su presentación el pasado jueves donde estarán hastamañana, domingo, el grupo aragonés Puturrú de Fuá, intentando demostrar que tan esperpéntico nombre es otra cosa distinta que una nueva marca de foie-gras.



Herederos de una tradición de canción satírica que en España ¡niciaron las mentadas Madres del Cordero y La Trinca, y que alcanza quizá su más alta ex...

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Putirrú de Fuá Concierto. Centro Cultural de la Villa de Madrid. Madrid, de 23 a 26 defenbero.

Con una vieja canción de las Madres del Cordero, Al cantante social con cariño, abrió su presentación el pasado jueves donde estarán hastamañana, domingo, el grupo aragonés Puturrú de Fuá, intentando demostrar que tan esperpéntico nombre es otra cosa distinta que una nueva marca de foie-gras.

Herederos de una tradición de canción satírica que en España ¡niciaron las mentadas Madres del Cordero y La Trinca, y que alcanza quizá su más alta expresión en el trabajo sutil e inteligente de los argentinos Les Luthiers, Puturrú de Fuá son a estas alturas tres músicos veteranos -Juan Manuel Labordeta, Pepe Gros y Curro Fatás- que tienen detrás de sí muchas horas de actuaciones, entre las que se cuentan las que dedicaron al grupo Curroplastic, uno de los grupos más interesantes del nuevo rock español prematuramente desaparecido, que sirvió de paréntesis entre la formación antigua de Puturrú y la moderna.

Son músicos competentes, imaginativos, sólidos, que ofrecen un espectáculo esencialmente divertido, en el que su buen hacer profesional da corno resultado un producto que juega inteligente con la trampa de la frivolidad.

Una trampa que hace entrar al espectador, por el camino de la ironía y el humor, en una problemática mucho más seria que la que pueden plantear tantos grupos cuyo único objeto ha sido hacer canciones chistosas sin más pretensiones. Claro que la trampa es doble: engancha por una parte al público, que se debe enfrentar con una realidad que no esperaba que surgiera debajo de la risa, pero lo es también para el grupo, que a veces se deja caer en la simple frivolidad, en el chiste que no alcanza la fuerza corrosiva deseable

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