Miró

Murió Joan Miró, testigo y genio del siglo XX

El pintor Joan Miró, de 90 años de edad, falleció a las tres de la tarde de ayer en su residencia de Son Abrines, en la isla de Mallorca, rodeado de su esposa, Pilar Juncosa, y sus hijos Emilio y David y el resto de su familia. Desde hace varios días su estado era de extrema gravedad y había desembocado en un proceso de involución senil. El martes había recibido la extremaunción. Miró, genio y testigo de este siglo, nació en Barcelona el 20 de abril de 1893. Cuando contaba pocos años, su familia adquirió una masía en Mont-Roig (Tarragona), cuya imagen trasladaría el pintor a los lienzos en num...

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El pintor Joan Miró, de 90 años de edad, falleció a las tres de la tarde de ayer en su residencia de Son Abrines, en la isla de Mallorca, rodeado de su esposa, Pilar Juncosa, y sus hijos Emilio y David y el resto de su familia. Desde hace varios días su estado era de extrema gravedad y había desembocado en un proceso de involución senil. El martes había recibido la extremaunción. Miró, genio y testigo de este siglo, nació en Barcelona el 20 de abril de 1893. Cuando contaba pocos años, su familia adquirió una masía en Mont-Roig (Tarragona), cuya imagen trasladaría el pintor a los lienzos en numerosas ocasiones. Su infancia en Mont-Roig acabaría por identificarlo de tal forma que durante mucho tiempo se consideró que era éste su lugar de nacimiento. Después de realizar estudios comerciales y de trabajar en una droguería, Miró sufre una enfermedad que le aleja de su actividad laboral e ingresa en una academia de arte de Barcelona. Con 22 años, abre su primer taller junto al grabador Enric Ricart, y tres años más tarde expone por primera vez en la galería Dalmau. Por voluntad del pintor, su cuerpo será trasladado mañana a Barcelona y enterrado en el panteón familiar. El cadáver se encuentra desde las nueve de la noche de ayer en el cementerio de Palma de Mallorca.

A media tarde, el día de Navidad: el momento secreto del último suspiro. Joan Miró ha muerto. A los 90 años. Diez años después del fallecimiento de Pablo Picasso. Cinco meses después de que falleciera en México Luis Buñuel. Plácidamente. Sin convulsiones. Se apagó el genio hecho carne. Su mujer, Pilar Juncosa, y el resto de la familia celebraban una Navidad sin luces mientras se esculpía la lápida con las últimas respiraciones.Las insuficiencias de respiración y de corazón justifican el certificado legal de defunción firmado por su médico personal y cuñado, Luis Juncosa. Las últimas voluntades de Joan Miró han sido abiertas y leídas. Deseó ser enterrado en Barcelona, en el panteón familiar. El proyecto que señalaba los jardines de la Fundación Miró. como tumba del artista ha sido desechado.

"Los espacios vacíos, los horizontes vacíos, todo lo despojado me ha impresionado mucho siempre". La naturaleza ha complacido a Joan Miró y confirmado sus confidencias. La génesis de su arte describía el paisaje del día de su muerte: tras varias semanas de tormenta la furia ha cesado y el día de Navidad ha tenido en esta isla un cielo sin nubes, un mar sin olas y una aire limpio sin movimiento. Ahora se levantarán las condolencias y Mallorca cumplirá con mayor celeridad el rito del pésame.

La cauta entrada de la muerte ha durado demasiado. Dicen que la ausencia es feliz si la partida dura tan sólo un instante. Pero al hombre que ha penetrado las entrañas de lo invisible no se le perdonará su audacia. Desde que hace ahora dos años casi justos (22 de diciembre de 1981), su cerebro de luminosidades fue castigado con la coz de la embolia, el susurro de la tumba se ha interpuesto entre el solitario pintor y sus eternamente inacabadas obras. ¿Qué pecado cometió el hombre sometido al reino intermedio de las clínicas?

Una pila en el corazón

Poco después de ese ensayo general de apoplejía, a Miró lo asaltó otro bicho. Clavado en sus carnes de anciano, la alimaña dibujé en el diagnóstico médico los emblemas civilizados de su presencia: corazón flojo. La butaca caliente del salón de Son Abrines se hiela de nuevo. En enero de 1982, la electrónica interviene con su catálogo de invenciones en el cuerpo de un gimnasta que inventó un país de trazos para la liberación. Una pila en el corazón espantó al bicho. Y que sea ése el triunfo de la medicina...

La vivencia absoluta del presente convierte el futuro en una ecuación para miedosos. Pero "el abuelo nunca ha temido a la muerte y por eso nunca ha rehuido las desagradables referencias al cementerio: enterradme sin ataúd y de mi vientre nacerán flores". La familia transita los pasillos de la residencia de Son Abrines mientras la Prensa internacional acosa: "Quieren saber qué sucede. Que no corran, ya lo sabrán". El genio del héroe construye con los años el precio de su altura: mil sacrificios no serían suficientes para aburrir el interés del mundo.

Es seguro que Joan Miró ignoró plácidamente las reflexiones sobre su estado de postración: "Miró contrae su pecho para llenarlo de aire, mientras retira de la cama el pensamiento de la queja. Otros se lamentan por él".

No acabó ahí la incertidumbre el corazón complicó con sus desordenados latidos otros fragmentos de un cuerpo que podría haber volado si las fauces de la ley de la materia no rasgasen, tarde o temprano, todo buen propósito. Las cataratas nublaron sus ojos. Los ojos del pintor: la carcajada de la bestia abría de nuevo la llaga. Más dolorosa todavía. Barraquer, el médico catalán especialista en ojos ajenos no se atrevió con los de Miró. ¿Quién operaría las entrañas de lo invisible?

La última palabra

Ya está todo el mundo de nuevo al tanto de todo y suenan los teléfonos. Télex, telegramas, titulares, especulación: el genio poético del artista ha convertido su drama en un asunto público. Y ésa es una buena oportunidad para demostrar cuán hondo sienten los personajes las pérdidas irreparables. Codo con codo: "Miró, todos admiramos tu obra".

Castroviejo, otro doctor atrevido, lo hizo: y Miró perdió la niebla y bajó algunos días a no cansarse demasiado al taller que diseñó su amigo el arquitecto, Josep Lluis Sert. La luz pasaba de nuevo por sus manos. Quizá podría cumplimentar el plan. Sólo precisaba una tregua. Ahora era más necesario que nunca sostener las embestidas de la bestia celosa y mantener las virtudes sólo un momento más sobre la tierra.

No sólo se leen los libros: los accidentes del azar son letras de un libro escrito con amenazas. José Luis Sert volvió de América para descansar en Mallorca y compartir con su amigo Miró el suspiro inteligente de una vejez que siempre imaginaron, los dos, cómplice de una visión clandestina. Pero seis meses después, Sert murió. Lo enterraron bajo una higuera en Ibiza. Y Miró se quedó solo sobre su butaca helada del salón de Son Abrines. Y que sea ése sobrevivir el triunfo de la vida...

Los vivos inocentes festejaron los 90 años de Miró organizando exposiciones, conferencias, números especiales, artículos, entrevistas y otros suplicatorios de posteridad. Su nieto David recordó entonces: "Me ha repetido ya varias veces, siempre con una sonrisa en los ojos, que su última palabra de moribundo será: ¡Merde!".

No hay recompensa capaz de dar reposo a un verdadero artista. A principios de diciembre de 1983, Miró fue internado en la clínica Femenías de Palma a causa de ligeras complicaciones orgánicas. Los achaques son las dificultades de un cuerpo que intenta mantener la apariencia de su imagen íntima en contra de los deseos del bicho. Cinco días de clínica fueron entonces suficiente para darlo de alta y trasladarlo de nuevo a casa. Pero la imposibilidad de la salud ya estaba sellada.

El día 21 de diciembre, las complicaciones de unas entrañas incontrolables señalaron su oficio de campanadas. Todo el mundo las oyó. El inconveniente de la poca vida que quedaba fue triturado por la bestia celosa.

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