Crítica:31º edición del Festival de San Sebastián

Woody Allen, sueños de camaleón

A lo mejor, pese a las apariencias, este judío bajito y miope neoyorquino e, hipocondriaco, adicto al Valium con vodka y a las mujeres neuróticas, sigue contándonos su propia vida en esta su última película, por extraño que pueda parecernos. Eso estaba claro en Toma el dinero y corre, Bananas, El dormilón, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevía a preguntar, Annie Hall, Manhattan, Interiores, Stardust memories y Comedia sexual de una noche de verano. Era evidente, sobre todo, en Annie Hall, Manhattan y Stardust... Woody Allen se ha contado siempre a sí mism...

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A lo mejor, pese a las apariencias, este judío bajito y miope neoyorquino e, hipocondriaco, adicto al Valium con vodka y a las mujeres neuróticas, sigue contándonos su propia vida en esta su última película, por extraño que pueda parecernos. Eso estaba claro en Toma el dinero y corre, Bananas, El dormilón, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevía a preguntar, Annie Hall, Manhattan, Interiores, Stardust memories y Comedia sexual de una noche de verano. Era evidente, sobre todo, en Annie Hall, Manhattan y Stardust... Woody Allen se ha contado siempre a sí mismo, y cuando lo ha hecho bien, ha puesto al descubierto al hombre de hoy, y también a la mujer de hoy, a esos seres urbanos, egocéntricos, que tratan de encontrarse al filo de hamburgers de plástico, de noches asfaltadas y deseos insatisfechos.Incluso en Comedia sexual de una noche de verano, Allen se retrataba. Era el sueño de fin de semana de un crecido espermatozoide ciudadano que se viste de antiguo se entrega a ligeramente incorrectas fantasías eróticas en medio de una naturaleza que ya no le pertenece.

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Zelig, que es la historia de Leonard Zelig, puede ser también la historia de un artista que se niega a permanecer al margen. Este hombre, que existió de verdad, fue un tipo camaleónico que engordaba al lado de un obeso, ennegrecía cuando quería ganarse el afecto de un negro, boxeaba por influencia de Jack Dempsey y escribía cerca de Eugene O'Neill. La ausencia de una ientidad concreta -y qué es la imagen cinematográfica, y en última instancia el propio Allen, sino la sombra chinesca de todos y ninguno?- le transformaba en la persona que tenía más a mano. Sediento de cariño, Zelig se dejaba vampirizar.

Recurriendo a todos los recursos de un oficio que domina con singular maestría, Woody Allen ha realizado un espléndido falso documental, quizá un poco largo para lo que el tem da de sí, pero siempre interesante. Él mismo interpreta a Zelig en aquellas secuencias descriptivas de su habilidad para no ser, para ser los demás. Hay entrevistas, declaraciones de personajes que conocieron o estudiaron al curioso transformista. Hay también una fotografía impecable e inventiva que utiliza el blanco y negro para dar la sensación de realismo y que, sin que te lo puedas explicar después de haberla visto, aparece en tu memoria como si fuera en colores.

Al final uno se pregunta, cuál fue el verdadero rostro de Zelig, sabiendo que es probable que nunca lo sepamos. Quizá sus facciones son las de Woody Allen, y quizá Woody Allen ya no tiene un rostro propio. Lo que tiene es una personalidad cinematográficamente camaleónica. En cuanto a su verdadero aspecto, es un secreto que seguramente se llevarán a la tumba su psiquiatra y él.

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